La semana pasada, China, Corea del Sur y Japón acordaron reforzar el libre comercio ante la serie de nuevos aranceles impuestos por el presidente estadounidense, Donald Trump.
El acuerdo se produjo en una reunión de altos funcionarios de comercio: el ministro de Industria surcoreano, Ahn Duk-geun; su homólogo japonés, Yoji Muto; y el chino, Wang Wentao. Esta es la primera reunión -a ese nivel en cinco años-, justo días antes de que empiecen los aranceles sobre una enorme gama de importaciones estadounidenses, incluidos coches, camiones y piezas de automóviles. En realidad, aunque el acuerdo se ha presentado bajo la coartada del libre comercio, realidad en la que China no está verdaderamente, la razón está en la defensa de la industria del automóvil, especialmente fuerte en estos países y ahora amenazada en sus exportaciones a EEUU por los aranceles de Trump.
Pero la preocupación se extiende por toda la región y no únicamente en la industria del automóvil. La industria del desarrollo informático, la agricultura y materias primas estratégicas que necesita Occidente están en situación de alerta ante las sugerencias de Estados Unidos y la incertidumbre ya está creando distorsiones en los mercados y los precios.
Otro frente que se le ha abierto a la Administración Trump está en el continente americano. Loa giros bruscos, bajo presión de Estados Unidos, de países como Panamá rompiendo acuerdos con China están siendo cuestionados por expertos enderecho internacional privado bien remunerados por China y esto puede dar ligar a sustanciosas y gravosas indemnizaciones difícilmente sostenibles para algunos países. El elefante sigue en la cacharrería y todavía no se sabe qué busca exactamente.
La guerra económica anunciada por el presidente de EEUU, anunciada y no comenzada por más que se grite, está ya obteniendo algunos resultados negativos, o al menos dudosos para la política anunciada repetida y machaconamente por la Casa Blanca. Y es que los intereses económicos los beneficios empresariales y las rentas de los accionistas y directivos suelen ser poco sensibles a las grandes afirmaciones patrioteras si se ven en peligro por cálculos ideológicos, aventuras e incertidumbres.
La semana pasada, China, Corea del Sur y Japón acordaron reforzar el libre comercio ante la serie de nuevos aranceles impuestos por el presidente estadounidense, Donald Trump.
El acuerdo se produjo en una reunión de altos funcionarios de comercio: el ministro de Industria surcoreano, Ahn Duk-geun; su homólogo japonés, Yoji Muto; y el chino, Wang Wentao. Esta es la primera reunión -a ese nivel en cinco años-, justo días antes de que empiecen los aranceles sobre una enorme gama de importaciones estadounidenses, incluidos coches, camiones y piezas de automóviles. En realidad, aunque el acuerdo se ha presentado bajo la coartada del libre comercio, realidad en la que China no está verdaderamente, la razón está en la defensa de la industria del automóvil, especialmente fuerte en estos países y ahora amenazada en sus exportaciones a EEUU por los aranceles de Trump.
Pero la preocupación se extiende por toda la región y no únicamente en la industria del automóvil. La industria del desarrollo informático, la agricultura y materias primas estratégicas que necesita Occidente están en situación de alerta ante las sugerencias de Estados Unidos y la incertidumbre ya está creando distorsiones en los mercados y los precios.
Otro frente que se le ha abierto a la Administración Trump está en el continente americano. Los giros bruscos, bajo presión de Estados Unidos, de países como Panamá rompiendo acuerdos con China están siendo cuestionados por expertos en derecho internacional privado bien remunerados por China y esto puede dar ligar a sustanciosas y gravosas indemnizaciones difícilmente sostenibles para algunos países. El elefante sigue en la cacharrería y todavía no se sabe qué busca exactamente.