2020 lleva 14 semanas y no hemos hecho más que hablar del coronavirus y la espantosa crisis que ha causado. Comenzamos hablando del virus de Wuhan que parecía no tan preocupante hasta que en las redes sociales chinas se comenzaron a ver denuncias de una neumonía que se cobraba vidas; luego fue el doctor chino Li Wenliang quien intentó sin ningún éxito alertar de la gravedad de ese nuevo virus y que fue silenciado por el gobierno chino y acabó fulminado por el mismo virus, y que astutamente el partido comunista chino ha convertido en un mártir para justificar su represión.
Occidente, desde el principio, sospechó que Beijing había ocultado datos, aunque hoy la mayoría de los países occidentales están ensimismados intentando contener los contagios y con ellos los decesos. Según la ola de contagiados aumenta en cada país se cierran las fronteras y se militarizan ciudades, que se resisten y/o padecen el sometimiento a estar en casa por decreto.
La mayoría de los políticos al referirse al virus usan el término coronavirus o bien el COVID-19 para intentar mantenerse en lo políticamente correcto. Sin embargo, Trump, que es conocido por sus formas rudimentarias de diplomacia, lo ha denominado más de una vez el “virus chino”, lo que levantó estupor en los medios de comunicación y en algunos sectores de la sociedad.
Pero en Brasil también se ha dado el mismo fenómeno. Eduardo Bolsorano – hijo del presidente y diputado del parlamento brasileño- comparó al Partido Comunista Chino con las autoridades soviéticas en la actuación del desastre nuclear de Chernóbil de 1986 y lo acusó de ser el culpable de la pandemia en el mundo.
«Más de una vez la dictadura prefirió esconder algo grave a exponerlo sufriendo un desgaste, pero que salvaría innumerables vidas». Estos tweets ocasionaron una respuesta casi de inmediato de la embajada china en Brasilia respondía en Twitter: «Sus palabras son sumamente irresponsables y nos suenan familiares. No dejan de ser una imitación de sus queridos amigos. Al volver de Miami, contrajo, desafortunadamente, un virus mental, que está infectando las amistades entre nuestros pueblos».
Eduardo Bolsonaro acompañó la comitiva presidencial brasileña a un viaje oficial a Estados Unidos (del 7 al 10 de marzo) y, del que se supo que el jefe de prensa del presidente Bolsonaro estaba infectado con el COVID-19, hecho que llevó a Trump hacerse la prueba para descartar haberlo contraído.
El Tweet de la Embajada china en Brasil refleja la narrativa del Partido Comunista Chino y cómo, una vez que empiezan a sentir que van recuperando la normalidad, sobre todo en Wuhan, provincia que entró en cuarentena total, cargan en contra de acusaciones que pongan en entredicho al partido.
La narrativa que usa Beijing está milimétricamente estudiada. Desde el otoño pasado hemos observado cambios importantes ante las acusaciones. En algunas ocasiones usan portavoces que ya no ostentan cargos políticos pero que siguen vinculados al régimen. Pero cada vez más observamos como usan voceros oficiales, un buen ejemplo a citar son los embajadores chinos que al principio de la crisis del virus se dedicaron a dar entrevistas para ayudar con la imagen perjudicial que estaba dando al mundo el comienzo de la pandemia.
Las embajadas chinas en el mundo han sido herméticas por excelencia, los diplomáticos no se han dejado ver con frecuencia, nunca concedían entrevistas, pero ni tan siquiera se preocupaban en responder a las peticiones de las mismas. Hoy vemos como China sigue igual o más restrictiva que antes de la pandemia, pero más dispuesta hacerse oír y respetar en la comunidad internacional. El respeto es algo fundamental en la convivencia internacional, y debe ser impuesto en todos los sentidos. Pero lo que no puede consentirse es que Beijing ahora se dedique a vender teorías falsas sobre el origen del virus, queriendo culpar a Estados Unidos o a Italia, para librar su responsabilidad sobre la gigantesca crisis que comenzó en China y que le ha dado la vuelta al mundo y a la vida de todos tal y como estábamos acostumbrados.