Las viejas y poco sofisticadas fórmulas de negociación: provocar, sembrar el pánico, golpear en los alrededores del conflicto, subir la tensión y sobre esa base sentarse en la mesa a hablar, parecen haberse adueñado del planeta orillando a la diplomacia clásica. Es como si Trump hubiera adivinado lo que iba a ocurrir inaugurando la vía de la zafiedad cibernética o que todos los grandes protagonistas del circo político mundial hubieran decidido imitar el western como escuela política.
Así Kim Jong-un juega al buen rollo con Seúl, realiza audaces visitas o gestos sin precedentes y cuando todo parece preparado para algún tipo de acuerdo, desenfunda nuevos misiles, los lanza y vuelve a predicar el terror nuclear antes de recordar que quiere negociar.
En realidad, siempre se ha negociado así, pero el sistema se había ido adornando de formas suaves y alejadas de la tensión extrema hasta que no había más remedio. Esas formas han saltado se ha instalado una política de chulería paralela al populismo en ascenso.
Trump, Kim, Putín, Maduro y otros han instalado en la escena internacional lo que antes era más de sindicalistas sin muchos escrúpulos o mercaderes de ferias antiguas y de pueblo.
Pero esto es lo que hay, en un escenario en el que los viejos puntos de tensión se reavivan y aparecen nuevos actores mesiánicos que quieren convencer que ellos tienen la solución definitiva. En ese pensamiento están los riesgos y estos pueden acabar dependiendo de detalles aleatorios. Esa sí es una amenaza.