Empezando por el misterioso origen del Covid-19, pasando por la extensiva compaña de desinformación difundida por el Partido Comunista chino hasta las estrictas restricciones impuestas a la población han transcurridos los últimos tres años guiados por la obsesiva lucha por contener la propagación del virus en China.
Sin ánimo de alentar teorías conspirativas, lo que parece un punto común entre muchos científicos es que Wuhan fue el lugar donde se originó el Covid y, en efecto, una sucesión de hechos que fueron reportados desde noviembre del 2019 por influencers o simples usuarios de las redes sociales chinas dejaron documentadas escalofriantes imágenes de cadáveres arrimados en lugares antes la falta de capacidad de respuesta sanitaria. Videos como el del médico que alertó del peligro que representaba el virus en aquel momento desconocido y que falleció contagiado, circularon en las redes hasta que fueron eliminados por los censores del Estado, pero fueron testimonio de que algo serio estaba sucediendo y que, peor aún, se estaba ocultando tanto a su población como al resto del mundo.
Desde entonces hasta hoy no se ha visto cambio de comportamiento por parte de las autoridades china, por el contrario, más bien el perfeccionamiento de los controles sociales a todos los niveles, más que nunca en la historia de la nación. El Partido Comunista ha usado la pandemia para conseguir fiscalizar minuciosamente cada ciudadano a través de fuertes restricciones justificadas en la prevención de la propagación. Han aprovechado cada uno de los instrumentos de represión que poseen, como los sofisticados sistemas de vigilancia social, las cámaras, el rastreo virtual de actividades, como la supresión, aislamiento de los ciudadanos, y hasta la privación de la libertad mínima de movilidad.
Y aunque el Partido Comunista ha hecho todo tipo de barbaridades en el pasado, en esta ocasión la mayor sorpresa que ha dejado atónitos hasta a los expertos en China más renombrados es el precio económico que están pagando y que todo apunta a que seguirán sacrificando para continuar obsesivo control y prevenir más contagios.
En primavera de este año el Partido Comunista impuso un durísimo confinamiento en Shanghái cuyas pérdidas superaron los 50 mil millones de dólares y que afectó a unos 200 millones de chinos. Y eso sin incluir los costes internacionales que conllevó ese confinamiento en el hub financiero chino donde también se encuentra el puerto más grande del mundo y que mueve la mayor carga del planeta. En este punto las empresas extranjeras empezaron a responder y con ello la fuga de capitales empezó a sentirse.
Después impusieron otros confinamientos muy estrictos en Beijing, desplegando centros de pruebas por toda la capital y prohibiciones de movilidad dejando algunas zonas de la ciudad totalmente inertes, solo con la presencia de la policía para asegurar el cumplimiento de estas medidas. Una situación similar se ha replicado en cada región y centro urbano del gigante asiático.
El agotamiento social ante tantas restricciones ha venido aumentando con le paso de los meses. Además de la frustración social ante la incapacidad de tener un mínimo de libertad de movilidad y acción. Y estás manifestaciones de descontento llevan meses en gestación con diversos conatos que han sido neutralizados por las fuerzas de seguridad. Sin embargo, al cumplirse los tres años de esta situación que parece no acabarse las manifestaciones no han hecho más que aumentar por todo lo ancho de la nación. CNN pudo verificar a principios de esta semana más de 16 protestas en diferentes ciudades, y otras decenas de ellas de las que tuvieron conocimiento, pero no pudieron llegar a corroborar por la misma imposibilidad de movilidad del país.
Las universidades han sido otros centros en los que los estudiantes han sido coartados de toda movilidad al punto en el en algunos casos estudiantes han expresado haber pasado hambre en algunos casos ante la imposibilidad de salir a comprar alimentos debido a los confinamientos.
Al grito de no queremos mascarillas o no queremos pruebas PCR los manifestantes han tomado parte de las calles de Beijing, así como en Shanghái con algo más de violencia, donde cabe destacar que la represión y las medidas de aislamiento han sido especialmente extremas.
Ante tantas restricciones la creatividad de los manifestantes ha hecho que un folio en blanco sea el signo de la disidencia y sea levantado con orgullo en las protestas, puesto que se ha vuelto el instrumento por el que la población grita su desacuerdo sin palabras con la idea de que no puedan ser acusados de perturbadores del orden público.
Astutamente, los manifestantes no salen a las calles a protestar contra el Partido Comunista, ni tampoco lo hacen para intentar cambiar al presidente, los recuerdos de la masacre de Tiananmén de 1989 donde se llevaba a cabo la protesta que acabó abruptamente con un asalto cruel de manos del ejército chino siguen estando presente en parte de la población. El grito silencioso de estas protestas nunca vistas en China expresa repudio a los controles excesivos en los que viven desde que la política de “cero-Covid” entrara en vigor.
Los usuarios de las redes sociales chinas han encontrado mecanismos para burlar los vetos de publicaciones, y han aparecido con selfies sujetando un folio en blanco o simplemente han aparecido un cuadro blanco que habla por sí solo. Aunque la red Weibo también censuró algunos de los hashtags, los usuarios han burlado algunos de los censores. WeChat ha sido otra red en la que usuarios han encontrado formas para subir videos de manifestaciones.
Los folios en blanco rememoran las protestas de Hong Kong en el 2020 cuando manifestantes usaron este mismo método para intentar protestar por la ley de seguridad nacional. Hoy, esos folios hablan claro y expresan mucho descontento, que lejos de simbolizar que se está gestando un cambio político en la nación, imploran retomar cierta normalidad en sus vidas, relativa libertad y vacunas eficientes, que no las chinas.