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El clima de tensión entre Estados Unidos y China va subiendo paso a paso. El último ha surgido de la afirmación, desde el equipo de Donald Trump que tomará posesión en las próximas semanas, de que la nueva Administración de Estados Unidos hará cumplir la decisión de la Corte Permanente de Arbitraje en La Haya que dio la razón a Filipinas y negó base legal a los argumentos de Pekín para atribuirse la soberanía del 90% de las aguas del Mar del Sur de la China, y por lo tanto protegerá la libre circulación por este mar.
Obviamente, la Administración china no ha recibido bien esos comentarios y ha respondido en un tono muy duro desde los medios de comunicación cercanos al Partido Comunista Chino que se han despachado con pronósticos de un enfrentamiento militar y la profecía de una humillante derrota de la armada estadounidense, y un tono más mesurado pero igual de firme desde el Gobierno.
Todo parece indicar que, ante la perspectiva de una renegociación económica y un reajuste geopolítico en Asia Pacífico, las dos principales potencias están subiendo las condiciones para un acuerdo estable.
Algo así viene haciendo Corea del Norte desde hace años con unos resultados no muy fructíferos, pero, claro, el régimen norcoreano no juega en la misma división que China y Estados Unidos. El problema está en que está estrategia de negociación, que por otra parte juega tan bien Vladimir Putin, requiere de jugadores pacientes y que sean capaces de gestionar bien las tensiones. Y aquí, la nueva Administración norteamericana es una incógnita llena de incertidumbre por los antecedentes de precipitación y de chabacanería discursiva de Donald Trump.
La derecha mundial se debate ante muchos retos y no es el menos importante el de encontrar un discurso que responda a su base sociológica y ofrezca seguridad y certidumbre al afrontar unos conflictos en los que la izquierda, atrapada en su propia trampa ideológica, no encuentra su sitio. Uno de esos retos sigue siendo la disyuntiva entre la política de apaciguamiento, que tan nefastos resultados ha dado en los últimos cien años, y la de la contención de los conflictos, al menos hasta estar en condiciones de resolverlos con el menor coste posible.
En China, la Administración norteamericana responde a sectores de la opinión pública harta de la tradicional política europea de apaciguamiento, pero debe entender que eso no debe implicar la renuncia a la contención y al realismo político. En ese escenario estamos.