La semana pasada, por primera vez en siete años, un primer ministro japonés realizó una visita bilateral a China (en en el terreno multilateral, Abe asistió a la cumbre de APEC en Pekín en 2014). Y se espera asimismo que el presidente chino, Xi Jinping, viaje a Japón el año próximo. ¿Significan estos encuentros una vuelta a la normalidad en las relaciones entre la segunda y tercera mayores economías del planeta?
El cambio en la posición relativa de poder entre ambos vecinos desde 2010—cuando el PIB chino superó al de Japón—y las reclamaciones chinas de soberanía sobre las islas Senkaku—acentuadas después de que en 2012 Tokio nacionalizara las mismas—, abrieron un periodo de crisis de difícil resolución. Las inversiones japonesas en la República Popular se redujeron de manera notable entre 2013 y 2015 para recuperarse desde el año pasado, pero China continuó siendo el mayor socio comercial de Japón (sus intercambios bilaterales suman 300.000 millones de dólares al año, un tercio más que el comercio Japón-Estados Unidos).
Aunque Japón es el único de los principales aliados norteamericanos que sigue sin pertenecer al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, y recibió con considerables reservas el anuncio de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda china, con el tiempo entendió que no podía rechazar las oportunidades que el proyecto representaba para sus empresas. De ahí que, sin apoyarlo oficialmente, decidiera permitir la participación de firmas japonesas, siempre que se respetaran ciertas exigencias normativas. Al mismo tiempo, Japón optó por competir directamente con China, ofreciendo una iniciativa propia de desarrollo de infraestructuras de calidad—para las que ofreció un fondo de 100.000 millones de dólares—, y articulando—de manera conjunta con India—el Corredor Económico Asia-África. Frente a la Ruta de la Seda china, Japón ofrecía un esquema alternativo bajo la denominación de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto”.
Las políticas de Donald Trump están facilitando, sin embargo, las bases para un nuevo acercamiento entre China y Japón. El aumento de las tensiones con Washington conduce a Pekín a buscar una relación estable con Tokio. Japón, por su parte, también sujeto a las amenazas de sanciones por la administración norteamericana—y preocupado por el acercamiento de Trump al líder norcoreano—se encuentra con una oportunidad para reforzar los intereses económicos compartidos con China, entre los que se incluyen avanzar en la negociación de la Asociación Económica Regional Integral (RCEP) con los países de la ASEAN, y dar un nuevo impulso al acuerdo de libre comercio entre ambos y Corea del Sur.
Se trata de un complejo desafío para el primer ministro japonés, Shinzo Abe. El contexto estratégico de fondo no va a cambiar: el cambio es estructural, y el diferencial de poder económico y militar con la República Popular continuará agrandándose. Abe tampoco puede alinearse con China contra Trump. Pero mientras intenta mantener el equilibrio en el triángulo estratégico formado por estas tres potencias, lo complementa ampliando el terreno de juego.
No casual, por ello, que nada más volver de Pekín haya recibido en Tokio a su homólogo indio, Narendra Modo. O que, el 1 de noviembre, Japón e India comiencen sus primeros ejercicios militares conjuntos, que se prolongarán durante 14 días, en el noreste indio. Maniobras que se suman a su vez a las realizadas recientemente por 100 soldados japonesas—con sus vehículos blindados incluidos—con tropas norteamericanas en Filipinas. Hace un par de semanas, Abe también recibió en a los líderes de Camboya, Laos, Myanmar, Tailandia y Vietnam. La cumbre Japón-Mekong mostró la preocupación de los participantes por la libertad de navegación en el mar de China Meridional y la militarización de las islas por parte de Pekín. El proactivismo diplomático japonés carece de precedente, pero resulta paradójico que sea su aliado norteamericano, y no sólo China, quien lo está provocando. (Foto: Leo Eberts, flickr.com)