Home Asia Interregnum: Trilateralismo en el noreste asiático. Fernando Delage

Interregnum: Trilateralismo en el noreste asiático. Fernando Delage

por: 4ASIA
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En noviembre de 2023, después de cuatro años sin reunirse, los ministros de Asuntos Exteriores de China, Japón y Corea del Sur retomaron su encuentro trilateral. Aunque éste tenía como objeto preparar una cumbre de los líderes de los tres países un mes más tarde, esa reunión no se ha celebrado finalmente hasta el 27 de mayo, cuando el presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, recibió en Seúl a los primeros ministros de Japón y de China, Fumio Kishida y Li Qiang, respectivamente. Sin que pudieran esperarse decisiones concretas, la restauración de la cumbre trilateral (no se había convocado desde 2019, aunque se estableció con carácter anual en 2008) es reveladora, no obstante, de los cambios que se están produciendo en la dinámica geopolítica asiática.

Dos grandes variables explican el interés de los tres actores por recuperar el formato. El primero de ellos es el cambio que se ha producido en las relaciones entre Japón y Corea del Sur desde la llegada al poder de Yoon en 2022. Si las tensiones bilaterales fueron una de las causas de la suspensión de la cumbre desde hacía cinco años, el acercamiento de ambos gobiernos, inclinados a dejar atrás sus disputas históricas, marca un giro histórico en la diplomacia regional. El motivo fundamental de esa transformación no es, naturalmente, otro que China. El apoyo de Pekín a Moscú en la guerra de Ucrania, la expansión de las capacidades militares de Corea del Norte, y el aumento de la presión china sobre Taiwán, han agravado la percepción que surcoreanos y japoneses tienen de la amenaza que representa la República Popular, lo que ha conducido, a su vez, a profundizar de manera conjunta en la cooperación de seguridad con Washington, como quedó reflejado en Camp David en julio del pasado año.

De este modo, si en sus primeros años la cumbre trilateral sirvió para demostrar la desconfianza de Pekín y Seúl hacia Tokio, ahora son estos dos últimos gobiernos los que se han unido contra el desafío chino. Hay, con todo, un elemento adicional en su aproximación, y es el hecho de que ambos países no tienen interés alguno en romper sus vínculos económicos con la República Popular—es su mayor socio comercial—, ni comparten las inclinaciones proteccionistas de la administración norteamericana.

El segundo factor que justifica la cumbre es el interés de China, preocupada como está por la formación de distintas coaliciones contra ella. Pese a sus intentos por erosionar las alianzas de Estados Unidos en la región, ha visto en poco tiempo cómo éstas se han fortalecido por el contrario: al QUAD y al AUKUS se han sumado el ya mencionado acuerdo trilateral entre Washington, Tokio y Seúl de 2023—cuya segunda cumbre se celebrará en julio—, y el concluido entre Washington, Tokio y Filipinas en abril. En marzo se celebró asimismo un encuentro trilateral entre Estados Unidos, Corea del Sur e India sobre tecnología, y—en julio—la cumbre de la OTAN en Washington volverá previsiblemente a pronunciarse sobre las acciones chinas.  

Las inquietudes de Pekín van, no obstante, más allá del reforzamiento de la presencia norteamericana en el Indo-Pacífico. Una cuestión particular es Corea del Norte. Desde que, en 2009, se produjera la última ronda de las Conversaciones a Seis Bandas sobre el problema nuclear norcoreano, la cumbre China-Japón-Corea del Sur es uno de los escasos instrumentos diplomáticos que permite afrontar la amenaza. Mientras la cumbre dejó de celebrarse, no sólo han aumentado las capacidades nucleares y de misiles de Pyongyang, sino que la amistad de Kim Jong Un con el presidente ruso, Vladimir Putin, complica los planes de Pekín de actuar como mediador. El anuncio por parte de Japón de que Kishida podría viajar a Corea del Norte para reunirse con Kim (sería el primer encuentro formal a ese nivel entre los dos países en veinte años) tampoco provoca el entusiasmo de las autoridades chinas.

En último término, China, Japón y Corea del Sur son conscientes de su interdependencia política y económica, como lo son también de las consecuencias que tendría para la estabilidad regional el regreso de Trump a la Casa Blanca. Unidos pese a sus divergencias, el contexto estratégico propicia pues la restauración del diálogo entre tres potencias situadas en el centro de la economía y de los equilibrios geopolíticos del planeta.

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