Las respectivas movilizaciones populares en Irán y China están suponiendo nuevos focos de inestabilidad y de preocupación en Occidente que cada vez tiene que encajar piezas nuevas junto cn sus intereses nacionales para enfrentar el nuevo orden que puede surgir de la invasión rusa de Ucrania y sus efectos secundarios.
En Irán, la sostenida movilización popular contra el gobierno del extremista Ebrahim Raisi no sólo está removiendo los cimientes del régimen teocrático sino que ha frenado en seco y ahora hace imposible el reacercamiento de Teherán a Estados Unidos y Europa para recuperar el acuerdo de desarrollo nuclear (supuestamente civil) de Irán. Aquel acuerdo, que abría de nuevo los mercados al petróleo iraní y que permitía el desarrollo de tecnología nuclear bajo vigilancia para impedir la fabricación de bombas y tecnología militar, fue cuestionado por Israel primero y Estados Unidos después (que lo acabó rompiendo) por entender que dilataba pero no impedía el proceso de fabricación de bombas atómicas para la dictadura iraní. La imposibilidad de atenuar la tensión regional, la tensión entre Turquía y Siria con los kurdos (algunas de cuyas milicias están sostenidas por EEUU) en medio, y los continuos ataques de Israel para impedir que Irán y Hizbullah s consoliden en las fronteras de Siria con Israel, no son exactamente elementos nuevos pero van aumentando la temperatura.
Y las movilizaciones en China, que han sorprendido a los expertos occidentales por su extensión, aunque no vayan a cambiar nada a corto plazo en el país, sí que pueden interferir en los planes exteriores chinos y llevar a Pekín a tomar decisiones precipitadas para calmar a su población y, a la vez, reprimir las protestas. Este es un aspecto que está siendo observado con atención y no solo, obviamente, por occidente sino también por los aliados occidentales en la región y especialmente por Australia, Japón y Corea del Sur además de Taiwán que vive en situación de alerta permanente frente a las amenazas constantes de la China continental.
Las movilizaciones sostenidas frente a regímenes dictatoriales no son frecuentes ni suelen tener resultados a corto plazo, aunque hay excepciones. No parece que vayan a caer las autoridades de Teherán y mucho menos las de Pekín pero son elementos que las redes sociales y la imposibilidad de cerrar a cal y canto las sociedades están potenciando su crecimiento y constituyen elementos que deben ser tenidos en cuenta y no solo para las dictaduras ya que al ser impulsadas en gran parte por las emociones pueden convertirse en sociedades democráticas en palancas del populismo radical y anipulador para atacar los fundamentos del sistema.