Los esfuerzos de China en los últimos meses para recibir en buena situación comercial la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos parecen haber dado frutos. A pesar de dificultades y algunas tormentas económicas internas, las exportaciones de China, según datos oficiales de Pekín, superaron las expectativas en diciembre, registrando un crecimiento del 10,7% interanual, un incremento notable frente al pronóstico de los economistas, quienes estimaban un crecimiento del 7%. Este aumento se atribuye a la aceleración de las fábricas chinas para cumplir con pedidos antes de que Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, implante los aranceles más altos que ha prometido.
En contraste, las importaciones chinas también crecieron, aunque solo un 1% respecto al año anterior, superando las proyecciones de una contracción del 1,5%. Como resultado de este desequilibrio entre exportaciones e importaciones, el superávit comercial de China ascendió a 104.840 millones de dólares.
De todas las afirmaciones, promesas y bravatas del que va a ser presidente, otra vez, de los Estados Unidos, la amenaza de nuevos aranceles, en línea con lo que ya hizo durante su anterior mandato, es la que está generando preocupación mundial. El renacimiento y fortalecimiento del proteccionismo económico, que no es exclusivo de Estados Unidos, y que parece estar generando una loca competición entre diversas maneras de aumentar el intervencionismo de los Estados en una carrera antiliberal, es el lema amenazador, del momento. Y en eso Rusia y China son los grandes y veteranos maestros.
La batalla comercial entre Estados Unidos que se anuncia no va a ser una limpia batalla entre intervencionismo y mercados abiertos sino, desafortunadamente, entre estrategias con distintos grados de intervencionismo y argumentos populistas y en la que, el lado que viene del comunismo añade amenazas militares al libre comercio y a la soberanía de países vecinos.
