La epidemia está exigiendo a los gobiernos de todo el mundo medidas claras, comprensibles, urgentes y sin contestación. Es lo necesario y, salvo incidentes sin mucha importancia de momento, las medidas se están cumpliendo en términos generales.
Pero, en las explicaciones, en los intentos de hacer pedagogía se van colando argumentos que cada vez con menos disimulo están exaltando el estatalismo, la sobrevaloración de lo púbico, entendido como lo estatal, paralelo a la denigración de lo privado. Y, tras esta posición claramente ideológica, además de falsa en el fondo, está un desprecio a la actividad económica hasta el punto de que miembros de gobiernos y dirigentes regionales europeos no necesariamente del color político de las autoridades nacionales contraponen economía y salud para despreciar los intereses privados.
Economía y salud no son separables, ni siquiera en el corto plazo, y defender medidas, necesarias, basadas en el gasto público sin garantizarse la actividad económica productiva que permita ese gasto abre un camino en el que las palabras sustituyen a los hechos y se adivinan resultados que sociedades de la Europa del Este o Cuba, por poner sólo algunos ejemplos, han recorrido para llegar a cotas importantes de miseria embellecidas por la propaganda.
Además, lo que a medio plazo puede ser más grave, se va reduciendo la actividad parlamentaria y va avanzando la gestión de los gobiernos decreto a decreto. Es bueno no perder la calma, pero tampoco las formas y conviene alejarse de los cantos de sirena que tratan, a caballo del coronavirus, de llegar a reformas intervencionistas basadas en ideas totalitarias no sólo trasnochadas sino fracasadas.