La diplomacia china se ha movido, se está moviendo, con rapidez para ocupar los espacios de influencia y de mercado que la ofensiva arancelaria de Donald Trump está dejando en el sureste asiático. El presidente Xi ha estado de visita en Vietnam y seguirá su gira política por Camboya y Malasia, países que llevaban años aproximándose a Occidente o en buenas relaciones con Estados Unidos.
En Hanoi, el presidente chino ha firmado 45 acuerdos de colaboración con el gobierno vietnamita sobre Inteligencia Artificial y desarrollo de iniciativas tecnológicas e industriales y Xi ha planteado al gobierno de Vietnam poner las bases de un frente de resistencia a la política de EEUU en la región. Todo esto en medio de una marea nacionalista en China donde los canales oficiales y los intervenidos llevan semanas pidiendo un boicot total a los productos procedentes de Estados Unidos.
Pekín juega sus bazas y, además de reforzar su presencia en el sureste asiático, va a tratar de ampliar la brecha entre Europa y EEUU, a la vez que estrecha sus propios lazos con Moscú en la certeza de que Rusia necesita todo el apoyo chino posible al menos mientras dure la guerra en Ucrania y se mantengan las sanciones occidentales.
En ese espacio diplomático, Europa oscila entre buscar acuerdos comerciales con riesgo o añadir a estos acuerdos estratégicos que sugiere China y que operarían contra la relación Europa-EEUU. Ese es el dilema en el que la ambigüedad de los discursos solo añade confusión y debilidad con satisfacción de Pekín.