Washington.- Seguramente a la mayoría de los lectores les llame la atención éste interrogante, básicamente por el hecho de que tienen clara la respuesta: ¡NO! No, porque en un mundo cada día más globalizado parece no tener mucho sentido cerrarse. Sin embargo, los slogans que lo catapultaron y llevaron a ocupar la oficina oval “América Primero” o “Hacer América grande de nuevo”, contienen la clave de la estrategia de devolver a Estados Unidos la bonanza económica de los años 50 y la añoranza por la era de Reagan, que en el fondo es lo que desean los ciudadanos que lo apoyaron.
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Ahora bien, para entender la proyección de Estados Unidos en el mundo, hay que ir a los responsables de las políticas económicas en Washington, que son extremadamente conservadores, a mí me gusta llamarles la troika económica trumpiana y su objetivo es el proteccionismo de la economía estadounidense. Volver a la economía de aranceles, anulación y/o sustitución de tratados internacionales multilaterales por bilaterales, como se ha hecho con el TPP y el NAFTA.
Comenzando con el representante comercial, Robert Lighthizer, quien sirvió para la administración Reagan, y se le conoce por ser el gran enemigo de los acuerdos comerciales en los que se vean comprometidos los intereses estadounidenses. Seguido por Peter Navarro, director comercial e industrial, economista y profesor de la Universidad de California, conocido por ser un acérrimo crítico de China y su impacto en la economía de Estados Unidos. Culpa al gigante asiático de que 25 millones de ciudadanos no consigan trabajos dignos o que unas 50 mil industrias hayan desaparecido. Trump le creó una oficina dentro de la Casa Blanca que sirve como conductora de las estrategias de intercambios comercial, evaluación de las manufacturas domésticas e identificador de nuevas oportunidades de empleos. Y para cerrar la troika, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, quien ha sido un duro crítico de la caída de empleo de manufactura. Conocido por comprar industrias quebradas y convertirlas en prósperas. No cabe duda que su carácter ultra proteccionista marcará una gran diferencia con sus antecesores.
En cuanto al liderazgo internacional, la nueva dinámica de la diplomacia estadounidense es inédita. Mientras el presidente no modera su vocabulario con frases como “hombre cohete” para referirse al líder norcoreano, el secretario de Estado Rex Tillerson se ha convertido en un bombero apagafuegos de las imprudencias del presidente, y a través de reuniones a puerta cerrada intenta normalizar situaciones tensas y en la mayor parte de los casos, innecesarias. Paralelamente Nikki Haley, la embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, aumenta su zona de influencia en la diplomacia internacional y con un tono más regio ha dado pasos muy significativos, como fueron las últimas sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad en contra de Corea del Norte, las más severas hasta ahora, que por primera vez contaron con el apoyo de China y Rusia.
Tillerson ha despertado un gran descontento dentro del Departamento de Estado, con el bloqueo de nombramientos, la reducción a un tercio del presupuesto del mismo, o la ausencia de embajadores en 70 embajadas por el mundo. Todo esto, junto con un par de incidentes entre él y el Trump, aunado al descontento del Congreso por la gestión de ésta institución, han sido la razón por la que está en considerando su sustitución por Mike Pompeo el actual director de la CIA, hombre que se ha ganado la confianza del presidente.
La era verde duró poco en esta Administración. En el afán de Trump por acabar con los legados de su predecesor anuló el Acuerdo de Paris, a pocos días de haber ocupado la presidencia, a través de una orden ejecutiva de independencia energética, en la que entregó a Xi Jinping el liderazgo internacional en la lucha medioambiental. En esa misma línea apareció en Naciones Unidas, el foro que ha garantizado la paz y la estabilidad durante más de medio siglo, afirmando sin ninguna delicadeza que su prioridad es y será América. Y como si eso fuera poco, amenaza con la destrucción total de Corea del Norte.
En materia de seguridad, el aumento significativo del gasto de Defensa, comparativamente con la reducción del presupuesto del Departamento de Estado, contiene las claves de la prioridad de la política exterior. La respuesta de Trump en abril frente al ataque químico del régimen de Bashar el Asad marcó el cambio de rumbo. Sin embargo, no ha habido una acción de continuidad.
El aumento de más de 14.000 civiles y militares del departamento de Defensa en el Medio Oriente en los últimos 4 meses, es otra prueba de ello junto con la reciente declaración de Corea del Norte de estado terrorista, precedido por la exigencia de desnuclearización del régimen de Pyongyang, que ha sido una solicitud consistente desde que ésta administración tomó posesión, elevando con ella la importancia de Asia y sus aliados en la región.
Resumiendo, la política exterior de Washington a día de hoy se puede definir en dos puntos: 1: Hay una redefinición de la estrategia y el rol de Estados Unidos en el comercio Internacional. Y 2: Hay un cambio de diplomacia internacional y de intercambios. Tal y como comencé afirmando, la dirección del país ésta basada en políticas económicas extraordinariamente conservadoras, que a su vez marcan la proyección y el liderazgo internacional, que sin duda responden a la línea más dura del Partido Republicano, pero que en ésta ocasión están aderezadas al más puro estilo de Míster Trump: ¡Poniendo a América primero y al precio que sea!
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