La burbuja financiera más famosa de la historia es la de los tulipanes de 1636. De repente, los holandeses enloquecieron. “Se conservan registros de ventas absurdas”, se lee en Wikipedia. La variedad Semper Augustus, altamente estimada por el dibujo en forma de llamas de sus pétalos, llegó a valer tanto como una mansión en un buen barrio de Amsterdam, con su jardín y su coche de caballos. La histeria era absoluta. Un pobre marinero que confundió un bulbo con una cebolla y se lo zampó dentro de un bocadillo de arenque fue condenado a seis meses de cárcel.
Gente de toda condición se vio seducida por la facilidad con que se ganaba dinero y, cuando los precios se dieron inevitablemente la vuelta, las prisas por deshacer posiciones desataron una estampida que dejó tras de sí un reguero de sufrimiento. “Las bancarrotas se sucedieron y golpearon a todas las clases sociales”, recuerda Wikipedia. “La […] imposibilidad de hacer frente a los contratos y el pánico llevaron a la economía neerlandesa a la quiebra”.
Durante siglos, infinidad de economistas han visto en este episodio una prueba palmaria de los peligros del capitalismo desbocado, pero parece que no escarmentamos. A finales del año pasado, bitcóin superaba los 19.000 dólares. No está mal para una divisa que en 2009 se regalaba. Literalmente. “Luego”, dice en Actualidad Económica Alberto Gómez Toribio, responsable tecnológico de la consultora Nevtrace, “alguien [el programador Laszlo Hanyecz] ofreció 10.000 bitcoines por un par de pizzas y otro colega se las envió. Así se cerró la primera compra real”.
Aquel 22 de mayo de 2010 se celebra hoy como el Día de la Pizza Bitcóin. Si Hanyecz se hubiera tomado una barrita de Biomanán para matar el hambre y hubiera guardado las criptomonedas para mejor ocasión, se habría encontrado en diciembre de 2017 con 190 millones de dólares. ¿Cómo se justifica tamaña revaluación?
“La venta de la pizza demostró que [el dinero virtual] era viable”, sigue Gómez Toribio, “y MtGox, un bazar de armas para videojuegos [Abre un inciso: “Hay quien gana fortunas con eso”. Cierra el inciso], MtGox decidió meterse en la compraventa de bitcoines. Su ejemplo cundió, otras casas entraron y acabó fijándose un precio”.
A mediados de 2014 varias firmas se animaron a aceptarlos como medio de pago: Destinia, Agatha Ruiz de la Prada, Microsoft… Era puro marketing y “su uso no ha progresado mucho más”, reconoce Jorge Ordovás, otro socio de Nevtrace. “Pero la publicidad dio liquidez al mercado. El bitcóin se podía comprar y vender con facilidad, la gente se animó a invertir y su cotización se disparó”.
Este despegue es la segunda etapa de las cinco en que el economista Hyman Minsky y el historiador Charles Kindleberger dividieron las burbujas. La primera es la sustitución. Tiene lugar cuando un grupo significativo de especuladores abandona los criterios tradicionales de valoración de activos (en el caso de una empresa, que tenga beneficios) porque, argumentan, el mundo ha cambiado y las viejas reglas ya no sirven. Esta sustitución de paradigma coincide generalmente con la aparición de un producto exótico y seductor (los tulipanes eran un lujo asiático desconocido en Europa hasta mediados del XVI) o de una tecnología disruptiva (el ferrocarril, internet, blockchain) cuyo impacto es difícil de determinar.
Una vez que se consolida el relato del nuevo paradigma y que la prensa le dedica portadas y reportajes, hasta los inversores conservadores se ven presionados para no perderse lo que podría ser una gran oportunidad. Sus compras son limitadas, pero como estamos ante una oferta todavía más restringida, el activo (los tulipanes, Terra, bitcóin) inicia un vigoroso despegue que, si dura lo suficiente, acaba dando paso a la euforia.
En esta tercera fase, los precios alcanzan niveles disparatados. En el apogeo de la fiebre inmobiliaria japonesa, el solar en el que se levanta el Palacio Imperial de Tokio llegó a valer más que todo el estado de California. No hace falta tener un MBA para darse cuenta de que algo así carece de sentido, pero la única lógica financiera que rige a estas alturas es la de tonto el último: se compra porque se confía en vender y, aunque se trate una burbuja (como todos admiten abiertamente), solo pierde el idiota que se queda con el pastel en la mano (o con el bulbo o con el bitcóin) cuando la música se detiene.
La cuarta fase es la toma de beneficios y empieza cuando los inversores más cautos deciden que el último euro lo gane otro. Su salida provoca una desaceleración de los precios, lo que a su vez resta atractivo a quienes compran para vender, que son los siguientes en retirarse. En esos momentos de precario equilibrio, agotada ya la ascensión, basta una mala noticia para que toda la estructura se desmorone y la burbuja entre en su quinta y definitiva etapa: el pánico. En 1637 se desató ante la incapacidad de encontrar comprador para un lote de tulipanes. Lo mismo le ocurrió a Paribas en 2007, cuando intentó colocar sin éxito tres fondos atestados de hipotecas subprime. Ahora, el catalizador podría haber sido la noticia de que Corea del Norte ha creado una unidad especial para hackear las casas de cambio de criptodivisas.
“Aún no hemos entrado en la fase del estallido”, escribe The Economist, “pero podría estar cerca”. ¿Qué pasará cuando llegue? ¿Arrastrará al resto de la economía a la quiebra, como la tulipomanía? ¿Puede causar bitcóin otra Gran Recesión?
Lo veremos en las dos próximas entregas.