La reunión del G20 el próximo fin de semana en Okinawa ofrecerá la primera oportunidad en meses para un encuentro personal entre los presidentes de Estados Unidos y de China. Los dos líderes, por no hablar de la economía mundial en su conjunto, necesitan un pacto que, aun de manera temporal, detenga la escalada en la guerra comercial. Un acuerdo no pondrá fin a la rivalidad estructural entre ambas naciones, pero facilitará a Trump el camino a su reelección, y a Xi un escenario de estabilidad frente a las numerosas incertidumbres internas y globales que afronta.
Cada uno de ellos cuenta con distintos instrumentos para convencer al otro, y no todos son de naturaleza económica. Es desde tal perspectiva como cabe interpretar el viaje de 24 horas realizado por Xi Jinping a Pyongyang a finales de la pasada semana. No sólo es la primera visita oficial de Xi como presidente a Corea del Norte (aunque como vicepresidente estuvo en 2008), sino la primera de un jefe de Estado chino en 14 años. Sin embargo, ni se ha querido que hubiera medios cubriendo el viaje, ni tampoco ha trascendido lo tratado entre Xi y Kim Jong-un.
El Rodong Shinmun, principal diario norcoreano, publicó la víspera de la llegada de Xi, un artículo de este último en el que hizo hincapié en su intención de involucrarse en mayor medida en el proceso de desnuclearización de la península. Altos funcionarios chinos han insistido, por otra parte, en la dimensión económica del viaje: Pekín tiene como prioridad la estabilidad intercoreana, lo que se verá facilitado si Pyongyang decide seguir la experiencia de las reformas de la República Popular.
China también necesita a Corea del Norte como instrumento de negociación con respecto a Estados Unidos. Ello explicaría la superación del enfriamiento en las relaciones bilaterales que causó la ejecución de Jang Song Taek, tío de Kim y principal interlocutor de Pekín, en 2013. Tras evitar durante los últimos años referirse a Pyongyang como aliado, los gestos de acercamiento por parte de las autoridades chinas se han multiplicado en los últimos meses. Es cierto que, según los términos del tratado de ayuda mutua y cooperación de 1961—que hacen de Corea del Norte el único aliado formal con que cuenta la República Popular—, en 2021 habrá de renovarse el documento. Pero la aparente improvisación de su visita se debe a la urgencia para Xi de ofrecer un señuelo a Trump. Aunque se trate tan sólo de la reanudación de las conversaciones de desnuclearización—sin que pueda descartarse tampoco alguna solución imaginativa por parte de Pekín—, es la mejor manera de que Trump supere la frustración de la fallida cumbre de Hanoi en febrero, y cambie de actitud en el terreno comercial. Apenas dos días después de la visita de Xi, Kim recibió de hecho una carta “excelente” del presidente norteamericano.
Pyongyang sigue jugando con habilidad entre los dos gigantes, pero es China quien vuelve a confirmar su margen de maniobra en relación con los asuntos de la península. Algo que complica no sólo los cálculos de Estados Unidos y de Japón, sino de modo más directo los de Corea del Sur, cuyo presidente, Moon Jae-in, recibirá a Trump en Seúl tras la reunión del G20.