Las movilizaciones de la sociedad de Hong Kong han logrado parar, al menos de momento, la pretensión de China de dar una vuelta de tuerca más en la restricción de los derechos pactados con la población de la ex colonia británica en su acuerdo de retrocesión a China. La Ley de Extradición que Pekín quería aprobar en Hong Kong implicaría reafirmar la potestad de los jueces chinos para imponer un sistema judicial menos independiente y más severo a los ciudadanos de la ex colonia igualando su situación a la de los ciudadanos chinos, casi completamente indefensos ante unos tribunales controlados por el Estado.
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La movilización social ha demostrado que los sistemas totalitarios son brutales pero no impermeables a una opinión pública que les gustaría (y es uno de sus intentos más sofisticados, perversos y peligrosos) controlar y silenciar. Para sociedades como la coreana del norte o la de Taiwán, que mantiene sus libertades bajo una intensa presión china, son un ejemplo sobre cómo no siempre las dictaduras están completamente libres para imponer su voluntad en un mundo cada vez más complejo.
Y, una vez más, en un lamentable espectáculo que ya apenas sorprende, en las sociedades democráticas europeas reina un estruendoso silencio ante unas movilizaciones que molestan a China. No es que brille la sensibilidad con estos asuntos en las calles de Europa, pero algo más se notaría si se tratara de movilizaciones contra regímenes autoritarios con coartadas de extrema derecha o simplemente no de izquierdas. Por ahora, la sociedad de Hong Kong está dando un ejemplo y China entiende que debe moderar algunos de sus gestos porque no tiene tanta libertad de actuar como había supuesto. Aunque la situación aún puede variar. (Foto: Alvin Ku)
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