Washington.- El coronavirus se ha convertido en la crisis sanitaria más seria de los últimos años, en la que las medidas, por extremas que han sido, no han conseguido detener el número de infectados y desafortunadamente tampoco de fallecidos (a pesar de que esta última cifra es baja comparativamente con la demografía de la Provincia de Hubei, y aún más baja si se compara con la población de China).
A siete semanas de que el gobierno chino hiciera pública la emergencia, y construyeran hospitales en tiempo récord, todo indica que el manejo de la crisis no fue exitoso en las primeras horas en el epicentro del brote. Y que en las primeras semanas se cometieron errores graves de diagnósticos que han contribuido a una mayor propagación del virus.
Algunas fuentes locales sostienen que la cuarentena fue declarada tarde considerando el momento del año en que sucedió el brote, justo antes de la celebración del año nuevo chino, fiesta que moviliza más ciudadanos que ninguna otra festividad en el mundo, por lo que Beijín debió actuar con más prontitud.
Aunque, ciertamente, las declaratorias de cuarentenas siempre abren un dilema. Por un lado, pueden ser pronunciadas muy pronto, con lo cual se contiene la epidemia, pero la percepción pública podría ser negativa ante los inconvenientes y la sensación de que fue una medida exagerada. O, por el contrario, se declara tarde -como parece haber sucedido en Wuhan- por lo que los casos de contagios se multiplican rápidamente.
Otro problema es el sistema sanitario chino, que en plena crisis ha dejado ver su debilidad y precariedad. El número de personal sanitario parece no ser insuficiente para dar abasto a la crisis, así como los estándares usados no parecen estar al nivel de los estándares de occidente. Y la prueba es que a finales de la semana se incorporaron a las estadísticas un gran número de contagiados y decesos, que inicialmente no fueron contabilizados ni diagnosticados como contagiados del coronavirus. Algo que parece haber previsto la comunidad internacional, debido a las tempranas medidas extremas que se tomaron de evacuación de la zona afectada, seguido por la paralización de vuelos a muchos destinos chinos.
Lo que deriva en otro gran problema que es la falta de confianza que genera China en la comunidad Internacional. Thomas Bossert (ex asesor de seguridad nacional de Trump y de Bush) afirmó la semana en un evento sobre la crisis del coronavirus en el Atlantic Council en Washington, que “el problema en el que nos encontramos ahora es de confianza pública que a su vez circunscribe la seguridad sanitaria pública, lo que es también un asunto de Seguridad Nacional. Esto parece haberse fracturado en China y empieza a haber una tensión que no habíamos visto antes en la sociedad civil china ni en el liderazgo chino”.
Así mismo, Bossert apuntó que cuando tuvo lugar la crisis del SARS la economía china representaba tan sólo el 5% del Producto Interior Bruto mundial, y esa crisis generó el pánico de las empresas y cadenas de distribución en su momento. Por lo que fue muy irresponsable que occidente dejará en las manos de China la mayor producción de suministros y productos de uso diario después de haber tenido esa experiencia. Hoy la economía china representa el 16% de la economía mundial y las manufacturas de gran parte de esos productos sigue estando en el continente chino.
Rebecca Gustafson (portavoz de la ONG Project Hope, cuyo foco es la atención sanitaria y que opera en China hace más de veinte años) afirmó que ellos han formado personal médico en la región afectada, y ni siguiera por eso tienen acceso a cifras claras. Saben que los síntomas que presentan los pacientes pueden variar de unos a otros, por lo que no hay un patrón que sigue la enfermedad, lo que es mucho más difícil para su diagnóstico.
Gustafson afirma también que la información es confusa, la gente cree más lo que dice un vecino o un familiar que lo que se dice oficialmente. Se han borrado las plataformas de WeChat con la idea de acabar con rumores. Los precios de suministros médicos se han disparado a un 20% por encima de su valor. Y ahora hasta se está cuestionando si la transmisión pudiera ocurrir por los sistemas de conductos de aire y calefacción de viviendas de edificios enormes en los que habitan cientos de familias.
Es prematuro poder hacer cálculos del impacto del coronavirus, en cuanto al número de víctimas mortales en China, es muy poco probable que nunca lleguemos a conocer las cifras reales, si consideramos que hay varios periodistas desaparecidos que se dedicaron a subir información de hospitales, publicar fotos, y alertar de la gravedad de la situación en las redes sociales chinas. Claramente han sido neutralizados por el gobierno chino, en consonancia con sus métodos. En cuanto al impacto económico, Beijín parece estar intentando un plan de restablecimiento de los empleos para evitar más freno económico. Sin embargo, al final del primer trimestre veremos una parada importante en el crecimiento económico chino. Incluso en el sector de turismo global, The Economist calculaba que el impacto del virus será de unos 80.000 millones de dólares, debido a que la salida de viajeros chinos no se recupera hasta el próximo año.
La aparición de Xi Jinping en público la semana pasada, visitando enfermos en un hospital, demuestra que la propaganda del partido comunista chino está activa en acercar el líder al pueblo, y difuminar la negativa imagen que el manejo de ésta crisis ha dejado.
Y sin mucho temor a equivocación se puede afirmar que los casos de transmisiones no sintomáticas seguirán siendo un problema para China y por lo tanto para el mundo, hasta que Beijing finalmente ponga en marcha un plan de acción o un método de diagnostico más eficaz. Quizá siendo más abiertos y permitiendo la entrada de personal especializado internacional la situación se podría serenar.