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INTERREGNUM: Scholz en Pekín. Fernando Delage

por: Fernando Delage
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Durante los últimos meses, además de intentar reducir la tensión bilateral con Estados Unidos, Pekín también se ha esforzado por mitigar la hostilidad de la Unión Europea. La asociación “sin límites” con Rusia despertó la inquietud del Viejo Continente, ya preocupado por la dependencia de China durante la pandemia, mientras que la República Popular ha criticado la estrategia europea de “de-risking”. La decisión de Bruselas de sancionar a una serie de compañías chinas por sus vínculos con Rusia, y la reciente investigación sobre las subvenciones a vehículos eléctricos, han molestado especialmente a Pekín. China necesita, no obstante, asegurar el mantenimiento de las inversiones europeas en su mercado, y evitar un frente transatlántico unido contra sus intereses. Ambos objetivos proporcionaron el contexto de la visita a Pekín, la semana pasada, del canciller alemán, Olaf Scholz.

En su segundo viaje a la República Popular, Scholz estuvo acompañado por una docena de líderes empresariales. Pese a la intención de la ministra de Asuntos Exteriores (y líder de los Verdes), Annalena Baerbock, de ejercer una mayor presión sobre Pekín, especialmente en materia de derechos humanos, y sin seguir tampoco al pie de la letra la posición defendida por la Comisión Europea, las prioridades del canciller continúan siendo las económicas. El comercio bilateral superó en 2023 los 250.000 millones de euros, mientras que las inversiones directas alemanas en el gigante asiático alcanzaron casi 12.000 millones de euros en 2023, una cifra sin precedente. (Entre 2021 y 2023, Alemania invirtió en China más que en todo el lustro anterior).

Para los fabricantes de automóviles y la industria química en particular, China sigue siendo vista como una tierra de oportunidades. En su encuentro con Scholz, el presidente Xi Jinping elogió por ello la cooperación con Berlín, sin desaprovechar la ocasión para advertir contra la política comercial de la UE y los riesgos de un auge del proteccionismo. (Sólo unos días antes, el ministro de Comercio, Wang Wentao, denunció la propuesta de sanciones de la Comisión a la industria china de renovables).

En el terreno político, Scholz quiso convencer a Xi para que China participe en la conferencia de paz sobre Ucrania que Suiza organizará a mediados de junio. Un centenar de países han sido invitados, pero no Rusia. Sin la presencia de Putin, Xi tampoco asistiría, según han declarado los portavoces del gobierno chino. Aunque el canciller alemán se comprometió por otra parte a presionar para que China ponga fin a la exportación de bienes de doble uso y de drones a Rusia, fue Xi quien criticó a Occidente por enviar armamento a Ucrania.

Con una baja tasa de popularidad y una economía en dificultades, Scholz no puede permitirse una erosión de las relaciones con China a un año de las próximas elecciones. La cuestión es si la defensa de esos intereses al margen del contexto geopolítico, y sin atender lo que le reclaman Estados Unidos, Japón y sus socios europeos, es una estrategia sostenible a largo plazo.

La visita de Scholz será seguida por la de Xi a Francia, Hungría y Serbia a principios de mayo, la primera del presidente chino a Europa en cinco años. En Francia, donde se conmemorarán los 60 años de establecimiento de relaciones diplomáticas, Xi presionará una vez más contra la estrategia china de la UE, mientras que Macron demandará una mayor reciprocidad en el acceso al mercado chino, además de discutir sobre Ucrania y la situación en Oriente Próximo.

Las reuniones de Xi con los dos principales líderes europeos limitará una escalada de confrontación, pero sin poder corregir el choque de perspectivas sobre las relaciones entre China y el Viejo Continente. Pekín quiere profundizar en su asociación estratégica con Europa—e intentar así separar a esta última de Estados Unidos—, mientras la UE querría ver una mejor disposición al diálogo por parte china. El comportamiento de algunos Estados miembros complica, sin embargo, todo esfuerzo de definición de los objetivos últimos que deben guiar la política de Bruselas hacia la República Popular.

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