Las elecciones del próximo 13 de enero, en las que se decidirá el sucesor de la presidenta Tsai Ing-wen, serán las más competitivas en la historia de Taiwán. Aunque dos formaciones han dominado el sistema político desde su democratización—el Partido Nacionalista (Kuomintang) y el Partido Democrático Progresista (PDP)—, sus respectivos candidatos (el alcalde de Taipei, Hou Yu-yi, y el actual vicepresidente, Lai Ching-te), compiten en esta ocasión con otro aspirante a la presidencia: Ko Wen-je, del centrista Partido Popular de Taiwán (PPT). (Un cuarto candidato independiente, el fundador de la empresa tecnológica Foxcon, Terry Gou, se acaba de retirar de la campaña). En sólo unos días el escenario preelectoral ha dado un doble vuelco.
El 15 de noviembre, el Kuomintang y el PPT unieron sus fuerzas con la esperanza de derrotar al PDP, el partido que logró dos mayorías absolutas en los comicios anteriores, y va por delante en los sondeos. Ambas organizaciones defienden la restauración del diálogo con la República Popular, interrumpido por Pekín desde la primera victoria de Tsai en 2016. Desde entonces, China incrementó la presión económica, militar y política sobre la isla. Lai ha sido denunciado como un separatista por el gobierno chino, que ha descrito la carrera presidencial como una elección entre estabilidad o conflicto.
Los dos principales grupos de la oposición presentaron su acuerdo como un hito en la vida política taiwanesa. Tres días más tarde, sin embargo, se deshizo la coalición. Al parecer, no se superaron las discrepancias sobre cuál de sus líderes, Hou o Ko, contaba con mayores posibilidades de éxito y debía ser por tanto el cabeza de cartel. La división del voto de la oposición garantiza en principio la victoria de Lai (cuenta con más del 30 por cien de apoyo popular), aunque es innegable la preocupación de la mayoría de los taiwaneses por la creciente amenaza china: el 83 por cien, según un reciente informe de la Academia Sinica de Taipei. Sólo un nueve por cien dice confiar en la República Popular. El mismo estudio confirma por lo demás la tendencia consolidada durante los últimos años: el 63 por cien de la población se consideran taiwaneses, un 32 por cien taiwaneses y chinos, y sólo el dos por cien chinos. Una notable transformación desde 1992, cuando sólo el 18 por cien se identificaban como taiwaneses, y el 26 por cien como chinos.
Pekín ve en consecuencia cómo se aleja la posibilidad de una reunificación pacífica, mientras cunde el temor en la isla a su reacción a los resultados de las elecciones; un hecho que puede alterar las expectativas reflejadas por los sondeos de opinión. Una victoria del Kuomintang se traducirá en una relajación de las tensiones en el estrecho, mientras que la victoria de Lai conducirá, por el contrario, a un endurecimiento de la presión china, incluyendo las advertencias sobre el riesgo de guerra. También puede ocurrir que el PDP obtenga la presidencia pero no la mayoría en la asamblea legislativa, lo que complicará el margen de maniobra del gobierno, pero facilitará los esfuerzos chinos dirigidos a desestabilizar la dinámica política taiwanesa.
La posición de los candidatos con respecto al continente dominará en cualquier caso las elecciones. La mayoría de los votantes quieren un presidente que, durante los próximos cuatro años, sepa evitar un conflicto y mantenga al mismo tiempo la autonomía de Taiwán en un contexto de competición estratégica entre Washington y Pekín. No está sólo en juego por tanto el futuro político de la isla, sino también la seguridad regional.