El 3 de junio los surcoreanos elegirán un nuevo presidente: el cuarto desde 2013. Dos de los anteriores—Park Geun-hye y Yoon Suk Yeol—fueron destituidos antes de completar sus mandatos. Sin perder la esperanza de que las elecciones marquen el comienzo de un nuevo periodo de estabilidad política, el escenario no es del todo prometedor.
La más reciente crisis política fue desatada por la declaración de ley marcial hecha por el presidente Yoon el 3 de diciembre de 2024, y concluyó con la confirmación de su destitución por el Tribunal Constitucional el pasado 4 de abril. Un episodio que, pese a su gravedad, no fue sino reflejo de la profunda fragmentación política que atraviesa el país desde hace unos años, y que amenaza el funcionamiento del sistema político de Corea del Sur, decimosegunda economía del planeta, y la segunda más avanzada de Asia tras Japón. La turbulencia de los últimos seis meses ha revelado la fortaleza de sus instituciones, pero también la vulnerabilidad de su cultura y prácticas democráticas.
La estructura diseñada por la Constitución de 1987 es señalada como una de las causas, al facilitar el choque entre el poder ejecutivo y el legislativo. Se trata de un sistema presidencialista, en el que el jefe del Estado es elegido para un único mandato de cinco años, mientras que la Asamblea Nacional es renovada cada cuatro, sin que el presidente tenga la capacidad de disolverla. Yoon, que ganó las presidenciales de 2022 por menos de un uno por cien de diferencia, tuvo enfrente a un Parlamento dominado por la oposición del Partido Democrático. Tras sus sucesivos triunfos electorales (logró 180 de los 300 escaños en 2020, y 175 en 2024), este último ha forzado la aprobación de leyes controvertidas sin la menor disposición a negociar con los conservadores. La inclinación autoritaria de Yoon, un exfiscal general sin previa experiencia política, y el abuso de la mayoría parlamentaria por parte de la oposición, han contribuido a erosionar el equilibrio de poderes y a marginar el espacio para el pluralismo. La búsqueda de la destrucción del adversario político y la paralización del gobierno han sido el resultado.
¿Podrá corregirse este proceso de regresión democrática? La destitución de Yoon beneficia al candidato y líder del Partido Democrático, Lee Jae-myung, pese a estar imputado en varias causas penales (el Tribunal Supremo no se pronunciará antes de los comicios), y saber que el apoyo con que cuenta se debe en buena parte a la reacción popular contra la declaración de ley marcial. En este contexto, no puede asegurarse por tanto que el próximo presidente tenga la intención de poner en marcha un proceso de reforma política que incluya la revisión de la Constitución para reducir los poderes de la jefatura del Estado y hacer coincidir las elecciones presidenciales y legislativas. De ser Lee el ganador, la tentación más fácil será la de seguir polarizando la vida política como estrategia, exacerbando la división y debilitando las reglas democráticas, en vez de esforzarse por reconstruir la confianza de los coreanos en su sistema de gobierno.
Corea del Sur se encuentra así en una encrucijada política mientras envejece con rapidez su población, su economía debe adaptarse a un cambio de ciclo, y su estrategia de seguridad reajustarse al entorno exterior más complejo que ha conocido desde la guerra de 1950.
