Kurdistán, un país real y un Estado inexistente, entra en el protagonismo de la región centro asiática con su referéndum de autodeterminación y agita a todos los gobiernos de la región. Irak (es allí donde el referéndum ha tenido lugar) rechaza la consulta y sus resultados; Turquía, con una importante población kurda en conflicto nacionalista contra el Gobierno y dónde el viejo Partido Comunista Kurdo y su grupo armado PKK están presentes, no sólo en Turquía sino también en Irak y Siria, ha movilizado a su ejército y amenaza con ocupar el Kurdistán iraquí; Irán, con población kurda niega cualquier validez al referéndum, y Siria, en guerra civil, se mantiene a distancia y no acepta los resultados, mirando de reojo a su propia población de origen kurdo. Sólo Israel, por razones que van más allá del mero tacticismo, defiende una eventual independencia de Kurdistán.
Este complejo conflicto tiene su origen remoto en 1150, cuando el sultán Sandjar, el último de los grandes monarcas selyúcidas (sirios de cultura griega), creó la provincia del Kurdistán.
Pero fue tras la derrota del Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial cuando se agravó el problema y apareció el conflicto moderno. Tras una declaración inicial de la Sociedad de Naciones concediendo la independencia a los kurdos, Gran Bretaña y Francia redefinieron el mapa de Oriente Medio, se lo repartieron, anularon la efímera independencia kurda y partieron el Kurdistán histórico en cuatro territorios adjudicados a Irán, Irak, Turquía y Siria.
Pero la descomposición de Irak ha llevado al territorio kurdo de este país a una autonomía amplia, con Administración y ejército propio y ahora han organizado la consulta de independencia que, de dar lugar a un Estado propio, alteraría los equilibrios y podría suscitar alianzas ahora impensables.
Excepto Israel, ningún país ha proporcionado apoyo público al plebiscito. Los más contundentes en su oposición han sido el Gobierno central iraquí, Irán y Turquía, inquietos por el efecto en sus comunidades kurdas y en las aspiraciones independentistas del mayor pueblo sin Estado.
Para ambos, el plebiscito es un asunto de «seguridad nacional». Tanto Ankara como Teherán podrían responder tratando de aislar políticamente al Gobierno kurdo pero resulta improbable que recurran a la violencia.
El apoyo de Israel va más allá de desear una mayor inestabilidad entre sus enemigos potenciales y logran ampliar sus muy escasos amigos en la zona. Cuando al comandante de una unidad peshmerga (el ejército kurdo) se le preguntó por qué país sienten los kurdos más cercanía, refiriéndose a Israel dijo: “Creemos que Israel es nuestro amigo más cercano en la lucha. Tenemos una historia común”.
Durante décadas, los nacionalistas árabes, islamistas y el régimen iraní constantemente les han comparado con los israelíes. Ali Akbar Velayati, ex canciller iraní, ha afirmado que EEUU “conspira para establecer un segundo Israel en la región” en la forma de un Kurdistán libre. Israel mantiene estrechas relaciones de solidaridad y colaboración en todos los campos con los kurdos desde hace años.
En la práctica, grupos kurdos como el Partido Democrático de Irán Kurdistán (PDKI), que se oponen al régimen iraní, colaboran con otros grupos minoritarios oprimidos tales como azeríes y baluchis. En el Kurdistán iraquí se ven iglesias y templos cristianos yazidies, y la convivencia de diferentes grupos étnicos y religiosos es incuestionable.
Así las cosas, el desafío kurdo puede suponer una patada en el tablero de ajedrez político y habrá que recoger las piezas y volver a colocarlas. Y ahí se abrirán todas las cuestiones actuales y las pendientes. Una situación que, vista así, da vértigo.