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China se enfada

por: 4ASIA
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Todos los países, y sobre todo cuando están organizados como un régimen despótico, se enfadan  cuando circunstancias adversas contravienen sus planes y sus expectativas y más cuando esas circunstancias llegan determinadas por decisiones tomadas por adversarios o competidores. Y a eso hay que sumar útil herramienta del victimismo nacionalista que explica cómo el mundo conspira siempre contra sus intereses. Es verdad que China exhibe un pragmatismo poco común, pero cuando vienen mal dadas recurre a la propaganda y a los instrumentos tradicionales.

Así ocurre cuando organismos internacionales recuerdan a Pekín que las normas del mercado libre son para todos y que no se puede concurrir a ese mercado aprovechando esa libertad cuando ganas con ella pero restringiéndola en el mercado interior o cumplir las normas únicamente cuando te favorecen. Ese es el fondo de la mayoría de las polémicas entre China, con sus empresas de capital estatal y fuertemente intervenidas, y sus competidores internacionales.

Claro que, a veces, China tiene parte de razón. Por ejemplo, en el caso de los coches eléctricos que las empresas chinas colocan en los mercados mundiales más baratos que los de sus competidores occidentales, fruto de las subvenciones públicas y la protección estatal. Bruselas ha advertido a China que investigará y obstaculizará el acceso de los vehículos eléctricos chinos a los mercados europeos. Y, claro, Pekín ha expresado su descontento con voces altas y amenazas. Y decimos que China tiene parte de razón porque todos los fabricantes de coches eléctricos están subvencionados y protegidos en nombre de la transición ecológica y Bruselas no protesta por las subvenciones de EE.UU. ni de las de los socios europeos o Gran Bretaña. La UE no ha propuesto a China sentarse a negociar la retirada general de subvenciones sino que los chinos retiren las suyas. Europa está inmersa en el laberinto de la preeminencia de los ideológico sobre la realidad de la coyuntura económica y da tumbos e exhibe hipocresía. Como consecuencia, Reino Unido ha frenado esa llamada transición porque los planes están afectando a la industria automovilística tradicional con caídas de empresas y aumento del desempleo y la propia UE está alargando los plazos para darse tiempo e investigar más sobre combustibles sólidos y biocombustibles que hagan más compatible la conversión de motores y, quizá, sustituyan a los modelos eléctricos.

Eso, sin contar con la contaminación que produce la fabricación de pilas eléctricas y con el hecho de que, a medio plazo, las redes eléctricas europeas no podrían atender a la demanda de millones de coches eléctricos en las calles. Menos aún en la situación de incertidumbre energética que se aceleró con la guerra de Ucrania.

 

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