No todo lo que brilla es oro y no todo lo que se dice se cumple, sobre todo cuando el que lo dice no teme a que su nombre quede en entredicho. Esto se aplica tanto para Trump como Kim Jong-un. A ambos se les ha visto decir que harán o no harán algo y al poco tiempo cambian de opinión, sin dar explicaciones y menos rastro de estupor alguno. Después de que Kim en su primer encuentro con el líder surcoreano -que valga acotar estuvo cargado de gestos amistosos, incluso casi cómplices- asegurara estar dispuesto a sentarse a negociar sin haber puesto condiciones, la semana pasada cancela las conversaciones intercoreanas de alto nivel con el presidente Moon y pone en dudas el encuentro con Trump por “Max Thunder”, unos ejercicios militares rutinarios, que se están llevando a cabo en la península coreana.
Quizá dichas maniobras debieron posponerse, como señal diplomática amistosa, a pesar de que estaba prevista su ejecución entre el 11 al 25 de mayo. Pero objetivamente Corea del Norte no pidió nada a cambio, por lo que todo se mantuvo según calendario. Quizá esto es sólo una excusa de Pyongyang para regresar a la cueva en la que han estado muchos años, muy a pesar del estrago económico que están sufriendo debido a las sanciones internacionales que le han sido impuestas. Nadie más que ellos están interesados en abrirse, al menos ligeramente, a la entrada de capital foráneo.
El presidente Trump, por su parte, sigue apostando por encontrarse con Kim Jong-un en Singapur el 12 de junio. Ha intentado dar señales de normalidad, muy a pesar de la amenaza de Pyongyang de suspender el encuentro. De hecho, aprovechando la visita a la Casa Blanca del Secretario General de la OTAN, General Jens Stoltenberg, aseguró que Corea del Norte podría beneficiarse de un acuerdo que alcance con los Estados Unidos. Insistiendo, además en que su Administración sigue en contacto con autoridades norcoreanas afinando detalles logísticos para el gran someto. Como si se tratase de dos realidades paralelas. Pero es que para el inquilino de la oficina oval es mucho lo que se está jugando. Él ha apostado por este encuentro a un precio muy alto. Ha enviado a su Secretario de Estado -Mike Pompeo- a Pyongyang dos veces en menos de dos meses. Y ha sido el propio Trump el que le ha impulsado el protagonismo mediático de Kim Jong-un, con su invitación a encontrarse con él. Indirectamente, Trump también hizo que China organizara una fastuosa visita oficial a Kim, en la que le dejó claro al mundo que ambas naciones son aliadas. Y seguro que Xi Jinping aprovecho el encuentro para recordarle a Kim cuales son las prioridades para China.
El Financial Times ponía el énfasis en las palabras del presidente Trump “El líder norcoreano tendría una protección muy fuerte si estuviera de acuerdo con la desnuclearización” de las que, concluían, es un oferta calculada para tranquilizar los nervios en Pyongyang. En un esfuerzo por asegurarle a Corea del Norte que no se repetirá la historia de Libia, Trump ha aprovechado los medios de comunicación para enviarle ese mensaje a Kim. Sobre todo, después de que su controvertido asesor de seguridad nacional John Bolton, recientemente en un medio citara el caso de Libia, en el que se acordó la renuncia a su programa nuclear a cambio del levantamiento de sanciones.
En los centros de pensamiento en Washington se ha dedicado tiempo a analizar la situación. CSIS sostiene que la amenaza de cancelar el encuentro no es más que una vieja estrategia de Corea del Norte usada en negociaciones para conseguir concesiones. Al amenazar con retirarse, ganan influencia y con ello pueden cambiar los términos de la negociación. Es lo mismo que hicieron repetidamente durante las conversaciones de los seis (Six party, por su nombre en inglés) en la era Clinton. El Atlantic Council, por su parte, afirma que es recordatorio de la profunda desconfianza en ambos lados y la fragilidad de la diplomacia. El Cipher Brief cerraba la semana afirmando que en 25 años de negociaciones ha habido fallos de ambos lados, poniendo el énfasis en que Corea del Norte no es de confiar y que siempre recurren al engaño para no seguir adelante con lo acordado.
La mayoría de los análisis coinciden en que Kim quiere garantizarse que sacará una concesión cada vez que los Estados Unidos obtengan algo. Por ahora los norcoreanos consiguieron que el viernes pasado Japón, Corea del Sur y Estados Unidos acordaran cambiar el rumbo de unos bombardeos estadounidense que volarían sobre la península coreana. Trump se la está jugando, ésta última concesión es otra prueba de su interés en que el encuentro se lleve a cabo. Kim acaba de empezar con” el tira y encoje”, que bien aprendida tiene la técnica tanto de su abuelo como de su padre. Y a priori le ha dado resultado, ahora toca ver hasta donde Washington está dispuesto a ceder. El presidente Trump necesita ese encuentro, si de él no sale nada, al menos podrá decir que lo intentó. Si se cancela el precio a pagar para Trump sería mucho mayor, porque serían dos años de gobierno sin haber conseguido nada internacionalmente y de desprestigio, por haber intentado negociar con uno de los dictadores más crueles de la historia reciente. (Foto: Banalities, Flickr)