La reciente escaramuza entre India y Pakistán, pone de manifiesto el estrecho margen en el que se mueven los gobiernos pakistaníes, la inestabilidad permanente de Cachemira como contencioso pendiente y altamente explosivo desde la independencia de India y la creación de Pakistán y la creciente dependencia de la estabilidad regional en aquella zona de las políticas china y rusa.
Es difícil que el conflicto se convierta en regla abierta entre dos países que poseen armas nucleares, pero la historia ha demostrado en varias ocasiones que en los conflictos de alta intensidad latente basta a veces un hecho inesperado o un error de cálculo para que se salga de control.
Pakistán se mueve entre la necesidad de reprimir el terrorismo islámico, como ha demostrado la importante operación de la semana pasada, y la de respetar acuerdos y compromisos que, en la práctica le llevan a tolerar ciertas actividades, a partir de las cuales, además, juega algunas de sus armas diplomáticas. Así sucede, por ejemplo, con el talibán y la protección de un sector de ellos en relación con la población pastún.
Tras la agudización del conflicto en Afganistán, Pakistán tuvo que poner buena cara a occidente sin alterar mucho sus relaciones internas de poder y especialmente dentro del ISI, la gran agencia de inteligencia del país, con importantes complicidades con grupos islamistas. Pero el paso del tiempo ha cambiado muchas cosas. China ha estrechado sus lazos con Pakistán y se ha convertido en uno de los grandes inversores en el país que ha ganado importancia estratégica como paso hacia el Asia Central y como ruta de salida hacia el Índico y retaguardia de la flota china hacia occidente. Y Rusia, por su parte, aliado tradicional de India no tiene el menor interés en un conflicto de alta tensión. Y Estados Unidos, por cierto, perdiendo influencia regional y Europa es, apenas, una fuente de negocios con reducida capacidad de presión. (Foto: Richard Weil, Flickr)