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El factor Trump y la temporada electoral europea, en cuyo horizonte aparecen fuerzas populistas, extremistas y contrarias a la Unión Europea, están difuminando la emergencia de acontecimientos no menos importantes y que van a influir inevitablemente en aquéllos.
En el Pacífico, enviados del presidente Trump se están reuniendo con dirigentes de países aliados de Estados Unidos para tratar de atenuar las consecuencias de palabras altisonantes, anuncios precipitados y groserías telefónicas del presidente. Es necesario soldar brechas abiertas con Japón, desconfianzas de Taiwán, enfados de Australia y, en general, llevar a la zona señales de lealtad, compromiso con la estabilidad y determinación en mantener los equilibrios. Al fondo está la provocación permanente de Corea del Norte, el espacio que va ganando China en toda la zona y los esfuerzos de Rusia por jugar su papel ante las dudas de Estados Unidos.
No muy diferente se está dibujando el escenario europeo. La reanudación de los incidentes armados en el este de Ucrania parecen reflejar un intento ruso de probar la capacidad de reacción de Europa y de Estados Unidos y una subida de la apuesta de cara a futuras negociaciones en las que, inevitablemente, cotizarán al alza las acciones de Rusia en Siria.
Así, las corrientes centrífugas en Europa, estimuladas por lo que ocurre en Gran Bretaña, aplaudidas tanto por Trump como por Putin y por el coro que animan la extrema derecha y la extrema izquierda con discursos parecidos, aparece bajo una nueva luz. Se perfila una santa alianza para debilitar a la Europa democrática y de bienestar, a pesar de sus innegables errores, con el proyecto de ser sustituida por un escenario nacionalista, antiliberal, replegado sobre sí mismo y abonado de conflictos que hunden sus raíces en el siglo XX.