Al contrario de lo esperado por numerosos analistas, la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional china terminó a mediados de mes sin anunciarse ningún tipo de medidas urgentes para afrontar los problemas de la economía. Se presentó, eso sí, una agenda orientada a la transformación tecnológica de la industria para reforzar la productividad y avanzar en la independencia con respecto al exterior. Con tal fin, el presupuesto nacional dedicado a investigación se incrementará en un diez por cien. Pero más relevante fue quizá la demostración del poder de Xi Jinping. La exaltación de su figura y de sus ideas parece tener mayor prioridad que las dificultades económicas.
De nuevo se han abandonado prácticas tradicionales del sistema político chino. La duración de la Asamblea se redujo a ocho días (habitualmente han sido dos semanas), y se ha cancelado (con carácter permanente), el encuentro con los medios de comunicación que, desde 1993, mantenía el primer ministro al concluir la sesión. Ambos hechos han coincidido con los reiterados mensajes sobre la “posición central” de Xi en el Comité Central del Partido Comunista, y sobre la relevancia del “Pensamiento Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas en la nueva era”.
En el informe de gobierno presentado por el primer ministro, Li Qiang, Xi fue mencionado hasta 16 veces en menos de una hora. De manera similar, la resolución política aprobada al terminar la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (que se celebra de manera simultáneamente a la Asamblea), Xi apareció nombrado hasta 15 veces. No hay precedente de semejante nivel de adulación. Y, en esa misma dirección, la Asamblea ha reformado—por primera vez desde su aprobación en 1982—la ley orgánica del Consejo de Estado (nombre formal del gobierno chino), para establecer su subordinación al Partido Comunista. La ley nació cuando, tras la experiencia del maoísmo, Deng Xiaoping consideró necesario separar las funciones del Estado y las del Partido. Es evidente que Xi piensa exactamente lo contrario: cuatro décadas más tarde, esta modificación legal establece que el papel del gobierno consiste en “ejecutar las decisiones” del Partido y respetar el pensamiento político del secretario general.
¿Cuáles son exactamente las intenciones y los planes de Xi? ¿Quiénes han sido sus principales influencias? ¿Qué cabe esperar en el futuro? Tras recibir un tercer mandato sin precedente como secretario general el pasado año, y sin un potencial sucesor a la vista, son preguntas que no han perdido actualidad aunque lleve una década en el poder. Un libro de reciente publicación permite comprender la lógica que inspira sus acciones.
En Party of One: The Rise of Xi Jinping and China’s Superpower Future (Simon & Schuster, 2023), Chun Han Wong, excorresponsal del Wall Street Journal en Pekín, ofrece detalles hasta ahora poco conocidos de la biografía personal de Xi, además de examinar en detalle media docena de áreas en las que el presidente ha dejado su impronta: la lucha contra la corrupción, el ordenamiento jurídico, la economía, la política de propaganda, las minorías étnicas y la diplomacia.
El título del libro es revelador de su estilo de liderazgo y de sus métodos. Aunque en ocasiones se compara a Xi con Mao Tse-tung, Chun señala con acierto una diferencia clave: así como el Gran Timonel recurría a la movilización de las masas y la creación de desorden como respuesta a su percepción de vulnerabilidad, Xi ejerce su poder a través de la maquinaria del Partido. Desde su acceso al liderazgo ha sido un prolífico impulsor de normas y reglamentos, ha reforzado el aparato disciplinario de la organización, y redoblado la exigencia de lealtad a funcionarios y ciudadanos. Como él mismo declaró en el XIX Congreso, en 2017: “El Partido, el Estado, el ejército, la sociedad civil y la educación: este, oeste, sur, norte y centro, el Partido dirige todo”. Convencido de que sólo él puede resolver los problemas, vigila celosamente su autoridad. El tiempo dirá, sin embargo, si su obsesión ideológica y sus prácticas leninistas van a reactivar el crecimiento económico, asegurar la estabilidad social, o mejorar las relaciones con el mundo exterior.