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China está consumando estos días un paso más en su estrategia de ocupar un lugar cada vez más importante en la escena mundial y convertirse en un imprescindible actor político, económico y cultural. El mapa geopolítico mundial, incluso el que se diseña desde Occidente, no volverá a ser el mismo de hace unos pocos años y deberá tener a China en un lugar determinante.
La recuperación de la idea de la Ruta de la Seda como proyecto de impulso de China a escala global prevé una inversión de 900.000 millones de euros para resucitar y construir (o modernizar) las infraestructuras que unen Europa, Asia y África. Detrás de este proyecto hay muchas cosas y no es la menos importante la de concurrir en escenarios estratégicos más allá de la cuenca del Pacífico y la afirmación de soberanía en aquellas zonas. Todo apunta a que las repúblicas centro asiáticas verán una cada vez mayor presencia china y que las inversiones en África se verán más fortalecidas y protegidas desde el punto de vista de los intereses nacionales chinos. La presentación oficial en sociedad del proyecto con la presencia de los máximos dirigentes de una treintena de países muestra la importancia que el Gobierno de Pekín concede a esta estrategia.
España, como muchos países europeos, aspira a recibir contratos de construcción de infraestructuras y ese ha sido el eje de los discursos pronunciados por el presidente Mariano Rajoy en el marco de la puesta de largo del plan chino. No se sabe si eso llevará a España a dotarse de una estrategia asiática que hasta ahora ha estado ausente más allá de algunas líneas de actuación aisladas. Todo un reto para el Ministerio de Asuntos Exteriores obligado, por una parte, a integrar en su estrategia general el papel ascendente de China y, paralelamente, a impulsar, proteger y facilitar el creciente interés de España y sus empresas en participar en economías al alza.