¿Existe “Asia”? ¿Tiene sentido hablar del mayor y más diverso de los continentes como un espacio homogéneo con características compartidas? ¿O es más bien un mito? Lo cierto es que su ascenso económico y político en el mundo del siglo XXI es en parte resultado de la creciente interconexión entre sus distintas subregiones: noreste y sureste asiáticos, subcontinente indio y Asia central han escapado de las barreras que las separaron durante largo tiempo para formar no una Asia unida, pero sí un sistema cada vez más interdependiente. Es una evolución que obliga a redefinir el concepto de Asia y, de paso, permite redescubrir cómo los asiáticos han aprendido sobre ellos mismos.
Esta historia es el objeto de un reciente libro del profesor de la Universidad de California en Los Ángeles Nile Green. Su trabajo (How Asia Found Herself: A Story of Intercultural Understanding, Yale University Press, 2022) es una fascinante investigación sobre una serie de figuras desconocidas de Irán, Afganistán, Birmania, India, China, Japón y el Imperio Otomano, que, desde el siglo XIX, intentaron descifrar en sus propias lenguas las sociedades y culturas de otras regiones asiáticas. Pese a las interacciones económicas y políticas que trajo consigo el imperialismo europeo, el conocimiento por los asiáticos de sus vecinos fue extraordinariamente fragmentario. En un meticuloso esfuerzo de “arqueología” bibliográfica, Green saca a la luz las publicaciones de varios pioneros que actuaron como intermediarios en la comprensión intercultural.
Como es sabido, no fueron los habitantes de la región sino los geógrafos griegos quienes, en la antigüedad clásica, dieron a Asia su nombre, sugiriendo una unidad de la que en realidad carecía. Sólo a partir del siglo XVI, con la expansión europea, se comenzó a utilizar el término por aquellos incluidos bajo la denominación. Desde 1900 “Asia” adquirió un nuevo significado: ensayistas y pensadores como el japonés Okakura Kakuzo y el indio Rabindranath Tagore recurrieron a la idea de un continente integrado, separado y distinto de Europa, con el fin de defender una supuesta herencia “asiática” frente a la presión cultural y política de la colonizadores. Pero declaraciones de ese tipo por las elites intelectuales se produjeron en un contexto de enorme desconocimiento entre las diferentes culturas y lenguas asiáticas. Por aquella época, no existían diccionarios entre dichas lenguas, ni tampoco traducciones de los textos canónicos de sus respectivas religiones, que intentaban describir conforme a los principios de la propia. Mientras los promotores de la unidad asiática compartían una agenda política anticolonialista, no había acuerdo entre ellos, por otra parte, sobre cuáles eran los elementos que servían de base a esa pretendido patrimonio común ni sobre quién debía definirlos. Tanto nacionalistas indios como japoneses se consideraban líderes naturales del continente. El “panasiatismo” de Japón conduciría a la Segunda Guerra Mundial, mientras que las ambiciones indias, mantenidas por Nehru tras la independencia, se quebrarían tras la guerra con China en 1962.
Al examinar cómo las diferentes subregiones de Asia comenzaron a conocer la historia y cultura de las otras durante los dos últimos siglos, Green se adentra en un terreno apenas explorado que da aún más sentido a la extraordinaria transformación que se ha producido en nuestro tiempo. El fin de la Guerra Fría marcó el comienzo de una nueva fase en la que Asia ha reinventado su identidad, asumiendo la modernidad como propia y rechazando todo estatus de inferioridad. La heterogeneidad y diversidad de lenguas, religiones y civilizaciones continúan definiendo al continente, pero la reafirmación de sus valores colectivos y la determinación de guiarse por sus propias normas frente a las pretensiones universalistas de Occidente han conducido a lo que el periodista japonés Yoichi Funabashi llamó hace treinta años “la asiatización de Asia”.