El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece estar dispuesto a abrir una nueva etapa en la reclamación a sus aliados de una mayor contribución a los gastos de defensa. Mientras se espera que insista de nuevo en la cuestión con motivo de la cumbre de la OTAN que se celebrará en Londres la próxima semana, ya ha abierto el camino con los aliados asiáticos.
Durante la campaña electoral de 2016, Trump no dejó de criticar a Corea del Sur y a Japón por el “aprovechamiento” por parte de ambos de sus pactos defensivos con Washington. Sus dos años en la Casa Blanca no le han hecho cambiar de opinión. El 15 de noviembre, la administración norteamericana exigió a Seúl un aumento del 400 por cien de su contribución anual a los gastos derivados de la presencia militar de Estados Unidos en Corea del Sur, para pasar de los casi 1.000 millones de dólares que pagará este año a un total de 4.700 millones de dólares. Sólo dos días más tarde, Washington pidió a Tokio que cuadruplique su aportación por el mismo fin, de 2.000 millones de dólares a 8.000 millones de dólares.
Estados Unidos ha abandonado las conversaciones con Seúl al no acceder éste, como cabía esperar, a sus demandas. Desde 2016, Corea del Sur paga aproximadamente la mitad de los gastos que suponen los 28.000 soldados de Estados Unidos en su territorio. Gasta, además, buena parte de su presupuesto militar—el 2,6 por cien del PIB, más que cualquier miembro europeo de la OTAN—en armamento norteamericano (hasta 13.000 millones de dólares durante los últimos cuatro años). Seúl absorbe además otros gastos no cubiertos por el acuerdo sobre tropas, como la construcción de Camp Humphreys, la que será mayor base de Estados Unidos en el extranjero (lo que representa otros 10.000 millones de dólares).
Aunque Japón gasta un menor porcentaje de su PIB en defensa que Corea, es una economía mayor y, por tanto, gasta más en términos absolutos. Tokio cubre aproximadamente el 70 por cien del gasto de las fuerzas norteamericanas en el archipiélago (54.000 hombres) y la práctica totalidad del coste de construcción de las nuevas instalaciones de Estados Unidos en Futenma e Iwakuni, así como un tercio de las que se están construyendo en Guam. Japón compra además el 90 por cien de su armamento a Estados Unidos. La negociación para renovar el acuerdo con Japón debe empezar en el primer semestre de 2020.
La Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Trump hace hincapié en las “extraordinarias ventajas” que le proporcionan sus alianzas: proyectan el poder e influencia de Estados Unidos, y maximizan sus capacidades políticas y económicas. La Estrategia de Defensa Nacional señala por su parte que la “red de alianzas y asociaciones estratégicas de Estados Unidos continúa siendo la espina dorsal de la seguridad global”, al proporcionar “acceso a regiones clave y respaldar un sistema de bases que sustenta el alcance internacional de nuestro país”. Sin embargo, es el propio Trump quien está haciendo que los aliados se cuestionen el compromiso de Washington con su seguridad.
Incluso si el presidente diera marcha atrás en sus irrealistas demandas, ha vuelto a dañar la credibilidad de Estados Unidos y a humillar a sus aliados. No debe extrañar por tanto que Seúl y Tokio vean en la reelección de Trump en 2020 una amenaza mortal a sus alianzas. Kim Jong-un estará encantado, aunque quizá no tanto como los líderes chinos, a los que Washington habrá regalado uno de sus grandes objetivos.