Insultando a China en su toma de posesión como diputados del Consejo Legislativo de Hong Kong, Sixtus Baggio Leung Chung-Hang y Yau Wai-Ching, del partido Youngspiration, han provocado mucho más que su expulsión del parlamento y la consiguiente paralización del Consejo Legislativo.
Con este último incidente proindependentista y la reacción de la China continental (la Asamblea Nacional Popular de Pekín prohibió a los dos diputados electos volver a jurar el cargo), la excolonia británica se adentra en una compleja situación, bloqueada políticamente hasta las elecciones a Jefe Ejecutivo de la ciudad del próximo 26 de marzo y con la creciente presión del gobierno de Pekín, dispuesto a abortar cualquier amago de separatismo, una de las líneas rojas de la República Popular China, temerosa de un contagio en Taiwán, Xinjiang o Tíbet.
La (aparentemente) insólita intervención del gobierno de la República Popular en la vida judicial de la ciudad es solo el último eslabón de una calculada estrategia para ir despojando a la ciudad del status especial que había mantenido desde su retrocesión por parte del Reino Unido en 1997. Desde entonces, la llegada de ciudadanos de la China continental, bien alentada o bien permitida por esta, ha provocado un paulatino deterioro de las condiciones de vida de la ciudad en diferentes áreas como sanidad, educación, precio de la vivienda y, sobre todo, en el sector financiero, tradicional motor económico de Hong Kong. Aquí, China ha centrado sus esfuerzos en desarrollar económicamente otras ciudades como Shanghai, Shenzen o Guangzhou, con lo que la excolonia ha pasado de ser la puerta de acceso de China al mundo comercial y financiero global, a una de las ciudades con el reparto de la riqueza más desigual del país, sin industria ni empresas de alta tecnología, y como se ha visto, con su preeminencia financiera muy mermada.
De este modo, Pekín está mirando ya a la integración definitiva de Hong Kong en China, prevista para 2047, 50 años después de la devolución de la colonia y de aceptar para esta una amplia autonomía judicial, política, financiera y legal y de libertad de expresión; y lo hace tratando de poner la venda antes de la herida, recortando poco a poco los privilegios de la ciudad con un progresivo control de la vida política, con la compra a través de empresas afines de los principales medios de comunicación, e igualando el nivel de vida de la ciudad, el más alto de la República Popular en el momento de la retrocesión, con el del resto del país. Probablemente, Pekín piensa que una Hong Kong más parecida al resto de China será una Hong Kong menos problemática y sobre todo, dejará de ser un espejo en el que el continente quiera mirarse en términos de democracia.
Queda por ver la aceptación de esta estrategia por parte de los propios hongkoneses, que como ya demostraron en septiembre de 2014 con el movimiento Occupy Central (la conocida como Revolución de los Paraguas) no están dispuestos a aceptar recortes en sus privilegios democráticos, por lo que la estrategia de una paulatina mayor injerencia de Pekín en los asuntos de Hong Kong para tener más control en la excolonia podría paradójicamente, provocar mayor inestabilidad, desequilibrio y sentimiento independentista.