El 16 de abril, el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, fue el primer líder extranjero recibido por Joe Biden en Washington desde su toma de posesión el pasado mes de enero. El gesto del presidente norteamericano no es en absoluto inusual. El antecesor de Suga, Shinzo Abe, fue también el primer jefe de gobierno extranjero que se reunió con Trump tras la victoria electoral de este último en 2016, y Japón fue asimismo el destino del primer viaje al exterior de Antony Blinken y de Lloyd Austin como secretarios de Estado y de Defensa de la nueva administración (como lo fue igualmente de otros secretarios de Estado anteriores).
El papel de Japón como aliado indispensable de Estados Unidos se ha reforzado aún más frente a la prioridad central del Indo-Pacífico en la estrategia internacional de Washington. Tokio no sólo puede ayudar a la Casa Blanca a recuperar el terreno perdido durante los últimos cuatro años, sino a complementarse en sus respectivas capacidades. Mientras Estados Unidos asume la principal responsabilidad en el terreno de la seguridad, Japón puede maximizar su protagonismo en cuanto a la financiación de infraestructuras o la promoción de las cadenas de valor y de interconectividad en la región.
Ambos, por resumir, desean coordinar sus esfuerzos frente al ascenso de China y las incertidumbres del escenario estratégico asiático. La cumbre de la semana pasada ha servido por ello para lanzar un mensaje conjunto tras la celebración del primer encuentro del Quad a nivel de jefes de gobierno, de las reuniones bilaterales mantenidas a nivel de ministros, y tras los duros intercambios entre diplomáticos chinos y norteamericanos en Alaska. También sirvió para preparar los próximos encuentros multilaterales previstos, como el convocado por Biden sobre cambio climático esta misma semana, o la cumbre del G7, en Reino Unido en junio, a la que se ha invitado a participar a India, Corea del Sur y Australia.
La atención, con todo, estaba puesta en cuestiones más inmediatas, relacionadas con las últimas acciones chinas. Biden y Suga denunciaron cualquier intento de modificar el statu quo regional por la fuerza, refiriéndose en particular a los mares de China Meridional y Oriental. Más significativo fue aún el reconocimiento de “la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”. Fue la primera vez que la isla apareció de manera explícita en un comunicado conjunto de ambos países desde principios de los años setenta. La preocupación por la situación en Hong Kong y Xinjiang fue expresada igualmente, aunque Japón ha evitado por el momento la imposición de sanciones.
Las circunstancias de la región han cambiado, y Estados Unidos espera una mayor contribución de Japón a la alianza. Suga se ha encontrado por su parte ante la más importante oportunidad diplomática desde que accedió a la jefatura del gobierno el pasado otoño para elevar su perfil—la diplomacia no ha formado parte de su trayectoria política—, de cara a las elecciones generales de este mismo año. Pero, al mismo tiempo, Japón se encuentra frente al dilema bien conocido en su relación con Washington: entre el temor a verse atrapado en un conflicto iniciado por otros (no podría mantenerse al margen, por ejemplo, de un ataque chino a Taiwán), y el temor a verse abandonado por Estados Unidos y no poder apoyarse en la alianza para hacer frente a los riesgos en su entorno exterior.