En una China dividida por la anarquía política, sumida en la pobreza y marginada en el escenario internacional, 13 representantes de media docena de células marxistas se reunieron en Shanghai el 1 de julio de 1921. Por entonces toda una generación de intelectuales habían dedicado su vida a tratar de reformar y modernizar China, sin que la República establecida en 1912 hubiera servido para superar los problemas nacionales. Pese a sus diferencias, los participantes en aquel encuentro compartían un mismo diagnóstico sobre las causas estructurales de dichos problemas, así como la convicción de que sólo un Partido Comunista podía liderar una revolución popular contra el feudalismo y las fuerzas imperialistas.
Cien años más tarde, cuando la República Popular va camino de convertirse en la mayor economía del planeta y su ascenso geopolítico altera los cálculos estratégicos de las restantes potencias, el Partido Comunista—en el poder desde su victoria en la guerra civil en 1949—puede presumir de haber proporcionado la modernidad y prosperidad deseada por la sociedad china. Y mientras la evolución política de las democracias occidentales se ve marcada por la polarización política y el auge del populismo, los dirigentes chinos redoblan los esfuerzos orientados a proyectar la fortaleza de su régimen. Sus acciones no dejan de transmitir, sin embargo, cierta inseguridad política.
En parte puede deberse al hecho de que ninguna otra organización comunista ha permanecido tanto tiempo en el poder. Pese a la extraordinaria capacidad de adaptación del Partido Comunista Chino, la experiencia de la implosión de la Unión Soviética sigue condicionando el comportamiento de sus líderes. Por otro lado, el imperativo del crecimiento condujo a un modelo cuasicapitalista y a una de las mayores tasas de desigualdad del mundo, en abierta contradicción con los principios fundacionales del partido. Aunque la sociedad china apoya mayoritariamente a su gobierno, el Partido Comunista se ve obligado a mantener una batalla permanente en defensa de su legitimidad y contra la amenaza del pluralismo. Además de subrayar la estrecha vinculación del partido con la continuidad histórica china en clave nacionalista, la mejora del nivel de vida de su población y el control ideológico han sido los dos principales instrumentos que explican su durabilidad.
Mientras los ciudadanos chinos vean crecer sus ingresos y sigan teniendo oportunidades económicas y de movilidad social, la mayoría estará dispuesta a apoyar al partido pese a la corrupción y la desigualdad. El recuerdo del maoísmo, y de la Revolución Cultural en particular, permite entender por qué parecen más preocupados por su bienestar material que por los principios de igualdad o libertad.
Además de dirigir una transformación económica sin precedente en la Historia, elpartido se ha caracterizado por su control de la vida social y política. Desde el nacimiento de la República Popular hasta la muerte de Mao, la dependencia de la organización era absoluta: era el partido quien proporcionaba empleo, techo y alimentos, educación, etc, y eran esos bienes el objeto de las recompensas y castigos para quienes no respetaran su autoridad. El ejercicio de su poder se realiza hoy a través de su presencia en todas las esferas, de las empresas (públicas y privadas) a las universidades, de los ministerios a los medios de comunicación. Como declaró Xi en el último Congreso (noviembre de 2017): “Gobierno, ejército, sociedad y colegios—norte, sur, este, y oeste—el partido es el líder de todos”.
Al mismo tiempo, desde la llegada al poder del actual secretario general, la censura ha llegado a un nivel no visto en la era postmaoísta, ha desaparecido todo espacio para la sociedad civil, y—en el marco de la campaña contra la corrupción—han regresado las purgas, a las que no escapan las elites del partido. Las autoridades han perseguido asimismo a empresarios privados—el fundador de Alibaba, Jack Ma, es el más conocido de ellos—al ver en su creciente influencia una amenaza para la organización. Y, por lo demás, Xi ha alimentado un culto a su personalidad, reflejado diariamente en las portadas de los medios o, incluso, en la reciente Historia Abreviada del Partido Comunista Chino, publicada con ocasión del centenario, en la que sus ocho años de gobierno ocupan hasta la cuarta parte de sus páginas, de las que además se excluye toda referencia a la Revolución Cultural.
Es así como el partido ha mantenido su monopolio del poder, y puede conmemorar su centenario como primer objetivo del “Sueño Chino” de Xi. La segunda parte de su proyecto culmina en 2049, cuando se cumplan cien años de la República Popular, y se espera que China haya consolidado su posición en el centro del sistema internacional. Que lo consiga o no dependerá, en último término, de cómo evolucione el contrato social entre el partido y sus ciudadanos.