La turbia maniobra el presidente surcoreano, analizada en esta misma página por Fernando Delage, para imprimir un giro autoritario a su gestión y su gobierno, es un mal síntoma. A las dictaduras existentes, que sobreviven exhibiendo sus miserias y arrastrando a ellas a sus ciudadanos, y los sistemas autoritario que son en realidad dictaduras cínicamente disfrazadas de democracias, se van sumando aspirantes a mandar sin respetar instituciones, preceptos legales ni libertades individuales.
Lo de Corea del Sur no ha sido un error sino un proyecto fracasado que afortunadamente fue breve por la reacción de la sociedad y el Parlamento y que probablemente aún puede tener consecuencias imprevistas y graves.
Corea del Sur es desde hace décadas una democracia sólida en un país vanguardia del crecimiento y la modernidad vecino de una de las dictaduras más despiadadas del planeta. En una región donde la democracia es una excepción y donde China aspira a extender su influencia y su modelo de partido único lo de Seúl es algo más que un aviso. Es un síntoma de crisis moral e institucional que merece una atención continuada.
El sureste asiático es un mosaico de dictaduras y regímenes de aspiraciones democráticas y vulnerables; Taiwán es una democracia acosada por China; Filipinas se mueve entre unas instituciones débiles y la nostalgia del pasado autoritario y al fondo del escenario China refuerza día a día su capacidad militar. En ese marco mueve Occidente con alianzas necesarias y algunos aliados dudosos.