El pasado 9 de mayo, la coalición gobernante en Malasia desde la independencia en 1957, Barisan Nasional (BN), sufrió una contundente derrota. Se trata de un giro histórico, que además de revelar el rechazo de una manera de gobernar, puede tener significativas implicaciones para el sureste asiático en su conjunto y complicar la influencia de China en la subregión.
La discriminación de la oposición, unos distritos electorales diseñados para favorecerla, y el control de los medios de comunicación no han servido a BN para mantener el poder. Lo que da idea de la frustración de los votantes con los escándalos de corrupción que rodean al hasta ahora primer ministro, Najib Razak, quien se habría apropiado de hasta 700 millones de dólares del fondo soberano del país (1MDB). No ha sido el único motivo, sin embargo. Las promesas de mejora del nivel de vida y de reducción de impuestos hechas por Najib en las elecciones anteriores no se han cumplido. Pero si algo reflejan los resultados es, sobre todo, la existencia de una joven y dinámica sociedad civil—hasta ahora mayoría silenciosa—que ha decidido enfrentarse a la manipulación electoral, la censura y la supresión de las libertades civiles que han caracterizado al gobierno malasio de manera creciente.
Más revelador aún es que se haya dado la victoria a una candidatura multirracial, Pakatan Harapan (Alianza de la Esperanza), apoyada por las minorías china e india, que defiende un nuevo nacionalismo inclusivo, frente a un BN que ha articulado la política nacional sobre la base de una discriminación positiva a favor de la población malaya. ¿Dejarán de ser la raza y la religión los factores decisivos de la dinámica partidista?
Hay razones para el escepticismo. La segunda sorpresa es que el líder de la coalición ganadora es nada menos que Mahathir Mohamed, durante 22 años (1981-2003) primer ministro al frente de BN. ¿Es creíble que Mahathir vaya a desmontar el sistema que él mismo creó? Asegura, además, que en un año o dos dejará el puesto a Anwar Ibrahim, su antiguo delfín, al que destituyó en 1998 y que terminó en prisión bajo falsas acusaciones de sodomía, y cuya mujer, Wan Azizah es la actual viceprimera ministra. La pregunta se impone: ¿hablamos de un mandato popular para hacer de Malasia un país gobernado por leyes e instituciones imparciales, o se trata de una batalla entre elites tradicionales? Habrá que esperar unos meses para poder responder. Pero que Mahathir, representante por excelencia del nacionalismo malasio, encabezara la oposición, eliminó cuando menos el temor de los votantes a los riesgos de inestabilidad.
Las elecciones marcan por lo demás una corrección de la regresión democrática que ha experimentado el sureste asiático en la última década. Quizá los tailandeses reclamen a la junta militar la convocatoria de los comicios que prometió tras el último golpe de Estado. Es posible que los filipinos terminen reaccionando a las arbitrariedades de Duterte, quien la semana pasada destituyó a la presidenta del Tribunal Supremo. Al gobierno camboyano le resultará más difícil mantener su política de persecución de los opositores. Los obstáculos estructurales al liberalismo no van a desaparecer de un día para otro, pero nadie esperaba lo ocurrido en Malasia. Los líderes autoritarios de la región han recibido un serio aviso.
También China. Najib hizo de las oportunidades económicas derivadas de su estrecha relación con Pekín una de las claves de su gobierno. Mahathir no ha dudado en manifestar sus reservas sobre las inversiones chinas en sectores estratégicos de la nación, y en pronunciarse en contra de sus acciones coercitivas en el mar de China Meridional. Como uno de los líderes centrales de la ASEAN durante dos décadas, Mahathir puede fortalecer la cohesión de la organización, y propiciar la formulación de una estrategia más firme y coherente con respecto a la República Popular. (Foto: Mr_Tariq, Flickr)