ENERGÍA, DIPLOMACIA Y SOSTENIBILIDAD: EL NUEVO ROSTRO INTERNACIONAL DE CHINA. Sergio Trigo Saugar

El concepto de poder verde puede entenderse como una evolución del soft power (ruǎn shílì, 软实力) adaptada al contexto de la transición ecológica global. En el caso de Zhōngguó (中国), este poder combina tres dimensiones: la capacidad material derivada de su liderazgo industrial y tecnológico en sectores verdes; la influencia normativa al promover discursos de “ecocivilización” (shēngtài wénmíng, 生态文明) y “prosperidad común” (gòngtóng fùyù, 共同富裕); y una legitimidad simbólica asociada a su narrativa de justicia climática y desarrollo equitativo. Más que una simple extensión del soft power, el poder verde de Zhōngguó actúa como un instrumento de legitimación interna y externa que le permite redefinir los términos del desarrollo sostenible en clave asiática.

La transición energética de China trasciende lo doméstico. En el siglo XXI, la sostenibilidad se ha convertido en un instrumento de diplomacia, poder y legitimidad global. Pekín ha aprendido a utilizar la política climática y la innovación verde no solo como respuesta a la crisis ambiental, sino como mecanismo para reconfigurar las relaciones internacionales. Como afirman Zhang et al. (2021), la entrada de China en la gobernanza climática global ha transformado la “diplomacia verde” en una herramienta central de su proyección exterior, redefiniendo el equilibrio entre desarrollo, seguridad y reputación.

  1. De la energía como dependencia a la energía como poder

Históricamente, China fue un actor energético vulnerable. Su rápido crecimiento industrial desde los años noventa generó una dependencia casi total del carbón y una creciente importación de petróleo y gas. Sin embargo, durante la última década, el país ha transformado esa debilidad estructural en una oportunidad estratégica. El viraje hacia la autosuficiencia energética, impulsado por la diversificación de fuentes y la innovación tecnológica, ha reducido la vulnerabilidad frente a los mercados internacionales y ha convertido a China en un exportador neto de tecnologías verdes (IEA, 2024).

El Plan Made in China 2025 y la Estrategia Nacional de Energía 2030 consolidan esta transición: no se trata solo de producir energía limpia, sino de dominar las cadenas globales de valor de las nuevas industrias —baterías, paneles solares, redes inteligentes y vehículos eléctricos—. Empresas como CATL o BYD no son meras corporaciones industriales, sino brazos extendidos de la política exterior verde de China (Wu & Chen, 2023).

  1. Diplomacia verde y legitimidad internacional

La diplomacia verde china es una síntesis de intereses económicos, reputacionales y geopolíticos. A través de ella, Pekín busca proyectar la imagen de un país responsable, cooperativo y comprometido con el futuro del planeta. Zhang et al. (2021) señalan que la retórica de “civilización ecológica” se ha exportado como un concepto de gobernanza global, presentando a China como alternativa al modelo occidental de desarrollo intensivo.

En el marco del Acuerdo de París y de las sucesivas Conferencias de las Partes (COP), la presencia china se ha consolidado como indispensable. Su papel fue clave en la COP27 (Egipto, 2022) y en la COP28 (Dubái, 2023), donde reafirmó su compromiso de alcanzar el pico de emisiones antes de 2030 y la neutralidad en 2060. Aunque el país insiste en su condición de economía en desarrollo, ha asumido la narrativa de “potencia climática responsable” (responsible major power), combinando pragmatismo con diplomacia simbólica (Gratius & Debasa, 2024).

Este liderazgo verde le permite a China construir alianzas estratégicas con el Sur Global, enmarcadas en el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, consagrado en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Dicho principio reconoce que todos los países comparten la responsabilidad de combatir el cambio climático, pero no de manera igual, pues los países desarrollados tienen una deuda histórica derivada de sus mayores emisiones acumuladas. En este contexto, Pekín se presenta como portavoz de los intereses de las economías emergentes y en desarrollo, promoviendo una transición justa que combine crecimiento económico, reducción de la pobreza y sostenibilidad ambiental. A través de iniciativas como la cooperación Sur-Sur o los fondos verdes vinculados a la Franja y la Ruta, China refuerza su posición como puente entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo, consolidando una diplomacia climática que conjuga ambición ecológica y liderazgo político.

Este liderazgo verde le permite construir alianzas estratégicas con el Sur Global. China no se presenta como una potencia hegemónica, sino como un socio que comparte tecnología y financiación en condiciones favorables. Programas como la “Franja y la Ruta Verde” (Green Belt and Road Initiative, G-BRI) han impulsado más de 200 proyectos energéticos sostenibles en Asia, África y América Latina, en sectores como la energía solar, eólica e hidroeléctrica (Nitza-Makowska, 2025). Estas inversiones no solo mitigan emisiones, sino que amplían la influencia geoeconómica de Pekín en regiones tradicionalmente dominadas por Occidente.

Estas inversiones no solo mitigan emisiones, sino que amplían la influencia geoeconómica de Pekín en regiones tradicionalmente dominadas por Occidente. En América Latina, proyectos como el Parque Solar Cauchari en Argentina —uno de los más grandes del continente, financiado por el Exim Bank of China— y la participación de State Grid Corporation en la red eléctrica brasileña consolidan la presencia china en el sector energético. En África, la construcción de centrales hidroeléctricas en Etiopía, Angola y Zambia, junto con la financiación de parques solares en Egipto y Marruecos, refuerzan los lazos energéticos bajo la lógica de la cooperación Sur-Sur. En el Sudeste Asiático, el impulso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta Verde se traduce en inversiones en energías limpias en Laos, Indonesia y Malasia, que reducen la dependencia de combustibles fósiles y fortalecen la interconexión regional. A través de estos proyectos, China no solo exporta tecnología y capital, sino también su modelo de desarrollo verde, posicionándose como una potencia capaz de liderar la transición energética global frente al tradicional dominio financiero y tecnológico de Estados Unidos y la Unión Europea.

  1. La Franja y la Ruta verde: sostenibilidad y expansión geopolítica

La Green BRI representa la evolución natural de la estrategia original lanzada en 2013. Tras las críticas internacionales por el alto impacto ambiental de los megaproyectos de infraestructura.Tras las críticas internacionales por el alto impacto ambiental de los megaproyectos de infraestructura —como la Presa de las Tres Gargantas, que desplazó a más de un millón de personas y alteró gravemente los ecosistemas del río Yangtsé; el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), cuestionado por la degradación ambiental en áreas montañosas y costeras; o la construcción de carreteras y represas en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) en países como Laos y Myanmar, donde se han denunciado deforestación y pérdida de biodiversidad— Pekín ha intentado reorientar su modelo hacia una diplomacia más sostenible. En respuesta, el gobierno chino lanzó en 2021 la Iniciativa de la Franja y la Ruta Verde, destinada a promover estándares ambientales más estrictos, la financiación de proyectos de energía limpia y la evaluación de impacto ecológico en la planificación exterior. China reorientó su narrativa hacia la sostenibilidad. En 2021, Xi Jinping anunció la suspensión del apoyo financiero a nuevas plantas de carbón en el extranjero, lo que marcó un punto de inflexión. Desde entonces, las instituciones financieras estatales, como el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportación e Importación, han redirigido parte de su cartera hacia proyectos verdes (Zhou et al., 2023).

Desde 2021, la Yīdài yīlù (一带一路, Belt and Road Initiative, BRI) ha incorporado una agenda verde que busca alinear las inversiones exteriores con los compromisos del Acuerdo de París. Este giro se formalizó con el Guidance on Promoting the Green Belt and Road (2022), que establece estándares ambientales para proyectos financiados por bancos estatales chinos, y con la Coal Phase-Out Initiative, desarrollada junto al PNUMA. Gracias a estos mecanismos, Zhōngguó intenta pasar de una diplomacia de infraestructuras a una diplomacia normativa, basada en la exportación de estándares ambientales, certificaciones y tecnología limpia. Esta estrategia no solo mejora su reputación internacional, sino que refuerza su influencia sobre la gobernanza del desarrollo sostenible global.

No obstante, el cambio no ha sido homogéneo. Si bien los nuevos proyectos se concentran en energías limpias, todavía existen inversiones residuales en gas natural o infraestructura fósil vinculada a compromisos previos. Lemonde (2025) lo denomina “el gran dilema chino”: liderar la transición verde sin abandonar del todo las fuentes tradicionales que garantizan estabilidad y control geopolítico. Esta dualidad pone de manifiesto la tensión entre la narrativa ecológica y los intereses de seguridad energética.

  1. Energía y geopolítica: nuevas rutas de interdependencia

China está configurando una red global de interdependencias energéticas basada en infraestructura y tecnología. Mediante corredores industriales y plataformas logísticas, como el China-Pakistan Economic Corridor (CPEC) o el China-Laos Railway Project, el país no solo transporta bienes, sino también su modelo de transición (Chen & He, 2023). Estas rutas generan vínculos económicos y diplomáticos que refuerzan la posición china frente a Occidente.

En África, por ejemplo, China ha financiado parques solares en Egipto, plantas hidroeléctricas en Etiopía y proyectos eólicos en Sudáfrica. En América Latina, ha impulsado la cooperación energética con Brasil, Chile y Argentina, fortaleciendo su presencia en el litio y los minerales críticos. La China Energy Engineering Corporation y la Power Construction Corporation of China (PowerChina) son actores fundamentales en esta expansión (IEA, 2024).

Pese a la coherencia discursiva del proyecto verde, el proceso de gobernanza ambiental en Zhōngguó está lejos de ser monolítico. Existen tensiones entre el Ministerio de Ecología y Medio Ambiente (MEE), el Ministerio de Asuntos Exteriores (MFA) y la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (NDRC), especialmente en torno a los límites de la financiación al carbón o la apertura de nuevos proyectos energéticos en el Sudeste Asiático. A ello se suman los intereses de los grandes bancos estatales y las empresas provinciales, que a menudo priorizan la rentabilidad económica sobre la sostenibilidad ambiental. Estas contradicciones revelan la complejidad de un modelo que busca compatibilizar control estatal, desarrollo económico y legitimidad internacional.

A través de la diplomacia energética, China redefine su papel en la arquitectura global. Su enfoque no es de confrontación, sino de integración estratégica: teje alianzas funcionales que combinan sostenibilidad y poder. Como apunta Nitza-Makowska (2025), esta política de green geopolitics le permite “construir legitimidad a través de la cooperación, no de la coerción”.

  1. El soft power verde: reputación, innovación y discurso

El poder blando verde (green soft power) es una de las dimensiones menos exploradas, pero más efectivas, de la política exterior china. La capacidad para proyectar una imagen de liderazgo ambiental se traduce en influencia diplomática, prestigio académico y atracción tecnológica. Instituciones como la China Council for International Cooperation on Environment and Development (CCICED) y el China International Development Cooperation Agency (CIDCA) coordinan foros internacionales y programas de cooperación que refuerzan esta narrativa (Li & Wang, 2022).

El país también invierte en diplomacia científica. La cooperación con la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA), la creación de centros de innovación energética conjunta con países de la ASEAN y la apertura de institutos de sostenibilidad en África y América Latina consolidan el perfil de China como exportador de soluciones. Este enfoque contribuye a diferenciar su modelo del occidental, percibido en muchos países del Sur Global como paternalista o condicionado políticamente.

Sin embargo, la credibilidad de este poder blando depende de la coherencia interna. Lemonde (2025) advierte que la expansión de las industrias fósiles domésticas, el mantenimiento del carbón como principal fuente energética y las emisiones crecientes podrían socavar la legitimidad del discurso verde. La sostenibilidad, en este sentido, no puede ser solo una herramienta de diplomacia, sino una transformación estructural del propio modelo de desarrollo.

  1. Cooperación y competencia con Occidente

La diplomacia energética china coexiste con una relación compleja con las potencias occidentales. Por un lado, la cooperación con la Unión Europea y Estados Unidos en ámbitos como la captura de carbono o las redes inteligentes ha generado sinergias valiosas. Por otro, la competencia por el control de los recursos críticos y las tecnologías verdes plantea una nueva forma de rivalidad sistémica.

El conflicto no se manifiesta tanto en el discurso ambiental, sino en el control de las cadenas de suministro globales. China domina actualmente más del 80 % de la producción mundial de paneles solares y el 70 % del refinado de litio y cobalto (IEA, 2024). Esta supremacía le otorga una ventaja estructural que preocupa a las economías avanzadas. Frente a ello, la UE ha lanzado la “Global Gateway” y EE. UU. la “Build Back Better World” (B3W), iniciativas que buscan ofrecer alternativas sostenibles a la BRI, aunque con resultados limitados. Esta supremacía le otorga una ventaja estructural que preocupa a las economías avanzadas. Frente al avance de la influencia china a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), la Unión Europea y Estados Unidos han intentado articular respuestas estratégicas propias. En 2021, la UE presentó la Global Gateway, un programa dotado con 300.000 millones de euros destinado a financiar proyectos de infraestructuras sostenibles, digitales y energéticas en países en desarrollo, bajo criterios de transparencia, gobernanza y sostenibilidad ambiental. Por su parte, Estados Unidos impulsó en el marco del G7 la iniciativa Build Back Better World (B3W), concebida como un instrumento de cooperación con naciones del Sur Global para contrarrestar la influencia de China mediante inversiones en energía limpia, conectividad y salud pública.

Sin embargo, los resultados de ambas iniciativas han sido limitados. La Global Gateway ha enfrentado dificultades para movilizar fondos privados y coordinar a los Estados miembros, mientras que la B3W ha carecido de un marco institucional claro y de mecanismos financieros comparables a los de la BRI o al Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB). En cambio, China ha mantenido una presencia constante y pragmática sobre el terreno, ofreciendo financiación rápida, bajos requisitos políticos y una ejecución eficiente de proyectos, especialmente en África, Asia Central y América Latina. Este contraste ha consolidado la percepción de Pekín como un socio más fiable y predecible para muchas economías emergentes, reforzando su liderazgo geoeconómico bajo el discurso de la cooperación Sur-Sur.

La relación con Occidente se mueve entre la cooperación pragmática y la competencia estratégica. La UE y Estados Unidos intentan equilibrar su dependencia de la tecnología verde china con el desarrollo de cadenas de valor propias, generando un escenario de coopetición climática. Sin embargo, la rivalidad tecnológica y las disputas geopolíticas —especialmente en torno a la producción de paneles solares, baterías y minerales críticos— amenazan con fragmentar el multilateralismo climático. En este contexto, Zhōngguó presenta su modelo como más inclusivo y menos condicionado políticamente, mientras que sus contrapartes occidentales lo acusan de emplear la diplomacia verde como instrumento de poder estructural.

 

  1. Hacia un nuevo paradigma de poder verde

La transición energética china está redefiniendo los fundamentos del poder global. Ya no se trata solo de controlar territorios o mercados, sino de dominar la infraestructura del futuro. China se ha posicionado como el principal actor en la diplomacia del clima, capaz de conectar sostenibilidad, desarrollo y legitimidad política. No obstante, su liderazgo está condicionado por tres factores clave:

  1. Coherencia interna: la necesidad de reducir su propia huella de carbono y limitar la dependencia del carbón.
  2. Credibilidad externa: la transparencia en la financiación verde y la medición de resultados ambientales reales.
  3. Equilibrio geopolítico: evitar que la diplomacia climática se perciba como una forma de dependencia neocolonial.

Si logra armonizar estos tres ejes, China podrá consolidar su posición como potencia verde y redefinir la arquitectura energética del siglo XXI. De lo contrario, su narrativa de sostenibilidad corre el riesgo de transformarse en un instrumento de legitimación sin contenido sustantivo.

En suma, el nuevo rostro internacional de China combina energía, diplomacia y sostenibilidad en una ecuación ambiciosa: el país busca liderar la revolución verde global, no solo por necesidad ambiental, sino como una nueva vía de expansión y prestigio. El futuro del orden internacional dependerá, en gran medida, de cómo este “poder verde” logre equilibrar discurso, acción y credibilidad.

El liderazgo ambiental de Zhōngguó no depende exclusivamente del Estado. Empresas como CATL, BYD o Goldwind se han convertido en embajadoras de su transición energética, mientras que think tanks como el China Council for International Cooperation on Environment and Development (CCICED) y universidades como Tsinghua o Fudan desempeñan un papel crucial en la difusión de marcos teóricos sobre economía baja en carbono. Esta red de actores académicos, empresariales y políticos contribuye a construir una diplomacia verde policéntrica, en la que la innovación tecnológica se entrelaza con la proyección de una nueva narrativa civilizatoria basada en la shēngtài wénmíng (生态文明).

Sergio Trigo Saugar es contratado predoctoral en la Universidad Rey Juan Carlos, donde desarrolla su labor investigadora y docente en el ámbito de las relaciones internacionales, con un enfoque especializado en China y la Unión Europea.

Licenciado en Historia por la Universidad Rey Juan Carlos, obtuvo el Premio Extraordinario Fin de Grado otorgado por la Comunidad de Madrid y por la propia universidad. Ha completado su formación con diversos estudios de posgrado, entre ellos el Máster Universitario en Unión Europea y China, en el que analizó la evolución política y estratégica del país asiático bajo el liderazgo de Xi Jinping.

En el ámbito docente, imparte asignaturas relacionadas con la historia, cultura y política exterior de China, así como con sus vínculos con la Unión Europea y el nuevo orden internacional. Además, ha participado en actividades académicas y de divulgación vinculadas a la cooperación educativa y cultural entre España y China.

Como investigador y autor, ha publicado trabajos en revistas especializadas y capítulos de libros sobre la transformación de la política exterior china, el papel de Pekín en el orden global y las relaciones UE-China.

Comprometido con el intercambio académico y la diplomacia pública, coordina la sección joven de la Asociación Hispánica de Estudios de China (AHEC) y lidera el grupo Jóvenes Amigos de China dentro de la Asociación de Amigos de China, formando parte asimismo de su Junta Directiva.

Su trayectoria refleja una sólida combinación de excelencia académica, experiencia docente y vocación institucional, orientada a fortalecer los lazos entre España, China y la Unión Europea desde una perspectiva académica, cultural y estratégica.

 

Contratado Predoctoral

Universidad Rey Juan Carlos (URJC)

sergio.trigo@urjc.es

Bibliografía

Chen, J., & He, L. (2023). Local governance and environmental enforcement in China. Environmental Politics, 32(3), 421–440.

Gratius, S. I., & Debasa, F. (2024). China y la gobernanza climática global. GATE Center.

IEA. (2024). World Energy Outlook 2024. International Energy Agency.

Lemonde. (2025, March 10). The Chinese paradox: How becoming the world leader in green energy slows climate progress. Le Monde.

Li, Y., & Wang, X. (2022). Ecological civilization and governance in Xi Jinping’s China. Journal of Chinese Political Science, 27(2), 233–250.

Nitza-Makowska, T. (2025). China and the geopolitics of the green transition. Transnational Institute.

Wu, P., & Chen, R. (2023). China’s electric vehicle revolution: Industrial policy and global competitiveness. Energy Policy, 180, 113525.

Zhang, Y., Chao, Q., Chen, Y., Zhang, J., Wang, M., et al. (2021). China’s carbon neutrality: Leading global climate governance and green transformation. Chinese Journal of Urban and Environmental Studies, 9(03).

Zhou, S., Li, L., & Wang, Q. (2023). Green Belt and Road? Assessing China’s overseas energy finance. Energy Research & Social Science, 103, 103189.

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