Desde hace varios meses se multiplican las protestas en Tailandia. Los manifestantes, en su mayoría estudiantes, han reclamado nuevas elecciones y cambios constitucionales, así como una investigación oficial sobre la desaparición de políticos de la oposición, algunos de los cuales fueron encontrados muertos en el extranjero. Durante las últimas semanas, la reforma de la monarquía—institución sagrada para los tailandeses—también se ha convertido en una de sus principales demandas. El 16 de agosto, unas 10.000 personas se reunieron en torno al monumento a la democracia en Bangkok, desafiando el estado de emergencia impuesto por la pandemia. Pese a las advertencias de las autoridades, el pasado fin de semana fueron más de 50.000 personas las que, según los organizadores, respondieron a una nueva convocatoria masiva frente al Palacio Real en la capital.
Tres grandes factores impulsan esta movilización popular, a la que se han sumado otros sectores sociales, como los sindicatos. El primero de ellos es la decepción con las expectativas de cambio político depositadas en las elecciones de marzo de 2019, las primeras celebradas tras el golpe de Estado de 2014. Aunque un nuevo partido que atrajo el voto de los jóvenes tailandeses, Futuro Adelante, logró la tercera posición con 80 escaños, la organización fue disuelta posteriormente por el Tribunal Constitucional, y su líder inhabilitado para la vida política durante 10 años. La economía es una segunda variable: a los peores índices desde la crisis financiera de 1997-98 se suma la pérdida de los dos grandes motores de crecimiento del PIB tailandés—las exportaciones y el turismo—como consecuencia del coronavirus.
Una tercera motivación tiene que ver con el cambio de percepción que se ha producido con respecto al papel político de las fuerzas armadas y de la corona. Hay un extendido cansancio con el gobierno militar, y con la acumulación de poder y riqueza por el rey Maha Vajiralongkorn, monarca que carece del carisma y del respeto popular de los que gozó su padre, el rey Bumiphol, fallecido en 2016. Los manifestantes aspiran a una monarquía que no interfiera en el gobierno y esté sujeta a la ley.
No parece probable que el gobierno o el rey vayan a atender sus demandas. Los precedentes históricos y el poder del ejército hacen temer, por el contrario, el recurso a la violencia o, incluso, a un nuevo golpe. Pero ocurra lo que ocurra, los estudiantes tailandeses—como los de Corea del Sur a finales de la década de los ochenta—han transformado la polarización política nacional en una lucha de identidad a favor de los valores democráticos. Aunque por ello mismo son vistos como una amenaza por los defensores de la corona, el ascenso de su movilización revela en realidad la vulnerabilidad del autoritarismo. En juego están el futuro de la democracia y de la segunda mayor economía del sureste asiático. Sólo una nueva Constitución y unas elecciones libres permitirán evitar un conflicto mayor.