INTERREGNUM: La gira de Macron. Fernando Delage  

La asistencia del presidente de Francia, Emmanuel Macron, al Diálogo de Shangri-La en Singapur para pronunciar este año la conferencia inaugural, le ha permitido realizar una gira en la que incluyó a otros dos países del sureste asiático: Vietnam e Indonesia. Ha sido la primera vez que un líder europeo abre este importante foro sobre seguridad en Asia, y la primera visita de un presidente francés al sureste asiático en cerca de una década. Como revela su viaje, pese a las preocupaciones más inmediatas de Ucrania y Gaza, los dirigentes europeos son más conscientes que nunca de la necesidad de prestar mayor atención al Indo-Pacífico.

Si, en parte, el periplo de Macron debe leerse en clave francesa, su motivación y objetivos, en efecto, van más allá. El presidente comenzó su discurso en Singapur confesando el error de no haber aceptado la primera invitación al foro hace siete años. Fue justamente en 2018 cuando, desde Australia, Macron lanzó la estrategia francesa hacia el Indo-Pacífico, proponiendo una tercera vía a las naciones asiáticas frente a la rivalidad entre Estados Unidos y China. Desde entonces su atención y visitas se centraron en los tres grandes (China, Japón e India) y en los territorios franceses del Pacífico Sur. Extendiendo esta vez su mirada hacia el resto de la región, y emulando el famoso discurso del general de Gaulle en Phnom Penh—la capital de Camboya—en 1966, Macron defendió su concepción de un orden internacional equilibrado, cimentado en una estructura multilateral, y en el que las potencias medias puedan desempeñar un papel de mediación.

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y sus amenazas de guerra comercial han vuelto a hacer más que pertinente ese mensaje. No se trataba por tanto de una simple visita de Estado con objetivos comerciales y culturales franceses: lo que está en juego es cómo ampliar la influencia de Europa en esta parte del mundo. Por su población (650 millones de habitantes), economías en pleno crecimiento, y relevancia geopolítica, la elección del sureste asiático no ha sido por ello casual. Objeto de la competición entre Washington y Pekín, en el terreno económico como en el de seguridad, los Estados de la zona tratan de diversificar sus socios; una demanda a la que responde Francia—y, a través de ella, la UE—como interlocutor fiable y respetuoso de su soberanía e independencia.

Macron se esforzó por defender la posición europea con respecto a las guerras en Ucrania y Gaza. En relación con la primera subrayó las consecuencias globales de la agresión rusa. Al no respetar la integridad territorial ucraniana, Moscú también desestabiliza Asia, como revelan—según indicó—la presencia de soldados norcoreanos en suelo europeo, o el aumento del riesgo de una acción china sobre Taiwán. “Si abandonamos Gaza, dijo por otra parte, y dejamos que Israel pueda hacer lo que le parezca, aun cuando condenemos los atentados terroristas, perderemos nuestra credibilidad en el resto del mundo”. En otro orden de cosas, el presidente insistió en el compromiso europeo con el fortalecimiento de su autonomía estratégica, pilar de la nueva alianza que propuso entre Europa y Asia.

La voluntad francesa de implicarse de manera proactiva en la geopolítica del Indo-Pacífico, ofreciéndose como contrapeso y alternativa a las superpotencias, se ha hecho evidente. La cuestión es si este viaje servirá para que los gobiernos del sureste asiático abandonen sus reservas sobre las capacidades europeas en un contexto de quiebra de la relación transatlántica. Las inversiones masivas chinas eclipsan las iniciativas del Viejo Continente, mientras que la presencia militar europea dista de la más mínima comparación con Estados Unidos. Pretender desempeñar un papel de primer orden se contradice con las realidades sobre el terreno y con una política no siempre consistente. Asegurar la realización de sus propuestas es la primera condición para que los europeos puedan abrirse un espacio propio en Asia.

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