INTERREGNUM: China-Japón: una tensión estructural. Fernando Delage

Lejos de amainar, la crisis diplomática que atraviesan las relaciones entre China y Japón se agrava. Las tensiones desatadas por los comentarios realizados por la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, sobre una intervención militar en el caso de producirse un hipotético conflicto en el estrecho de Taiwán, van en realidad más allá de la disputa en torno a la isla. Ni Takaichi puede, por razones de política interna, ceder a la presión de Pekín para retractarse, ni la República Popular permitirse que Tokio haya cruzado esa línea roja sin adoptar medidas de represalia. Pero tampoco pueden ignorar las autoridades chinas lo que esos comentarios revelan sobre la consolidación de un giro en la estrategia de seguridad japonesa, así como sobre la posible evolución de la alianza con Estados Unidos.

En respuesta a una pregunta que se le dirigió en el Parlamento, Takaichi indicó el 7 de noviembre, en efecto, que un bloqueo de Taiwán por parte de la República Popular China sería una “situación que pondría en riesgo la supervivencia” de Japón, lo que justificaría el recurso al “derecho de defensa colectiva” establecido por la legislación de seguridad aprobada en 2015. En otras palabras: si Estados Unidos interviniera contra la acción china, Japón estaría obligado a defender a su aliado.

Durante años, sucesivos primeros ministros japoneses evitaron pronunciarse sobre cuál sería la posición del país frente a un potencial conflicto en el estrecho, aun siendo conscientes de que un intento de anexión chino necesariamente lo implicaría. Al contrario que sus antecesores, Takaichi ha abandonado por tanto toda ambigüedad al respecto, para ser explícita sobre las consecuencias de un ataque a Taiwán para la seguridad de Japón.

La importancia de Taiwán para la República Popular —un “interés fundamental” según la denominación oficial— explica, por su parte, que Pekín no pueda aceptar lo que interpretó como un cambio de posición de Tokio, aunque Takaichi lo niegue. La reacción no se hizo esperar en forma de sanciones económicas, incluyendo la recomendación a sus ciudadanos de no viajar a Japón (los chinos representan la cuarta parte de los turistas que recibe el archipiélago), y de protestas ante las Naciones Unidas, para añadir la acusación —la semana pasada— de que Takaichi cometió “una grave violación del Derecho internacional».

El problema de Taiwán se ha situado por primera vez de este modo en el centro de las relaciones entre Tokio y Pekín, aunque no puede desvincularse de sus respectivos intereses globales. Takaichi, que fue ministra de seguridad económica, conoce bien las vulnerabilidades de Japón y el riesgo que representa para su seguridad energética y alimenticia toda posible interrupción de las líneas marítimas de navegación, que se verían amenazadas de producirse un bloqueo de Taiwán. El aumento de las capacidades navales chinas explica por esa razón el pacto de defensa firmado por Japón con Filipinas en septiembre. Si Taipei cayera, Pekín podría, por otra parte, desplegar mayores medios militares en la vecindad de las islas Senkaku y aumentar su presión sobre Tokio. Por si ello no fuera suficiente, advierte un informe del think tank del ministerio de Defensa publicado hace unos días, la creciente coordinación de China, Rusia y Corea del Norte en su periferia puede situar a Japón ante un escenario futuro de confrontación en tres frentes simultáneos.

Este contexto explica el anuncio de Takaichi de adelantar a finales del actual año fiscal el aumento al dos por cien del PIB del gasto en defensa —en vez de la fecha prevista de 2027—, además de actualizar la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022. Igualmente, el ministro de Defensa, Shinjiro Koizumi, ha sugerido la conveniencia de examinar la posibilidad de adquirir submarinos nucleares.

China debe por su parte considerar las implicaciones de una eventual intervención japonesa: ya no es sólo Estados Unidos de quien se tiene que preocupar. Y si lo que pretende es recuperar un discurso basado en la amenaza del militarismo y el nacionalismo japonés para tratar de aislar diplomáticamente a Tokio y debilitar su alianza con Estados Unidos, su estrategia puede tener un corto recorrido. Para las naciones asiáticas, si alguien puede poner en riesgo la estabilidad regional no es precisamente Japón. Por lo demás, al desafiar abiertamente las ambiciones chinas aun gobernando en minoría, Takaichi, con una popularidad en aumento, actúa con la determinación de acelerar los cambios que su mentor, Shinzo Abe, puso en marcha hace diez años para proporcionar a Japón un papel más activo en la región y en los asuntos internacionales. La gran incógnita es cuánto tiempo durará en su cargo.

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