Como ya se ha mencionado con anterioridad en esta columna, Pekín ha dedicado un considerable esfuerzo a lo largo del año a hacer avanzar sus ideas sobre la reconfiguración de las instituciones globales. Su declarada intención es la de promover un sistema multilateral más equilibrado en el que las naciones emergentes puedan encontrar su espacio; un objetivo que persigue a través de tres instrumentos específicos (las denominadas “Iniciativa de Desarrollo Global”, la “Iniciativa de Seguridad Global”, y la “Iniciativa de Civilización Global”), en los que ha vuelto a hacer hincapié en dos encuentros internacionales recientes.
El 15 y 16 de septiembre se celebró en La Habana la cumbre del G77, el bloque establecido por 77 países en desarrollo en 1964 para promover de manera conjunta sus intereses económicos, y que ha mantenido su nombre desde entonces pese a haberse ampliado a un total de 134 miembros, que suman entre ellos el 80 por cien de la población mundial. Aunque el grupo dice incluir a China entre sus participantes, no deja de ser curioso que la República Popular lo niegue: asegura mantener con él “buenas relaciones de cooperación” bajo el marco “G77+China”, asimilándolo así en su denominación a aquellos otros foros bilaterales mantenidos con bloques regionales (África, mundo árabe, América Latina, etc.) que destacan el estatus central de Pekín.
Pretensiones diplomáticas al margen, China, que estuvo representada en Cuba como enviado especial del presidente por Li Xi, miembro del Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista, subrayó su identidad postcolonial. El recuerdo de la historia, de la conferencia de Bandung a los cinco principios de la coexistencia pacífica, permitió a Li destacar el papel de la República Popular en la lucha contra la “explotación y opresión” de la era colonial; un argumento que permitió a su vez presentarla como líder natural del mundo emergente.
La “apropiación” de ese liderazgo ya lo mostró dos días antes del arranque de la cumbre, al hacer pública el gobierno chino una propuesta de reforma de la gobernanza global orientada a la corrección de “injusticias históricas”. Sobre la base de sus tres iniciativas, el documento en cuestión aspira a crear “un mejor futuro para la humanidad”, presentando un plan que abarca la práctica totalidad de la agenda internacional, del cambio climático al ciberespacio, de la reforma del Consejo de Seguridad al derecho al desarrollo.
El discurso chino fue reiterado la semana pasada en la Asamblea General de la ONU, ocasión en la que el país estuvo representado esta vez por el vicepresidente Han Zheng. Según indicó, Pekín pretende integrar su triple iniciativa en los respectivos pilares fundaciones de las Naciones Unidas: seguridad, desarrollo y derechos humanos. Si, por un lado, ofrece una respuesta a la “mentalidad de guerra fría” que guía el comportamiento de Estados Unidos—principal causa de los conflictos mundiales conforme a este análisis—; y, por otro, una alternativa a la globalización económica liberal—que impide un desarrollo justo y equilibrado—; finalmente se destaca la “diversidad” de las civilizaciones, por lo que debe impedirse “el recurso a los derechos humanos y a la democracia como instrumento político para interferir en los asuntos internos de otros países”.
No hace falta decir que aunque China presente su política exterior en nombre de los países en desarrollo, en realidad persigue sus propios intereses. Propone incluir a algún país del continente africano en el Consejo de Seguridad, pero no a India; defiende la independencia económica frente a Occidente, pero propicia la dependencia de la República Popular; reclama un “verdadero multilateralismo”, pero quiere situarse en el centro de las instituciones y dominar su agenda. Pekín ha sabido percibir, no obstante, una actitud global de oposición y resistencia al poder de las democracias liberales que busca aprovechar a su favor; una variable que debería obligar a la reflexión de europeos y norteamericanos sobre el alcance de este cambio de era. Su respuesta requiere algo más que el refuerzo de sus capacidades militares o la oferta de incentivos económicos.