Washington.- Acaba de visitar Washington el primer ministro tailandés, el general Prayut Chan-o-cha, invitado por Trump con el propósito de reforzar las relaciones bilaterales entre ambas naciones y promover la paz, seguridad y prosperidad en la región del sudeste asiático, según el comunicado oficial. La Casa Blanca está intentando acercarse a sus aliados y amigos en la zona, con el objetivo de fortalecer lazos e ir sumando apoyos y acuerdos en algún tipo de salida al peligro de Corea del Norte e incluso, en el indeseado escenario de que sea necesario un ataque para poner fin a sus amenazas.
Tailandia es el aliado más antiguo de los Estados Unidos en la región del sureste asiático. Doscientos años de cordiales relaciones, hasta el golpe de Estado de 2014 que destituyó a la anterior primera ministra Yingluck Shinawatra, democráticamente elegida, y opacó estas relaciones. La respuesta de la Administración Obama fue castigarlos con un enfriamiento diplomático, y oficialmente se solicitó a la “Junta militar” (el nuevo gobierno tailandés) convocar elecciones libres. A pesar de las dificultades políticas en Tailandia, no se debió desconocer los estrechos lazos, en los que Washington ha invertido tiempo y dinero, dada la importancia estratégica de mantenerlos. Según documentos del Departamento de Estado, Tailandia es un país clave en el mantenimiento de la paz y la seguridad regional. Tanto es así que en el año 2003 Estados Unidos calificó a Tailandia como uno de sus grandes aliados fuera de los que forman parte de la OTAN.
El hueco dejado por los Estados Unidos fue rápidamente llenado por China y Filipinas, que se apresuraron a asistir estratégicamente a Tailandia en ese momento de abandono, pues solo en apoyo militar Washington suspendió casi 5 millones de dólares en programas de financiación, ejercicios y maniobras militares. La frustración del nuevo gobierno tailandés con Washington les hizo virar hacia Beijing, quien les ofrecía incrementar acciones militares, como el desarrollo de nuevos ejercicios conjuntos e incluso la adquisición de equipos chinos, como submarinos, que, según Geoffrey Hartman, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, constituyen la adquisición más costosa en la historia militar de Tailandia. Y todo, a pesar de que Obama reconsideró su postura en 2016, anunciando la visita del almirante Harry Harris, el oficial de más alto rango en el Comando estadounidense en Asia. La fisura ya era visible, y aunque se restablecieron mucho de los programas, no se restauraron todos.
Desde 1950 el Tailandia ha recibido de Estados Unidos ayuda militar, entrenamientos, construcción y mejoramientos de sus instalaciones militares. Las maniobras Cobra fueron una práctica rutinaria durante más de 3 décadas entre ambos países, unos ejercicios militares con vehículos anfibios, helicópteros, simulacros de ataques bacteriológicos o químicos, entre otras cosas. Y en términos comerciales, tan solo en el año 2015 los intercambios entre ambos países ascendieron a más de 37 billones de dólares, nada despreciables.
La Administración Trump ha dejado clara la prioridad que ocupa Tailandia en su agenda, desde el comienzo de su legislatura. El propio Trump, en una llamada telefónica en primavera, invitó al primer ministro tailandés a la Casa Blanca. En julio, el embajador estadounidense Glyn Davies pidió a la Junta Militar su apoyo para imponer sanciones al régimen norcoreano, a pesar de que los tailandeses habían expresado su deseo de jugar un papel mediador con Pyongyang. El secretario de Estado Tillerson hizo una parada en Bangkok en agosto, en su primera visita a Asia. Y por último la declaración conjunta hecha en el marco de este encuentro entre el primer ministro tailandés y el presidente estadounidense, en la que expresaron su disposición a repotenciar la alianza de seguridad común, continuar con las fuertes y largas relaciones diplomáticas y generar un mayor acercamiento en las relaciones comerciales en pro de la prosperidad. Todo ello orientado a mantener activa esta antigua alianza en la que Estados Unidos gana con mantener una fuerte presencia estadounidense en la región.
Parece que Trump tiene claro cuál será el rol de Tailandia durante su gestión, a pesar de su improvisación en las relaciones exteriores y sus constantes tropiezos, y empieza a vislumbrarse un plan estratégico que incluye muchos actores para enfrentar la creciente amenaza de Kim Jong-un y consagrar una presencia estratégica permanente que, además, mande un mensaje claro a China.
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