El Tíbet, la otra represión. Nieves C. Pérez Rodríguez

La mal llamada “liberación pacífica del Tíbet” de Mao tuvo lugar en 1950 cuando el Ejército de Liberación Popular de China entró a la región del Himalaya a combatir las fuerzas enemigas de Xian Kai-sheck, que se encontraban en los alrededores del territorio. El Tíbet para entonces gozaba de autonomía y los países occidentales y vecinos mantenían relaciones directas con la región y había intercambios comerciales fluidos. Tras la derrota del ejército de Xian Kai-Sheck y de las tropas tibetanas, el Tíbet tuvo que negociar con el gobierno chino. Acordaron que el Tíbet reconocería que era parte del territorio chino y Beijing por su parte aceptaría respetar el estatus del Dalai Lama, la autonomía política de la región y el mantenimiento de una estructura autóctona del Tíbet.

El acuerdo no se cumplió y la injerencia del gobierno chino seguía aumentando. Las autoridades del PC chino siempre han dicho que hay que eliminar los comportamientos tibetanos porque le hacen daño a la gente y afecta su productividad. Seguramente basado en el principio marxista que dice que las religiones son el opio del pueblo.

Beijing esperó el momento para comenzar a estrangular el acuerdo y 5 años más tarde había creado un todo un sistema administrativo paralelo al del Tíbet, impuso políticas restrictivas y comenzó a confiscar las riquezas de los monasterios budistas, lo que produjo el levantamiento de Litang en 1956 en los que participaron monjes y Beijing respondió con bombardeos, lo que llevó a la escapada del Dalai Lama al exilio y un cambio total de la estructura social tibetana. Entre los 60 y los 70 Beijing envío grandes contingentes de chinos han -la etnia mayoritaria- para repoblar la región. Aunque la situación mejoró considerablemente durante la era de Den Xiaoping, el territorio y el pueblo tibetano nunca vieron sus libertades autónomas restablecidas. Por el contrario, la década de los 90 trajo más restricciones para los tibetanos, aunque paralelamente Beijing hacía movimientos diplomáticos de cara a la galería mientras el Dalai Lama aumentaba su popularidad y reconocimiento.

La semana pasada se publicó un informe de la Fundación Jamestown en Washington D.C. en el que se afirma que el modelo que se implantó en el Tíbet se exportó a Xinjiang en cuanto al sistema de control social y prohibición de prácticas religiosas apoyado en un riguroso sistema de vigilancia social a través de cámaras ubicadas por todos los rincones de las ciudades. Aunque el informe va más allá, y sostiene que ahora el sistema de los centros de reeducación impuestos en Xinjiang -y de los cuales está publicación se ha hecho eco extensamente- están siendo copiados en el otro sentido, de Xinjiang al Tíbet.

Chen Quanguo fue el encargado en el 2011 de desarrollar el sistema policial del Tibet, que tal y como afirma un artículo de Kelsang Dolma publicado en Foreing Policy, es el sistema de mayor control en el mundo. El mismo personaje fue designado en el 2016 como secretario del PC chino en Xinjiang e impuso el mismo modelo en la región de los uigures. Chen fue también sancionado por el departamento del Tesoro estadounidense en julio de este año por su implicación en casos de abusos de los derechos humanos en ambas regiones.

El informe afirma que se tienen pruebas que desde el 2005 había algo parecido a unos centros de formación profesional en Lhasa, pero a una escala pequeña. El décimo primer plan de la nación china, que comprende el periodo del 2006 al 2010, especificaba que se llevaría a cabo un entrenamiento profesional en la Región del Tíbet.

En el 2012, en la Región de Chamdo se inició un entrenamiento militar para transformar la mano de obra del campo. En el décimo tercer plan nacional chino, que comprende el 2016-2020, el objetivo era entrenar a 65.000 tibetanos, incluidos rurales y de las urbes. Para el 2016 en Chamdo ya se habían establecido 45 de estos centros vocacionales de entrenamiento. Imágenes satelitales demuestran que en el 2018 uno de los centros fue expandido y cerrado con paredes altas de unos 3 metros de altura y rodeado por una cerca metálica.

Además del entrenamiento, estos centros recopilan datos y mantienen seguimiento de los ciudadanos. Con la excusa de ayudar con la búsqueda de trabajo, los participantes sin empleo deberán retornar ahí por lo que el control y rastreo es total.

Bajo la idea de “aliviar la pobreza” el PC chino establece estos centros vocacionales que tal y como describe el informe, son de naturaleza coercitiva y no de reclutamiento voluntario como intentan vender. Es un cambio radical de vida para los tibetanos, del nomadismo y la agricultura a la mano de obra asalariada.

En mayo del año en curso entró en rigor la “ley de la unidad étnica obligatoria” que busca la chinización del pueblo tibetano. Tiene como objetivo socavar el idioma, la cultura y la identidad del tibetano. Esta ley intenta materializar lo que no se ha podido conseguir en los últimos 60 años.

En el Tíbet ya existía un sistema altamente intrusivo de control, el llamado gestión de las redes sociales, en el que se controlaban los movimientos de los ciudadanos. Pero de continuar la exportación del modelo de los centros de Xinjiang, las escuelas vocacionales se convertirán en otro filtro más de rastreo social a pesar de -al menos de momento- no sean centros de internamiento extrajudicial como son en Xinjiang.

De acuerdo al informe, tan sólo en lo que va del 2020 medio millón de tibetanos provenientes de zonas rurales han recibido entrenamiento en estos nuevos centros de formación profesional. El plan del PC chino consiste en que los agricultores y pastores tibetanos entreguen sus tierras y rebaños a cooperativas administradas por el gobierno, por lo que pasan a ser asalariados. La formación profesional que reciben la hacen bajo un estilo militar rígido muy parecido, si no igual, al que hemos descrito que se lleva a cabo en Xinjiang, y es la razón por la que muchos expertos los describen como campos de concentración.

El informe afirma que estas acciones “son el ataque más fuerte nunca dirigido al modo de vida tibetano desde la revolución cultural de 1966 a 1976”.

Las políticas de Xi Jinping se parecen cada día más a las de Mao Zedong, a pesar de los años transcurridos, la espectacular transformación económica china y de la presión internacional contra la eliminación de los derechos de las minorías. Mientras Xi se pasea por los foros internacionales hablando de respeto, en China el respeto a quienes no siguen la línea oficial a rajatabla, practiquen algún tipo de creencia, o disientan en algún aspecto son vistos como peligro para el mantenimiento de los objetivos del partido.