Home Asia INTERREGNUM: Civilizaciones: ¿choque o coexistencia? Fernando Delage

INTERREGNUM: Civilizaciones: ¿choque o coexistencia? Fernando Delage

por: 4ASIA
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El ascenso de China no sólo está transformando el equilibrio global de poder. Es también un desafío a los valores liberales que sirvieron de base al orden internacional aún vigente, creado tras la segunda guerra mundial. China es una gran defensora de la Carta de las Naciones Unidas y del principio de soberanía absoluta del Estado-nación—lo que en su opinión es incompatible con los esfuerzos occidentales por promover sus esquemas políticos en el resto del planeta—, pero al mismo tiempo se define, más que como nación o territorio, como una civilización excepcional que puede ofrecer un modelo alternativo a la democracia liberal.

El nuevo autoritarismo tiene, en efecto, unos pilares más culturales que ideológicos. El capitalismo también impera en China (o en Rusia), si bien bajo la supervisión directa del Estado: el intervencionismo económico es un elemento central de su definición de la “soberanía”, y de la batalla contra el pluralismo occidental. Es la diferenciación cultural la que también justifica el rechazo de la universalidad de los derechos humanos, del Estado de Derecho o de la libertad de prensa.

La irrupción de la falla entre civilizaciones como factor estructural de la dinámica geopolítica mundial—además de la economía y la seguridad—fue un célebre argumento avanzado por el profesor de la universidad de Harvard Samuel Huntington hace 25 años. Pero la manera en que Estados como China o Rusia (también Turquía o el propio Daesh) recurren a criterios de civilización para expresar su identidad en el sistema internacional es un fenómeno al que no se ha prestado suficiente atención. Es un déficit que intentan corregir algunos expertos, como el profesor de la London School of Economics Christopher Coker en su reciente libro “The rise of the civilizational state” (Polity Press, 2019).

La República Popular de Xi Jinping defiende, como es sabido, un modelo de “socialismo con características chinas” que combina un Estado leninista con una cultura neoconfuciana. Recurriendo a la continuidad histórica de su civilización, el discurso nacionalista de Pekín persigue la promoción de su estatus como gran potencia con la denuncia del universalismo liberal. El desafío es en consecuencia cómo articular la coexistencia entre civilizaciones muy diversas, incluyendo a aquellas que se han situado en el centro del poder mundial y no seguirán aceptando una posición subordinada a Occidente.

También aquí China parece llevar la iniciativa. La semana pasada, en la inauguración en Pekín de una conferencia sobre el diálogo entre civilizaciones asiáticas, el presidente Xi se pronunció sobre el grave error de considerar una raza y civilización como superior a las demás, y el desastre que supondría intentar desde fuera rehacerla como la propia. “Las distintas civilizaciones no están destinadas a enfrentarse”, dijo Xi. “Los crecientes desafíos globales que afronta la humanidad, añadió, requiere esfuerzos conjuntos”, en los que la cultura desempeñará un papel fundamental.

Desconocemos si se trata de una coincidencia, pero unos días antes la responsable de la oficina de planificación del departamento de Estado de Estados Unidos declaró en Washington que, por primera vez, Estados Unidos afronta “un competidor que no es caucásico”. Las actuales tensiones comerciales se desarrollan en un contexto en el que se libra una “batalla con una civilización realmente diferente”. La polémica estaba servida, en una nueva demostración de que las presiones sobre el orden liberal no sólo proceden de China o Rusia, sino—de manera quizá más preocupante—desde dentro, impulsadas por ese fenómeno de los populismos identitarios, y por una administración norteamericana que parece haber olvidado el secreto de su liderazgo durante siete décadas. Demonizar a potencias terceras cuando Occidente se está erosionando en su propio seno de nada servirá para restaurar la fortaleza de los principios que crearon el mundo moderno. Puede perder, incluso, la capacidad para definir los términos del debate que dará forma a la Historia de las próximas décadas.

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