El presidente surcoreano, Moon Jae-in, ha sido el segundo líder extranjero recibido por el presidente Joe Biden en Washington desde su toma de posesión. Su visita de la semana pasada, después de la realizada en abril por el primer ministro japonés, Yoshihide Suga, confirma la prioridad dada por la Casa Blanca a su estrategia hacia el Indo-Pacífico. Además de engrasar una de sus alianzas bilaterales más importantes—desatendida por Trump durante su mandato—, Estados Unidos no puede prescindir de Corea del Sur para todo lo relacionado con China y con Corea del Norte.
Por lo que se refiere a esta última, Moon, creyente en la posibilidad de un arreglo diplomático con Pyongyang, ha intentado conseguir una mayor flexibilidad por parte de Biden. La Casa Blanca insiste, no obstante, en que las sanciones no pueden relajarse mientras Corea del Norte continúe violando las resoluciones de la ONU. Su posición sobre este asunto quedó clara el 30 de abril, al anunciarse que ni se perseguirá un “gran acuerdo”—como pretendió Trump—ni mantendrá la política de “paciencia estratégica” preferida por Obama. Aun intentando distinguirse de sus antecesores mediante una especia de “tercera vía”, Biden mantiene como objetivo básico la completa desnuclearización de la península, pero sin especificar cómo hacerlo.
Consciente el presidente norteamericano de que ninguna administración anterior ha conseguido avanzar en el mismo propósito, quizá sólo posible mediante un cambio de régimen en el Norte, y de que a Moon sólo le queda un año de mandato por delante, lo lógico resultaba que ambos aliados hicieran hincapié en su compromiso con una posición coordinada con respecto a Corea del Norte. Como quería Seúl, el comunicado conjunto incluye una referencia a los principios de la Declaración de Singapur firmada por Trump y Kim Jong-un en 2018. Y, en contra de lo esperado por numerosos analistas, Washington ha nombrado finalmente un enviado especial para la cuestión norcoreana.
En cuanto a China, siguiendo el guión previsto, Biden no ha hecho una invitación formal a Moon para la incorporación de Corea del Sur al Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (Quad), asunto sobre el que tampoco existe consenso entre los restantes miembros (Japón, India y Australia). La Casa Blanca comprende el limitado margen de maniobra de Seúl: China es unos de sus socios económicos más relevantes , del que tampoco puede prescindir en su política de acercamiento a Pyongyang. Pero Washington ha ampliado la agenda del grupo de tal manera—para incluir temas como vacunas, energías renovables, cambio climático o producción de semiconductores—, que Corea del Sur puede alinearse con el Quad sin necesidad de integrarse, y sin provocar por tanto la hostilidad explícita de China.
Pekín observa, con todo, que este primer encuentro de Moon con Biden ha servido para reforzar de manera significativa la alianza (debilitarla, como el resto de las asociaciones de Washington, es una de sus prioridades). La renovación de los acuerdos sobre la presencia militar norteamericana—que Trump bloqueó al exigir una mayor contribución financiera por parte de Seúl—ha facilitado ese resultado, visible en otras decisiones, como la reanudación de los canales bilaterales de diálogo, el suministro norteamericano de medio millón de vacunas a Corea del Sur, o la anunciada inversión de empresas de este último país, con Samsung a la cabeza, por más de 25.000 millones de dólares en Estados Unidos. También en la reafirmación por ambos líderes de los valores democráticos como eje de su cooperación.
Pese a sus diferencias, cada uno de ellos ha conseguido buena parte de lo que quería. Debilitado por la derrota de su partido en las últimas elecciones parciales, Moon no ha vuelto a casa de vacío, mientras que Biden consolida otro pilar de su política asiática, en vísperas del anuncio, en junio, de su esperada estrategia con la que afrontar una China más poderosa.