En Pakistán se está librando una dura batalla, sorda pero con brotes ruidosos, entre Estados Unidos y China, para condicionar el marco estratégico de los próximos años en toda la región.
El país se ha venido convirtiendo en un socio económico, financiero y estratégico de China a quien ha concedido facilidades de paso y puertos para su estrategia hacia el Índico y Oriente Medio. A la vez, Pekín trata de neutralizar acercamientos entre el islamismo pakistaní y las minorías musulmanas chinas a las que la Administración comunista trata de borrar la identidad étnica.
Por su parte, para Estados Unidos Pakistán es esencial. Es allí donde tienen sus bases de retaguardia los talibanes con no pocas complicidades de los aparatos pakistaníes de seguridad y allí se han celebrado las conversaciones claves (aunque el escenario formal ha sido Qatar) entre el islamismo afgano y la Administración Trump.
Ni China ni Estados Unidos pueden permitirse un alejamiento del Gobierno pakistaní sabiendo que un avance de uno es un retroceso del otro.
Un tercer elemento marca ese escenario y es India, una potencia nuclear, económica y estratégica, con contenciosos territoriales con chinos y pakistaníes, antiguo aliado de Rusia en la región pero ahora cada vez más cerca de Occidente y a quien el equipo de Donald Trump mira con buenos ojos.
Ese escenario conjunto gana cada vez más importancia, fundamentalmente porque para el gran proyecto chino de consolidar su rol de gran potencia y ser socio en la política occidental con la UE y EEUU, la expansión hacia el Oeste y hacia la ruta del petróleo de Oriente Medio es fundamental. Habrá que estar atentos.