Una vez sentadas las bases, en Singapur, de un acuerdo entre Corea del Norte y Estados Unidos, la potencia occidental está obligada a dar certidumbre y seguridad a sus aliados desde el fin de la II Guerra Mundial en un escenario en el que sus tradicionales enemigos, China y Corea del Norte, han robustecido su posición política.
El más expuesto de estos aliados de Occidente es Corea del Sur, que se ha apresurado a desarrollar su propia agenda con China y sus vecinos del norte, pero que, a la vez, está protegido por la dinámica misma pactada en Singapur, aunque obviamente, en medio de riesgos extraordinarios.
Otro caso es Japón, por razones históricas, estratégicas y culturales. Japón es una potencia económica, tiene una razonable fuerza militar de defensa, mantiene disputas marítimas y territoriales con China, alberga bases estratégicas de Estados Unidos y mantiene tanto compromiso como reservas respecto al nuevo escenario en el Pacífico.
Tras el acuerdo con Singapur, Tokio ha multiplicado sus guiños diplomáticos, no sólo con Estados Unidos y Corea del Sur, sino también con China y Rusia. A pesar de esto, Corea del Norte ha aumentado su presión sobre Japón advirtiendo a este país que si siguen sus dudas quedará al margen del gran acuerdo en desarrollo y Estados Unidos ha tenido que señalar que ningún acuerdo con Corea del Norte debilitará la amistad con Japón.
Son gestos para visualizar la continuidad y la estabilidad a pesar de los cambios y los riesgos, pero dan cuenta de la profundidad de los primeros y de los esfuerzos para no agrandar los segundos.