INTERREGNUM: Divergencias europeas. Fernando Delage

El 25 y 26 de octubre se celebró en Bruselas el primer foro del “Global Gateway”, la iniciativa para el desarrollo de infraestructuras globales a través de la cual la Unión Europea intenta ofrecer una alternativa a la Nueva Ruta de la Seda china (cuya tercera cumbre albergó Pekín la semana anterior). Lanzada en 2021, la iniciativa parte del reconocimiento de que el discurso normativo y democrático de la UE no es suficiente para que el mundo emergente vea en el Viejo Continente un socio útil para sus necesidades e intereses frente a los incentivos económicos y tecnológicos ofrecidos por China. Para recuperar su influencia internacional, los europeos debían adquirir un mayor protagonismo en este terreno.

La propuesta consiste en que, de manera conjunta, Estados miembros y sector privado movilicen unos 300.000 millones de euros para impulsar la conectividad de las redes energéticas y digitales, así como los sistemas de transporte, en distintos continentes. Desde una aproximación integral del desarrollo, se persigue que los proyectos de infraestructuras respondan asimismo a un marco regulatorio de transparencia y sostenibilidad coherente con las prácticas de la UE. Diferencias burocráticas habían retrasado hasta la fecha la concreción de la iniciativa, por lo que este primer foro ha sido la ocasión para convencer a nuevos socios (16 líderes del mundo en desarrollo asistieron a la convocatoria), y enunciar un listado de hasta 87 proyectos (muchos de ellos ya preexistentes).

El escepticismo no ha desaparecido sin embargo entre los observadores. La lista de asistentes invitados no fue extensa, ni especialmente representativa de las naciones emergentes. Brasil, India y Suráfrica, por ejemplo, no participaron. Tampoco los mayores Estados miembros acudieron al más alto nivel: Alemania y Francia enviaron a secretarios de Estado, mientras que Italia ni siquiera asistió. El presidente del gobierno español sí estuvo presente. Podría parecer que los gobiernos nacionales no comparten del todo lo que consideran como una propuesta de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen.

Lo cierto es que las diferencias también han sido evidentes en la propia Comisión. Así se desprende de un artículo publicado por el South China Morning Post la víspera de la inauguración del foro. Tras acceder a documentos internos y entrevistar a una decena de altos funcionarios, el diario de Hong Kong reveló la existencia de un profundo desacuerdo de fondo en 2020 sobre si la estrategia de conectividad europea (aprobada en 2018) debía construirse—o no—como instrumento de política exterior. Informes internos se opusieron a una propuesta que tenía por objeto fortalecer “la seguridad y resiliencia económica de la UE”, “incrementar la influencia de la UE sobre las normas y estándares globales”, y “diversificar las cadenas de valor y reducir dependencia externas”. El motivo: que dicha propuesta “pudiera mandar una señal errónea” a Pekín. No fue esa la opinión de von der Leyen cuando, en 2021, logró imponerse sobre las rivalidades entre el servicio de acción exterior europeo y los responsables de política comercial. Había entonces un proyecto, pero todavía no un plan. Y, para frustración de los defensores de un enfoque geopolítico, la gestión del dossier pasó a la dirección general responsable de la ayuda al desarrollo, donde se había rechazado el año anterior.

¿Debe la “Global Gateway” ser una propuesta de desarrollo o un modelo de inversión? ¿Un instrumento meramente económico o estratégico? Las divergencias institucionales ponen de relieve una y otra vez las disfunciones del proceso comunitario. Entretanto, el margen de maniobra europeo en el convulso escenario internacional no deja de reducirse.

Wang Yi visita Washington. Nieves C. Pérez Rodríguez

Wang Yi, el excanciller de relaciones exteriores de China y muy alto rango en las filas del Partido Comunista chino y quien ahora es director de la Oficina de Relaciones Exteriores del partido, visitó Washington la semana pasada para tener reuniones de alto nivel y se reunió con el secretario de Estado, Antony Blinken, y el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan.

Durante la visita, Wang se reunió también con el presidente Biden durante una hora en la Casa Blanca, encuentro que él definió como “una buena oportunidad para mantener vías abiertas de comunicación entre los dos rivales geopolíticos con profundas relaciones y diferencias políticas.”

Wang también afirmó frente a los medios que ambas naciones “tenemos nuestros desacuerdos, tenemos nuestras diferencias y al mismo tiempo también compartimos importantes intereses comunes y enfrentamos desafíos a los que debemos responder juntos.”

Las relaciones bilaterales han estado durante años en la sombra debido a diferentes razones, o bien por la llamada guerra comercial  o las indebidas prácticas comerciales chinas e incluso el espionaje. El mejor y más claro ejemplo fue él globo espía chino que sobrevoló los Estados Unidos durante una semana a principios de este año. El globo espía definitivamente marcó un antes y un después en las relaciones diplomáticas. Blinken tenía previsto visitar China desde principio de año pero debido a ese incidente su viaje fue pospuesto hasta que finalmente se llevó a cabo en junio, momento en el que  tuvo una reunión de unos 35 minutos con Xi Jinping.

Para los estadounidenses, China no solo es un competidor comercial sino un actor internacional de altísimo perfil que no sigue las reglas internacionales de convivencia, por lo que se ha convertido en un dolor de cabeza y un peligro inminente. China se aprovecha de esa visión y siempre intenta pedir más concesiones, levantamiento de sanciones, más visitas oficiales durante los encuentros, o cualquier otra demanda que considere oportuna y necesaria.

Durante su estancia en Washington, Wang también se reunió con Jake Sullivan. Previamente Sullivan y Wang se habían reunido en Austria el pasado mayo después de tres largos meses de confrontaciones, y se pensó que el encuentro podía abrir una nueva etapa de las relaciones, aunque no fue así.

Durante los momentos de mayor tensión en las relaciones diplomáticas bilaterales, el Pentágono intentó mantener los canales de comunicación abiertos en todo momento, aunque era difícil que se propiciara un encuentro con la contraparte china debido a que su ministro de defensa, Li Shangfu, fue sancionado por Washington unos años antes.

Curiosamente, Xi Jinping firmó la semana una orden ejecutiva que destituyó de su cargo al citado ministro de la defensa, Li Shangfu, del que se ha especulado mucho desde que desapareció de la vida pública hace unos dos meses. Beijing llevaba tiempo evadiendo encuentros entre el secretario de Defensa, Lloyd Austin, y su homólogo chino basado en las sanciones que pesan sobre Li desde 2018.

La Casa Blanca informó que parte de las conversaciones con el alto diplomático se centraron en los preparativos del encuentro de APEC que, se llevará a cabo en California entre el 11 y el 17 de noviembre bajo el slogan “crear un futuro resiliente y sostenible para todos.”

La APEC es el foro económico regional de Cooperación Económica en el Asia-Pacifico constituido en 1989 y al que pertenecen veintiún países. De acuerdo con la página web del encuentro, la APEC es la principal plataforma para que Washington avance políticas económicas en la región, para promover el comercio libre y abierto y el crecimiento económico sostenible e inclusivo.

Algunas analistas interpretan la visita de Wang como un esfuerzo para pavimentar el camino para un posible encuentro entre Xi Jinping y Joe Biden y lo más lógico sería que esa reunión suceda en torno al encuentro de la APEC donde ambos han confirmado su asistencia.

Xi no ha visitado los EE.UU desde el 2017 y un encuentro en ese marco no sería una visita de Estado porque Xi no sería recibido con honores y protocolos en la Casa Blanca, sería mucho más casual que se reúnan en California paralelamente a los eventos de la agenda de la cumbre, lo que es más cómodo para ambos bajo las actuales circunstancias.

Otro punto clave que se abordó fue el conflicto palestino-israelí y en este sentido Wang afirmó que en este momento hay que evitar una catástrofe humanitaria a mayor escala y que la salida impulsar solución de dos Estados, mientras pedía calma a los actores involucrados y que la solución pase por Naciones Unidas. Aseguró que China está dispuesta a trabajar para promover la paz. Blinken ratificó que el mantenimiento de la paz y la estabilidad en la región es en beneficio de todas las partes.

La situación internacional es cada vez más compleja y eso enreda la dinámica no solo de Washington sino de Beijing. China ahora misma se encuentra en una situación interna de incertidumbre y una crisis económica que no tiene fácil salida; necesita estabilidad internacional para exportar sus productos, continuar sus planes de expansión del BRI o la nueva Ruta de la Seda e intentar consolidarse internacionalmente. A mayor inestabilidad mayor dificultad para lograr sus objetivos y más dificultad para sobre salir la crisis.

Washington tiene también sus grandes problemas políticos, elecciones el próximo año y una clara crisis en los partidos. Además, está invirtiendo demasiado dinero en ayudar a Ucrania y ahora intentar ayudar en la crisis en la Franja de Gaza y en Israel.

Las dos naciones más poderosas deben sentarse y concienzudamente trabajar en pro de la inestabilidad mundial para garantizarse sus cuotas de influencias, pero también su supervivencia.

 

 

 

Una estrategia clara

En el tercer Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional celebrado en Pekín hace unos días, una de los retos personales del presidente chino, Xi Jinping, éste subrayó que “China solo puede ir bien cuando el mundo va bien. Cuando China va bien, el mundo va mejor”. Esto resume con toda claridad el eje central de la estrategia china de expansión (económica y política) lenta, paciente y sin suscitar mas roces que los imprescindibles.

Este es el escenario en el que ha movido la visita a EEUU del ministro chino de Exteriores en un intento de trasladar el mensaje de que, a pasar de las diferencias, los enfrentamientos verbales y comerciales y las distintas concepciones del mundo, debe quedar permanentemente abierto un canal de diálogo entre las dos grandes potencias mundiales. Sólo cuando se produzca una gran crisis que China pueda gestionar sola y aprovecharla o cuando afecte gravemente a la supervivencia de su régimen se embarcará Pekín en una aventura de gran riesgo.

En este contexto, para China es especialmente importante la estabilidad en el Asia central ex soviética donde la actual debilidad de Rusia, gran gendarme tradicional en la zona, el surgimiento de viejas disputas territoriales y el auge del islamismo suponen un catálogo de inquietudes. Y por eso, entre otras cosas, China ha anunciado la inversión en la región de 80.000 millones de yuanes adicionales al Fondo de la Ruta de la Seda y ha subrayado que apoyará proyectos de la iniciativa de la Ruta de la Seda, “con base al mercado y a las operaciones de negocio”.

Pero, como hemos subrayado desde esta página, China no tiene fácil navegar en sus contradicciones, sus dependencias ideológicas, demandas crecientes de la sociedad china y los conflictos exteriores que en su calidad de aspirante a segunda gran potencia exigen a Pekín decisiones y posicionamientos que a veces van más allá de lo que gustaría a los dirigente chinos.

INTERREGNUM: BRI y un mundo de bloques. Fernando Delage  

La semana pasada, mientras el presidente de Estados Unidos viajaba a Israel para intentar evitar una expansión de la crisis en Oriente Próximo, se celebró en Pekín la tercera cumbre de la Ruta de la Seda (la “Belt and Road initiative”, BRI, en su denominación oficial en inglés). Pese a la desaceleración de la economía china y de los problemas que han acumulado numerosos proyectos (hasta un tercio del total según un estudio reciente), Pekín no tiene intención alguna de abandonar la iniciativa. Al contrario: al conmemorarse el décimo aniversario de su anuncio, la cumbre tenía por objeto ratificar su relevancia. Es cierto que los grandes planes de infraestructuras previstos en la concepción original del plan han sido sustituidos por una aproximación orientada a la rentabilidad, con las energías renovables y las redes digitales como nuevas prioridades. Pero la cita fue más allá, para revelar que BRI es un instrumento para proyectar normas y valores chinos con el fin de reconfigurar el orden global frente a un Occidente que concentra hoy su atención en Ucrania y Gaza.

Hasta el pasado verano, la República Popular había firmado más de 200 acuerdos de cooperación en el marco de BRI con más de 150 países y 30 organizaciones internacionales. Aunque sólo 23 jefes de Estado y de gobierno acudieron a la cumbre (por debajo de los 37 de la segunda convocatoria en 2019), el mapa de los asistentes resultó revelador. Especial protagonismo recibió el presidente ruso, Vladimir Putin, de quien Xi Jinping subrayó la “profunda amistad” que les une. La presencia de Putin en Pekín fue motivo suficiente para la ausencia de los líderes europeos; sólo acudió el primer ministro húngaro, Viktor Orban, quien no ocultó sus discrepancias con la estrategia china de la UE, concretada durante los últimos meses en la estrategia de seguridad económica. Como contraste, y en coherencia con las actuales prioridades chinas, el grueso de la representación exterior correspondió a los países del Sur global.

En vísperas de la cumbre, las autoridades chinas publicaron un Libro Blanco sobre BRI, definida como eje de su política de cooperación internacional. Según indica el documento, “la globalización económica dominada por un reducido número de países no ha contribuido a un desarrollo compartido con beneficios para todos (…). Muchos países emergentes han perdido incluso la capacidad para su desarrollo independiente, obstaculizando su acceso a la modernización”. En sus encuentros bilaterales con distintos líderes del mundo en desarrollo, Xi reiteró la importancia de promover la “solidaridad Sur-Sur”. BRI forma parte así del esfuerzo por promover un modelo de desarrollo global alternativo al propuesto por las naciones occidentales (inclinadas a la “confrontación ideológica” según declaró Xi), y facilitar la transición hacia un mundo multipolar. El espíritu de la iniciativa, señala el Libro Blanco, pasa por defender un principio de igualdad, en oposición a quienes defienden “la superioridad de la civilización occidental”. Lo que no indica el texto es que esa es también la dirección para expandir la influencia de Pekín en el actual contexto de competición con Estados Unidos.

Es evidente que China tiene un plan para situarse en el centro de un nuevo orden multilateral; un plan que puede seducir al mundo postcolonial y a otras naciones que rechazan los valores liberales. Pero como muestra la reacción global a la invasión rusa de Ucrania, primero, y al ataque de Hamás a Israel, después, no hay una línea nítida de separación en dos grandes bloques. Occidente no ha perdido su cohesión, mientras que el incierto panorama internacional que nos rodea puede complicar las ambiciones chinas.

China corrige, ligeramente, el rumbo

El giro de China ante la guerra contra el terrorismo en Gaza en que Pekín reconoce el derecho de Israel a su autodefensa, en línea con la posición formal de la UE y EEUU, unido a la visita del ministro chino de Exteriores, Wang Yi, a Washington parece indicar que algo se está moviendo en el escenario internacional ante la gravedad de la situación en Oriente Próximo. Wang mantendrá encuentros con el secretario de Estado Blinken y el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan.

Que la situación es grave es indudable, pero, de momento no estamos ante las vísperas de un apocalipsis. Detrás de las palabras gordas, las provocaciones y las bravatas hay cierta contención en los actores que pueden abrir las puertas del infierno. China parece estar dispuesta a profundizar en esta dirección sin dejar de sostener un discurso anti occidental y sin dejar de mirar de rejo as Rusia y sus juegos en las repúblicas centro asiática a la vez que Putín y Xi se prometen amor eterno.

Que China haya visto remontar, aunque ligeramente, su economía en el último mes no es un dato a despreciar en el momento actual en el que EEUU, a pesar de las dudas en el entorno de Biden, mantiene el pulso en los dos frentes de conflicto.

Pero China no baja ni un punto en su presión sobre los mares cercanos en los que insiste en imponer sus reglas, dominar las rutas y condicional el comercio internacional. No se trata únicamente de mantener la presión sobre Taiwán producto de un conflicto histórico que tiene su origen en la toma de poder en Pekín de los comunistas de Mao. El choque de las últimas horas entre barcos chinos y filipinos expresa con claridad el proyecto expansionista de la estrategia marítima de China que está invirtiendo en las últimas décadas ingentes recursos en sus fuerzas aeronavales.

 

 

La alianza “five eyes” se reúne en público. Nieves C. Pérez Rodríguez

La alianza “five eyes” es una poderosa coalición compuesta por cinco países anglófonos que desde 1941 han desarrollado una red de inteligencia global de vigilancia e intercambios de información sin precedentes.

El exclusivo club lo conforma Estados Unidos, Canadá, Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda y desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha servido para intercambio de datos y, con el tiempo. esta asociación ha ampliado su alcance y se ha convertido en una parte integral de las operaciones globales de seguridad e inteligencia.

Las operaciones llevadas a cabo por “five eyes” se han mantenido siempre con discreción y sus encuentros y avances también se han producido bajo una sombra de secretismo debido a su misma naturaleza. Sin embargo, la semana pasada se llevó a cabo un encuentro histórico de los lideres de cada una de las agencias de inteligencia de los cinco países en California, en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford.

El encuentro fue convocado con el nombre de Cumbre de Seguridad de Tecnologías Emergentes y Seguridad de la Innovación y fue moderado por la ex secretaria de Estado Condolezza Rice y contó con la presencia de corresponsales internacionales.

De acuerdo con la página web del FBI, la cumbre fue convocada con el objetivo de traer a la luz la amenaza del robo de tecnología, especialmente de parte de china y para ayudar a los investigadores y otros actores de la industria a proteger su propiedad intelectual para evitar que pueda ser robada o explotada.

“No hay mayor amenaza para la innovación y el avance tecnológico que el gobierno chino, por lo que nuestros servicios de inteligencia toman esa amenaza tan seriamente que decidimos unirnos para tratar de generar conciencia, aumentar la resiliencia y trabajar estrechamente con el sector privado para intentar construir una mejor protección para el sector de la innovación” fueran las palabras de apertura del director del FBI, Christopher Wray.

La mayor obsesión de este grupo en los últimos años ha sido la tecnología y las brechas que estas pueden dejar abiertas. En tal sentido, el bloqueo a Huawei promovido por Washington se puede comprender y hasta justificar, puesto que si algunos de los miembros usasen tecnología china la información de ese país estaría en manos de Beijing su principal rival y adversario.

“La cumbre es una respuesta sin precedentes a una amenaza sin precedentes y el lugar del encuentro, Silicon Valley, habla del tipo de amenaza y nuestra la manera de contrarrestarla” dijo Mike Burgess, director general de la Organización Australiana de Inteligencia y Seguridad.

“Hay mucho en juego en las tecnologías emergentes. Las naciones que lideran el camino en áreas como la Inteligencia Artificial, la computación cuántica y la biología sintética ejercerán el poder en nuestro futuro colectivo. Es crucial que permanezcamos alerta y respondamos antes de que sea demasiado tarde”, fue uno de los argumentos aportados por Ken McCallum, el director del MI5, la agencia de inteligencia británica.

El Partido Comunista chino fue calificado por él director del FBI como la principal amenaza para la tecnología y la innovación global por lo que las asociaciones son la mejor manera de contraatacar. Así mismo aprovechó para ratificar su apoyo a salvaguardar las tecnologías emergentes del robo y la explotación, incluido el posible uso inapropiado de la inteligencia artificial.

Este histórico encuentro se da en medio de una de las peores crisis internacionales de las últimas décadas. En medio de la imposición de restricciones a China en la adquisición de ciertos componentes como los microchips, la cercanía de Xi y Putin y ante el inminente riesgo de robo de secretos tecnológicos que llevan consigo grandes vulnerabilidades y ponen en detrimento de las libertades tal y como se entienden en occidente.

Los ataques de hoy no son solo con misiles o tanques, los peores ataques de hoy son a través de las redes sociales como TikTok con el robo de información de los usuarios incluidos menores de edad y los ciberataques que son miles al día a agencias oficiales, empresas o individuos. La penetración de información falsa que circula por internet y que desvirtúa la realidad para menoscabar la base de los sistemas democráticos requiere medidas fuertes que buscan denunciar y parar estas prácticas.

La alianza de “Five Eyes” con este encuentro público prueba la urgencia de denunciar la actual situación, generar conciencia social y proteger contra estas acciones malignas a las sociedades democráticas.

THE THE ASIAN DOOR: Qué esperar de la nueva Ruta de la Seda en una década. Águeda Parra

La nueva Ruta de la Seda toma impulso para iniciar una segunda década donde la principal novedad será el cambio de prioridades, aunque bajo la misma base geoestratégica. La experiencia adquirida en este tiempo servirá, por tanto, como herramienta para priorizar proyectos, así como para no repetir episodios que han marcado, en cierta medida, estos diez años.

Se buscan proyectos de menor tamaño, más sostenibles, y más ajustados a la capacidad económica de los países receptores para así evitar nuevos escenarios de trampa de deuda como el asociado a Sri Lanka, y del que China representa hasta el 21% de la deuda total del país, unos 8.500 millones de dólares. De hecho, el gasto para rescatar a 22 países en desarrollo que estaban afrontando dificultades para pagar los préstamos relacionados con la iniciativa habría alcanzado los 240.000 millones de dólares, según un reciente estudio.

Sin llegar a la situación de Sri Lanka, el que otrora fuera el buque insignia de la iniciativa, el Corredor Económico China-Pakistán, y sobre el que estaba prevista una inversión de 62.000 millones de dólares, está perdiendo el foco de interés por la preocupación que supone la inestabilidad política en el país y la inseguridad de los trabajadores chinos. Como uno de los socios geopolíticos destacados de la región, los proyectos en Pakistán acumulan hasta 25.000 millones de dólares de inversión, aunque los nuevos desarrollos dependerán en gran medida de quién termine asumiendo el poder en Islamabad a finales de enero de 2024.

Ante esta década que comienza, China ha presentado la agenda estratégica de la iniciativa bajo el marco del tercer Foro de la nueva Ruta de la Seda que ha congregado a 4.000 representantes de más de 130 países. El número de jefes de Estado y de gobierno asistentes ha disminuido en este tercer encuentro que conmemoraba el décimo aniversario de la iniciativa. Finalmente, 23 han sido los asistentes de alto nivel frente a los 29 del primer foro en 2017, y los 37 del segundo foro en 2019, una importante reducción asociada a que la asistencia de Putin que ha reducido la presencia europea a únicamente el presidente de Hungría, sin que con ello se haya visto mermado el impacto geopolítico global del encuentro.

En este tercer foro se confirmaba la ausencia de Italia, único miembro del G7 hasta ahora miembro de la iniciativa, y que probablemente confirme su retirada formal de la iniciativa en los próximos meses, no renovando el acuerdo que expira en marzo de 2024. Otros socios, sin embargo, como los dirigentes de Chile, Etiopía, Hungría, Kazajistán, Kenia, Papúa Nueva Guinea y Rusia han visto reforzados sus vínculos con sesiones paralelas al foro, mientras, de forma general, en los próximos meses comenzará la renovación de la mayoría de los memorandos de entendimiento (MoU) que oficializan la adhesión a la nueva Ruta de la Seda en ciclos de cinco años.

En esta nueva década que comienza, el gasto en infraestructuras irá dejando paso a proyectos en energías verdes, principalmente en tecnología solar y eólica, mientras las inversiones en tecnología y conectividad digital serán también parte de las principales prioridades de la iniciativa. Otros ejes estratégicos de actuación se centrarán en la cooperación en el desarrollo de la inteligencia artificial y el establecimiento de estándares, apoyando así la transformación de los socios de la iniciativa en su proceso de transición energética y digital.

En un escenario de intensa competencia entre Estados Unidos y China, la iniciativa se ha consolidado como una importante palanca de despliegue de la influencia de China a nivel global. La nueva Ruta de la Seda seguirá siendo, por tanto, una de las herramientas estratégicas de política exterior más emblemáticas para fortalecer los vínculos con el Sur Global durante la próxima década. Mientras tanto, las iniciativas lanzadas por Estados Unidos y Europa no terminan de consolidarse como contrapeso a una iniciativa que ya ha desplegado un billón de dólares de influencia.

 

 

En medio del caos internacional Xi busca protagonismo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Mientras las guerras se convierten en las protagonistas de esta década, dejando a su paso todo tipo de tragedias humanas y desoladoras imágenes en Europa y en el Medio Oriente, la inestabilidad internacional es cada vez mayor y la incertidumbre parece que empuja a los lideres a mantener sus cuotas de control.

Probablemente basado en ese principio, Xi Jinping decidió organizar un foro a gran escala en el que se conmemoraron los diez años del lanzamiento de la Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés Belt and Road Initiative) que es la iniciativa más ambiciosa lanzada por China y propuesta maestra del mismo Xi.

Curiosamente, este evento de gran envergadura que contó con la asistencia de mil doscientos participantes de ochenta países de acuerdo con datos oficiales, se mantuvo en discreto silencio hasta tan solo seis días antes de que tuviera lugar él mismo.

Este foro ha sido el primer encuentro multitudinario organizado por Beijing después de tres largos años de aislamiento debido a la pandemia en el que se cerraron herméticamente al mundo. Hoy, China se encuentra sumergida en una crisis económica profunda y un aislamiento que busca concluir y nada mejor que aprovechar una excusa como el aniversario del lanzamiento del BRI.

La Iniciativa de la Ruta de la Seda es un proyecto monumental que busca conectar todos los continentes a través de una red comercial y de infraestructura. Está concebido en dos partes: la primera sería la terrestre que incluye viajes por ferrocarril, carretera y enlaces de vías existentes, partiendo de China pasando por Asia Central y terminando en Europa, que corresponden con las antiguas rutas comerciales ya descritas por Marco Polo. La segunda parte la constituye las vías marítimas, zarpando de puertos chinos con destinos a puertos en el Mediterráneo y puertos en África.

El comercio entre China y los países a lo largo del BRI en el 2022 alcanzó intercambios por casi dos billones de dólares, de acuerdo con CGTN, medio oficial chino, quien además sostiene que “Beijing ha firmado acuerdos de cooperación con 152 países y 32 organizaciones internacionales, lo que representa un 60% de la población mundial”.

Aunque también se debe hay subrayar que, con la desaceleración del crecimiento económico chino, el número de proyectos y el dinero destinado al BRI ha disminuido en los últimos años debido a las tremendas deudas que los países receptores deben a China como es el caso de Zambia, que se encuentra actualmente reestructurando su deuda y en donde muchos de los proyectos o han tenido problemas o han sido un fiasco.

Xi hizo el lanzamiento del BRI en el 2013 con bombos y platillos, como la propuesta geopolítica más ambiciosa y, a la lo largo de esta década lo ha venido promocionando como una ventaja para cada país involucrado, pero lo cierto es que desde hace unos años la iniciativa ha estado rodeada de grandes controversias que la describen como “préstamos trampa o predatorios” que en algunos casos han producido tal caos como el de Sri Lanka o proyectos que han dejado daños ambientales irreparables en Latinoamérica.

El mismo presidente Biden definió los compromisos del BRI como “acuerdos de deuda y soga de ahorcamiento que China establece con otros países”, y en muchos casos ha sido literalmente de esa forma, los créditos han sido tan altos, los intereses tan elevados y el proyecto tan ambicioso o tan mal ejecutado que no ha representado sino grandes problemas para el país receptor.

Beijing ha querido aprovechar este momento para reforzar su liderazgo internacional en medio del caos global.  Han recibido lideres como Vladimir Putin, a pesar de que Rusia no está dentro del mapa trazado del BRI. Por su parte Putin aprovechó también él escenario para presentarte como otro líder importante, a pesar de que ahora no puede asistir a casi ningún otro evento internacional. Mientras tanto China sigue sin condenar la invasión rusa a Ucrania.

En esta la tercera vez que se lleva a cabo el foro asistieron una veintena de jefes de Estado y de gobierno en su mayoría de países en desarrollo del sur de Asia, Medio Oriente, África y América Latina.

China se presentó como el mayor interesado en promover y defender la agenda de desarrollo económico global a través de las infraestructuras y la industrialización, retoma su protagonismo y hace que los medios hablen de China y de Xi como los anfitriones de un evento que impulsa los intercambios mientras los lideres occidentales hablan de Israel y Hamás, se reúnen con los lideres del Medio Oriente intentando conseguir apoyos en la nueva guerra abierta que tenemos…

 

 

 

 

INTERREGNUM: China y la guerra Israel-Hamás. Fernando Delage

El brutal ataque terrorista de Hamás contra Israel coincidió con la visita a Pekín de una delegación del Congreso de Estados Unidos. Sin nombrar al agresor y limitándose a realizar un llamamiento a la “calma” de “todas las partes”, la primera declaración oficial china fue objeto de las críticas del líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Chuck Schumer, quien trasladó en su encuentro con el presidente Xi Jinping un día más tarde su decepción por la falta de solidaridad con el pueblo israelí. Esas quejas—coincidentes por lo demás con las de Israel y las de distintos gobiernos occidentales—condujeron a un nuevo comunicado de las autoridades chinas: sin denunciar a Hamás, esta vez se condenó al menos “la violencia contra la población civil”, para añadir que “la tarea más urgente es ahora la de alcanzar un cese el fuego y restaurar la paz”.

Si su reacción ha puesto en evidencia los límites de las aspiraciones chinas como mediador global (no ha propuesto ninguna idea concreta sobre cómo resolver la situación), la guerra entre Israel y Hamás ha puesto también a prueba sus ambiciones en la región. En marzo, la República Popular sorprendió al mundo al anunciar en Pekín la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. Pese al escepticismo sobre la sostenibilidad del pacto, China asumió de golpe un protagonismo sin precedente en una región que  ha dominado tradicionalmente Estados Unidos. En junio, durante la visita a Pekín del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, Xi declaró su disposición a desempeñar un papel activo en la resolución del conflicto; un objetivo que también formaba parte de la visita—prevista para antes de finales de año—del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Aunque en Oriente Próximo China encontró un espacio en el que contrarrestar la presión norteamericana por su apoyo a Rusia en la guerra de Ucrania, la crisis la hace ahora rehén de su necesidad de equilibrios entre ambas partes. Más de la mitad de las exportaciones de Israel a la República Popular (el comercio bilateral superó los 22.000 millones de dólares el pasado año) son componentes electrónicos, incluyendo semiconductores; un recurso vital cuando Washington se esfuerza por limitar el acceso chino a tecnologías punta. Por otra parte, además de su apoyo a la causa palestina desde los tiempos de Mao, la política de contención de Estados Unidos le ha conducido a profundizar en su acercamiento a las naciones de la región. En agosto, China promovió la incorporación a los BRICS de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes e Irán. En este último país, incorporado recientemente a la Organización de Cooperación de Shanghai, tiene previsto invertir unos 400.000 millones de dólares en las próximas décadas. Una condena explícita de Hamás enfrentaría a Pekín con Teherán (además de con Rusia).

Las necesidades energéticas y los intereses comerciales y financieros de la República Popular demandan estabilidad en Oriente Próximo; sin embargo, China no querrá asumir riesgos. Intentará proyectar una imagen de país comprometido con la paz, pero sin involucrarse de manera directa en la dinámica local. Además de su clásica aversión a toda interferencia, su posición responde en parte a su reducido margen de maniobra, pero también a las incertidumbres sobre el nuevo escenario que abre la crisis.

El ataque de Hamás y la respuesta israelí transformarán la geopolítica regional. El fracaso sin paliativos de la estrategia de Netanyahu con respecto al problema de Palestina (la política de opresión y división ha dinamitado la seguridad nacional), y la expectativa de que un acuerdo Israel-Arabia Saudí propiciaría una menor presencia norteamericana y aislaría a Irán sin abrir un vacío que pudiera ocupar China, son ya historia. Aunque Washington tendrá que volver a implicarse en la región, una extensión del conflicto hará inviable la neutralidad de Pekín y complicará su ambición de convertirse en potencia alternativa a Estados Unidos entre las naciones del Sur global.

EEUU-China: un juego con cartas marcadas

Estados Unidos quiere que China ejerza su influencia  en Oriente Próximo (apoyo financiero a Irán, inversiones en Arabia e Israel, proyectos en Jordania, acuerdos comerciales con Turquía) para que evite nuevos ataques terroristas contra Israel y aliente una disposición de Israel a aliviar la presión sobre Gaza.

Biden, bajo en popularidad en su propio país, en medio de un momento de extrema tensión internacional con muchos frentes abiertos, trata de ejercer liderazgo en un escenario en el que pocos más los pueden ejercer. EEUU tiene autoridad moral e histórica, capacidades militares, económicas y tecnológicas suficientes y muchos aliados, pero aún así necesita apoyos entre quienes si sitúan al otro lado y tienden a comprender los crímenes terroristas cuando se ejecutan contra Occidente y sus valores y debilitan al adversario preferido: EEUU.

Biden calcula que la incertidumbre internacional, el frenazo de Rusia en Ucrania y la propia crisis interna china pueden mover a Pekín y a su tradicional pragmatismo a actuar tratando de calmar las aguas.

El dilema chino ante la crisis entre Israel y el islamismo terrorista no es fácil de resolver; son demasiados los factores en juego y unas claves emocionales, políticas, religiosas e históricas alejadas de los conceptos chinos de gestionar las crisis. Pekín está en un mundo ideológico que le une al discurso de la izquierda radical y a la obsesión anti EEUU también compartida por parte de la extrema derecha. Y, a la vez, necesita un mundo más tranquilo donde la lucha contra los valores occidentales se hagan por cauces más suaves, minando las instituciones y, sobre todo, que permita seguir haciendo negocios y acumular capitales a costa de las sociedades abiertas y democráticas.

China se ve desplazada en estos momentos en las grandes crisis internacionales y necesita ejercer de segunda potencia mundial y aparecer en la foto de algún tipo de acuerdo en Oriente Próximo busca un espacio que ocupar que sea compatible con sus intereses actuales.

Y, además, tiene que aparecer como que Estados Unidos necesita a Pekín como aliando coyuntural sin dejar de ser el enemigo a batir y el causante de todos los males del mundo, un juego en el que ambas potencias juegan con sus propias cartas y, además, las llevan marcadas por si acaso.