El último año de la década comienza con los mismos puntos de tensión de los últimos años con un aumento de tensión en Oriente Medio. La guerra de baja intensidad que se lleva a cabo con más o menos publicidad en los últimos meses entre Estados Unidos e Irán ha saltado a primera plana con la eliminación en Bagdad del general iraní Qasem Soleimani y sus más directos colaboradores. Soleimani, además de ser la mano derecha de Ali Jamenei, máximo dirigente religioso de Irán, situado por encima del Gobierno y autoridad de la principal rama del chiismo en todo el mundo, encabezaba la división Al Quds (que no por casualidad es el nombre árabe de Jerusalén) desplegada en Irak, entrena en operaciones “irregulares”, es decir terroristas en algunas ocasiones. Soleimani, mito para los iraníes que apoyan al régimen teocrático, dirigía la colaboración con Hizbullah, las relaciones con grupos terroristas palestinos que, aunque suníes, viven de las finanzas de Teherán y las operaciones contra Arabia Saudí en Yemen y otras partes.
Este golpe al gobierno de Teherán puede tener consecuencias que van más allá del aumento de tensión militar y posibles enfrentamientos y atentados. Puede aumentar las contradicciones internas entre los poderes iraníes, contra lo que se pueda pensar ya que Soleimani respondía sólo ante Jamenei y no ante el gobierno y, a la vez, estrecha los lazos de EEUU con aliados como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, últimamente dudosos de las vacilaciones de Donald Trump y el aumento de la influencia rusa aliada de Teherán.
Pero el escenario de Irak, donde chocan EEUU en Irán, no está aislado en una amplia región donde confluyen los intereses de China en su trazado de la nueva Ruta de la Seda, la creciente influencia rusa, los choques entre corrientes islámicas y poderosos intereses europeos sin que la Unión Europea haga otra cosa que pedir calma. “Cuando aparece una amenaza grave, mientras EEUU lanza un misil, la Unión Europea emite un comunicado”, dijo una autoridad militar norteamericana hace unos años”.