CHINA EN TRANSICIÓN: DESARROLLO, DIPLOMACIA Y SOSTENIBILIDAD EN LA NUEVA ERA DE XI JINPING. Sergio Trigo Saugar

El presente dossier reúne una serie de artículos dedicados a analizar la transformación de Zhōngguó (中国) ante el desafío climático global y su intento de articular un modelo propio de desarrollo sostenible. A través de una mirada multidimensional —económica, política y diplomática—, los textos examinan cómo el liderazgo chino busca equilibrar crecimiento, estabilidad y transición ecológica dentro de un marco ideológico definido por la shēngtài wénmíng (态文明, civilización ecológica) y la gòngtóng fùyù (共同富裕, prosperidad común).

El conjunto ofrece una reflexión sobre el llamado “equilibrio imposible” entre legitimidad, desarrollo y sostenibilidad, explorando tanto las tensiones internas del modelo de gobernanza ambiental chino como su proyección internacional a través de la diplomacia verde. Desde la política energética y la innovación tecnológica hasta la reorientación ecológica de la Yīdài Yīlù (带一路, Iniciativa de la Franja y la Ruta), este dossier busca aportar una visión integral de la ecopolítica china y su papel en la redefinición del orden climático global del siglo XXI.

 

Del crecimiento al equilibrio: China frente a la crisis climática del siglo XXI

El dilema central del desarrollo de China (Zhōngguó) reside en su intento de reconciliar el crecimiento económico sostenido con los compromisos medioambientales. Pekín plantea este equilibrio no como una disyuntiva entre economía y ecología, sino como una síntesis progresiva que redefine los parámetros del desarrollo bajo la noción de “civilización ecológica” (shēngtài wénmíng, 生态文明). Sin embargo, en la práctica, el Estado prioriza frecuentemente la seguridad energética y la estabilidad social frente a los objetivos de descarbonización, especialmente en contextos de desaceleración económica o crisis de suministros. El discurso político legitima estas decisiones apelando a la idea de una “transición ordenada”, en la que las restricciones ambientales deben adaptarse al ritmo del crecimiento, evitando “saltos disruptivos” que puedan generar desempleo o inflación. Este enfoque revela la tensión constante entre el imperativo del desarrollo y las exigencias del liderazgo climático global.

 

China afronta una encrucijada histórica. Tras cuatro décadas de crecimiento vertiginoso, el país se ha convertido en la segunda economía del mundo, pero también en el mayor emisor global de gases de efecto invernadero (GEI). Según el Global Carbon Project (2023), China es responsable de alrededor del 31 % de las emisiones mundiales de CO₂, superando ampliamente a Estados Unidos y a la Unión Europea. Este liderazgo en las emisiones plantea un dilema estructural: ¿cómo mantener la expansión económica y la mejora del bienestar sin comprometer la estabilidad climática del planeta?

  1. De la industrialización intensiva a la “civilización ecológica”

Desde la llegada de Xi Jinping al poder, el discurso medioambiental ha pasado de ser un complemento al desarrollo a convertirse en un pilar de legitimidad del Estado. El concepto de “civilización ecológica” (生态文明, shēngtài wénmíng), incorporado incluso en la Constitución china en 2018, redefine el crecimiento económico como una empresa conjunta entre prosperidad y sostenibilidad (Li & Wang, 2022). Este marco ideológico no es meramente retórico: implica un cambio profundo en la planificación estatal, en la producción industrial y en la diplomacia energética.

China se ha fijado dos metas estratégicas: alcanzar el pico de emisiones antes de 2030 y lograr la neutralidad de carbono en 2060 (Tong et al., 2022). Estas metas, conocidas como los objetivos “dual carbon” (双碳目, shuāngtàn mùbiāo), constituyen una reforma sistémica que afecta a todos los sectores productivos, al sistema financiero y al modelo de gobernanza ambiental. Su consecución no depende únicamente de la voluntad política, sino también de la capacidad tecnológica, administrativa y científica del país para transformar su matriz energética y sus patrones de consumo.

Comparar el modelo de Zhōngguó con los mecanismos de transición europeos y estadounidenses permite dimensionar su singularidad. Mientras la Unión Europea ha consolidado su Sistema de Comercio de Emisiones (ETS) como un instrumento de mercado maduro que cubre múltiples sectores, el ETS chino, lanzado en 2021, sigue en una fase inicial y limitada al sector eléctrico, con un control estatal más fuerte y menor participación del sector privado. En el plano diplomático, la diplomacia climática europea se apoya en la exportación normativa y en la condicionalidad ambiental en acuerdos comerciales, mientras que Zhōngguó combina la cooperación técnica y la financiación verde a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Yīdài Yīlù, 带一路), proyectando una narrativa de equidad y “responsabilidades comunes pero diferenciadas” (gòngtóng dàn yǒu qūbié de zérèn, 共同但有区别的责任). Por su parte, Estados Unidos, tras su retirada temporal del Acuerdo de París bajo la administración Trump, ha retomado protagonismo con la Inflation Reduction Act (IRA), centrada en subsidios y liderazgo tecnológico. En conjunto, estos modelos reflejan tres visiones distintas de la transición: la regulatoria europea, la industrial-estatal de Zhōngguó, y la de incentivos de mercado estadounidense.

 

Además, en septiembre de 2025, en el marco del Acuerdo de París, China reafirmó y amplió estos compromisos, anunciando nuevas metas intermedias centradas en aumentar la proporción de energías renovables en el consumo primario, mejorar la eficiencia energética nacional y reforzar los mecanismos de cooperación internacional en materia climática (CPPCC, 2025). Estas medidas buscan garantizar que la transición hacia una civilización ecológica (态文明, shēngtài wénmíng) se desarrolle de forma ordenada, sostenible y en sintonía con los objetivos globales de mitigación del cambio climático.

  1. Avances estructurales: la transición hacia energías limpias

Durante la última década, China ha liderado la expansión mundial de las energías renovables. En 2024, representaba cerca del 50 % de toda la capacidad solar instalada y más del 40 % de la eólica global (IEA, 2024). Además, el 92,9 % del aumento de la demanda eléctrica en 2020 fue cubierto con generación baja en carbono, reduciendo la intensidad de emisiones del sistema eléctrico a mínimos históricos (Zhu et al., 2021).

La inversión masiva en tecnologías limpias no responde únicamente a una preocupación ambiental, sino también a una lógica geoestratégica. La “revolución verde” permite a China reducir su dependencia de combustibles fósiles importados y consolidar su posición como potencia exportadora de equipos de energías renovables. El desarrollo del sector del vehículo eléctrico, liderado por empresas como BYD, NIO o CATL, refleja esta integración entre política ambiental e innovación industrial (Wu & Chen, 2023).

El desarrollo del sector del vehículo eléctrico, liderado por empresas como BYD, NIO o CATL, refleja esta integración entre política ambiental e innovación industrial (Wu & Chen, 2023). En 2024, China representó más del 60 % de las ventas globales de vehículos eléctricos, con más de 9 millones de unidades vendidas, y una producción anual de baterías superior a 1,3 teravatios-hora (TWh), de los cuales cerca del 70 % fue exportado o utilizado por fabricantes extranjeros. Además, el país cuenta con más de 2,6 millones de puntos de recarga públicos, consolidando la red de infraestructura más extensa del mundo.

Estos avances se integran en la estrategia de transición energética nacional, que busca sincronizar el desarrollo de energías limpias —como los más de 430 GW de capacidad solar y 390 GW eólica instalados en 2024— con la electrificación del transporte y la digitalización de la industria automotriz. De este modo, el vehículo eléctrico se convierte en un pilar clave del nuevo modelo de crecimiento verde impulsado por el Estado chino.

Además, el gobierno ha implementado un mercado nacional de emisiones de carbono —el más grande del mundo en número de instalaciones cubiertas— que comenzó a operar en 2021. Aunque todavía presenta limitaciones en cuanto a cobertura sectorial y control de precios, su existencia simboliza un cambio sustancial en la política ambiental china (Hao & Yang, 2022 Paralelamente, el plan “1 + N” —una hoja de ruta integral que combina objetivos nacionales con estrategias sectoriales— busca coordinar las acciones de todos los ministerios y gobiernos locales (Assessing the Policy Gaps, 2025).

En este marco, el “1” hace referencia al documento central del plan, el cual establece la estrategia nacional general de neutralidad de carbono y define las metas principales de reducción de emisiones, transición energética y desarrollo verde. Por su parte, la “N” alude al conjunto de planes, normativas y políticas complementarias elaboradas por los distintos ministerios y gobiernos locales —por ejemplo, en los sectores de la energía, la industria, el transporte o la construcción— que detallan cómo se implementarán los objetivos nacionales en cada ámbito.

Esta estructura en capas permite a China articular una política climática coherente y jerarquizada, en la que las directrices nacionales se traducen en acciones específicas adaptadas a las condiciones regionales y sectoriales.

  1. La contradicción estructural del carbón

A pesar de los avances, el carbón sigue siendo el talón de Aquiles del modelo energético chino. En 2023, más del 55 % de la generación eléctrica provenía de este combustible, y se aprobaron nuevas plantas por razones de seguridad energética y presión regional (Deng et al., 2024). El gobierno central, temeroso de apagones como los ocurridos en 2021, mantiene un equilibrio complejo entre garantizar el suministro y reducir la huella de carbono.

Este fenómeno refleja una “contradicción estructural” en el proceso de transición energética: las provincias con mayor dependencia del carbón son también las más vulnerables a la desindustrialización y al desempleo. Por tanto, la neutralidad de carbono no es solo un desafío tecnológico, sino un proceso político y social de redistribución de oportunidades (Tong et al., 2022). La gestión de esta tensión territorial es uno de los mayores retos del liderazgo chino.

El carbón (méi, ) sigue siendo el principal desafío estructural de la transición energética de Zhōngguó. A pesar de los avances en energías renovables, esta fuente continúa aportando más del 55 % de la generación eléctrica nacional. Su papel como energía de respaldo —necesaria para garantizar la estabilidad del sistema en picos de demanda o caídas en la producción solar y eólica— dificulta una sustitución inmediata. No obstante, el gobierno ha promovido una estrategia de sustitución parcial basada en la expansión del gas natural, el desarrollo del almacenamiento energético y la instalación de centrales híbridas que combinan combustibles fósiles con fuentes limpias. Este modelo transicional refleja una lógica pragmática: avanzar hacia la neutralidad de carbono sin comprometer la seguridad energética.

  1. Gobernanza y desafíos institucionales

El éxito de las políticas ambientales chinas depende de su implementación a nivel local. Si bien Pekín ha diseñado un marco normativo ambicioso, las diferencias en capacidades institucionales, incentivos económicos y niveles de cumplimiento entre provincias generan disparidades considerables (Deng et al., 2024). Algunas regiones costeras, como Jiangsu o Guangdong, avanzan hacia modelos de producción verde y digitalización industrial, mientras que provincias interiores como Shanxi o Ningxia siguen ancladas a economías extractivas.

El problema de la gobernanza ambiental en China está íntimamente ligado a la estructura jerárquica del Partido-Estado. Como señalan Chen y He (2023), los gobiernos locales tienden a priorizar el crecimiento económico y los indicadores de empleo sobre los ambientales, especialmente en contextos de desaceleración. Aunque el Ministerio de Ecología y Medio Ambiente ha fortalecido sus mecanismos de supervisión, el cumplimiento real depende de la coordinación interinstitucional y del equilibrio entre sanciones y estímulos.

  1. Diplomacia climática y liderazgo global

En el plano internacional, China busca consolidarse como un actor indispensable en la gobernanza climática global. Desde la firma del Acuerdo de París (2015), Pekín ha adoptado una estrategia dual: por un lado, se presenta como defensor del multilateralismo ambiental y del principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”; por otro, impulsa un modelo de desarrollo verde adaptado a sus intereses nacionales, con el que combina sostenibilidad y competitividad económica (Gratius & Debasa, 2024).

La retirada temporal de Estados Unidos del Acuerdo de París durante la administración Trump (2017-2021) supuso una oportunidad geopolítica y diplomática para China, que aprovechó el vacío de liderazgo dejado por Washington para reafirmarse como un socio confiable y estable en la agenda climática internacional. Mientras la administración estadounidense desmantelaba parte de su política ambiental y reducía su financiación a los mecanismos multilaterales, Pekín intensificó su presencia en los foros internacionales, presentándose como garante del orden climático global y promotor del consenso entre el Sur Global y las economías desarrolladas.

En esos años, China fortaleció su cooperación con la Unión Europea en materia de transición energética, mercados de carbono y tecnologías limpias, consolidando un eje verde euroasiático que contrarrestó el aislamiento estadounidense. Además, su creciente inversión en energías renovables, movilidad eléctrica e infraestructura sostenible le permitió proyectar una imagen de liderazgo tecnológico y compromiso a largo plazo con la descarbonización.

En la actualidad, Pekín mantiene ese papel protagonista. Tras el regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París bajo la administración Biden, China continúa siendo el mayor inversor mundial en energías renovables, con una capacidad combinada solar y eólica que en 2025 superó los 820 gigavatios, y un sistema de comercio de emisiones que se expande hacia los sectores del acero, cemento y aluminio. Estas fortalezas estructurales le permiten ejercer un liderazgo pragmático y sostenido, frente a un modelo estadounidense más sujeto a los ciclos políticos internos y a la polarización doméstica.

De este modo, la ventaja de China frente a Estados Unidos no reside únicamente en su capacidad industrial o tecnológica, sino en la consistencia de su narrativa y estrategia climática, basada en la continuidad política, la planificación estatal y la integración de la transición ecológica en su modelo de desarrollo. Esta combinación de visión a largo plazo, diplomacia activa y coherencia institucional ha permitido a Pekín posicionarse como un referente global en la gobernanza climática del siglo XXI, especialmente en momentos en los que otras potencias han mostrado vacilaciones o retrocesos en su compromiso ambiental.

No obstante, su papel sigue siendo ambivalente. Mientras financia megaproyectos de energía solar y eólica en el extranjero, China continúa exportando infraestructura fósil a países en desarrollo bajo la Belt and Road Initiative (BRI), aunque con una reducción significativa desde 2021 (Zhou et al., 2023). En 2022, Xi Jinping anunció la suspensión del apoyo financiero a nuevas plantas de carbón en el exterior, un gesto interpretado como el inicio de la BRI verde. Esta evolución demuestra cómo la política ambiental china también se utiliza como instrumento de diplomacia económica y proyección global.

  1. Innovación, sostenibilidad y legitimidad política

El tránsito hacia un modelo bajo en carbono no solo responde a una necesidad ecológica, sino también a una lógica de legitimación del poder. La narrativa de “prosperidad común” y de “desarrollo armonioso con la naturaleza” se ha integrado en el discurso del Partido Comunista como muestra de la superioridad del modelo chino frente al occidental (Li & Wang, 2022). En este sentido, la sostenibilidad se convierte en un elemento de cohesión nacional y de diferenciación ideológica.

China está invirtiendo masivamente en tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, inteligencia artificial aplicada a la gestión energética y reforestación masiva. El programa de “bosques nacionales de carbono” ha permitido aumentar la cobertura forestal hasta un 24 % del territorio en 2023 (FAO, 2024). Estas políticas no solo contribuyen a la mitigación, sino que refuerzan el control estatal sobre el territorio y la planificación ambiental.

La implementación de las políticas climáticas en Zhōngguó evidencia fuertes disparidades territoriales. Provincias como Guangdong (Guǎngdōng, 广), pionera en la creación de mercados locales de emisiones y en la promoción de la movilidad eléctrica, muestran un alto grado de adaptación a las políticas nacionales. En contraste, regiones dependientes del carbón, como Shanxi (Shānxī, 山西) o Mongolia Interior (Nèiménggǔ, 内蒙古), afrontan procesos de reconversión complejos, que combinan cierres de minas con programas de reempleo y desarrollo de energías renovables. Estos casos ilustran el carácter multinivel y asimétrico de la gobernanza ambiental de Zhōngguó: mientras el gobierno central define las metas, las autoridades locales determinan su aplicación según sus estructuras económicas y capacidades administrativas.

  1. Perspectivas futuras: hacia una nueva China ecológica

El camino hacia la neutralidad climática está plagado de obstáculos. Persisten las tensiones entre seguridad energética, competitividad industrial y compromiso ambiental. Sin embargo, la magnitud del desafío también revela la capacidad transformadora del Estado chino. Como sostienen Tong et al. (2022), la transición ecológica en China es “la má La transición ecológica de Zhōngguó se apoya en una profunda transformación industrial y tecnológica, guiada por planes estatales de innovación. Programas como “Made in China 2025” (Zhōngguó zhìzào 2025, 中国制造2025) y el 14.º Plan Quinquenal (Shísìwǔ guīhuà, 十四五规划) integran la sostenibilidad como eje del desarrollo manufacturero y digital. Iniciativas como el Plan de Innovación Verde impulsan la investigación en baterías de nueva generación, captura y almacenamiento de carbono (CCUS), y sistemas de inteligencia artificial aplicados a la gestión energética. Empresas líderes como BYD, NIO y CATL se benefician de este marco estratégico, convirtiéndose en símbolos de la convergencia entre política ambiental e industrial. En 2024, Zhōngguó representaba ya más del 60 % de la capacidad mundial de producción de baterías de litio y el 70 % de las exportaciones de vehículos eléctricos, lo que le confiere una posición dominante en las cadenas globales de valor verde profunda reestructuración económica desde la reforma y apertura de 1978”.

De lograr sus objetivos, China podría redefinir los parámetros del desarrollo global, ofreciendo un modelo alternativo al paradigma occidental. Pero el riesgo de incoherencia —entre discurso y práctica, entre ambición y ejecución— sigue siendo elevado. El futuro del “dragón verde” dependerá, en última instancia, de su capacidad para convertir la sostenibilidad en motor de legitimidad, prosperidad y estabilidad internacional.

La implementación de las políticas climáticas en Zhōngguó evidencia fuertes disparidades territoriales. Provincias como Guangdong (Guǎngdōng, 广), pionera en la creación de mercados locales de emisiones y en la promoción de la movilidad eléctrica, muestran un alto grado de adaptación a las políticas nacionales. En contraste, regiones dependientes del carbón, como Shanxi (Shānxī, 山西) o Mongolia Interior (Nèiménggǔ, 内蒙古), afrontan procesos de reconversión complejos, que combinan cierres de minas con programas de reempleo y desarrollo de energías renovables. Estos casos ilustran el carácter multinivel y asimétrico de la gobernanza ambiental de Zhōngguó: mientras el gobierno central define las metas, las autoridades locales determinan su aplicación según sus estructuras económicas y capacidades administrativas.

Breve biografía: Sergio Trigo Saugar es contratado predoctoral en la Universidad Rey Juan Carlos, donde desarrolla su labor investigadora y docente en el ámbito de las relaciones internacionales, con un enfoque especializado en China y la Unión Europea.

Licenciado en Historia por la Universidad Rey Juan Carlos, obtuvo el Premio Extraordinario Fin de Grado otorgado por la Comunidad de Madrid y por la propia universidad. Ha completado su formación con diversos estudios de posgrado, entre ellos el Máster Universitario en Unión Europea y China, en el que analizó la evolución política y estratégica del país asiático bajo el liderazgo de Xi Jinping.

En el ámbito docente, imparte asignaturas relacionadas con la historia, cultura y política exterior de China, así como con sus vínculos con la Unión Europea y el nuevo orden internacional. Además, ha participado en actividades académicas y de divulgación vinculadas a la cooperación educativa y cultural entre España y China.

Como investigador y autor, ha publicado trabajos en revistas especializadas y capítulos de libros sobre la transformación de la política exterior china, el papel de Pekín en el orden global y las relaciones UE-China.

Comprometido con el intercambio académico y la diplomacia pública, coordina la sección joven de la Asociación Hispánica de Estudios de China (AHEC) y lidera el grupo Jóvenes Amigos de China dentro de la Asociación de Amigos de China, formando parte asimismo de su Junta Directiva.

Su trayectoria refleja una sólida combinación de excelencia académica, experiencia docente y vocación institucional, orientada a fortalecer los lazos entre España, China y la Unión Europea desde una perspectiva académica, cultural y estratégica.

 

Contratado Predoctoral

Universidad Rey Juan Carlos (URJC)

sergio.trigo@urjc.es

Bibliografía

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