Poco a poco, la crisis sanitaria creada por la aparición del coronavirus va poniendo de manifiesto las incapacidades del aparato estatal chino para hacer frente en solitario y autoritariamente a un problema de esta envergadura.
No cabe duda de que el gobierno chino ha puesto sobre el terreno todos los recursos de que dispone para hacer frente a la epidemia, pero, a pesar del enorme esfuerzo de modernización de China en las últimas décadas, no tiene los mecanismos necesarios, y menos ante una sociedad en la que viejos usos ancestrales alejados de normas gastronómicas, de control y de higiene que en Occidente garantizan un plus de seguridad sanitaria, añaden riesgos de salud pública.
Pero la crisis está ahí, y paralelamente a los reproches y a las críticas al deficiente, autoritario y poco transparente régimen chino, hay que ofrecer un plan de actuación lo más transparente, generoso y cuidadoso posible.
Por otra parte se han registrado, en la gestión interna china, agrietamientos del control administrativo. Algunos analistas quieren ver en esto un fenómeno parecido al que tuvo lugar en la Unión Soviética tras el desastre de Chernobyl y que aceleraron la descomposición del lado más oscuro de la dictadura comunista. No parece que deba hacerse un paralelismo automático. Aquel desastre soviético se dio en el marco de una situación económica desastrosa consecuencia de la artificiosidad y gran mentira del régimen mientras que en China es evidente el aumento, aunque desigual, del bienestar, a pesar de que se asiente en ejes más vulnerables. Pero habrá que estar atento a las repercusiones que la actual crisis sanitaria, que está lejos de haber terminado, deje en términos económicos, sociales y de reparto de poder interno en China y sus áreas de influencia.