Los ataques de Israel a Irán marcaron el comienzo de una nueva fase en el conflicto abierto por los atentados terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2023, extendiéndolo en varios frentes e implicando a actores externos. La decisión de Estados Unidos de sumarse a la campaña militar israelí representa una escalada con imprevisibles consecuencias regionales y globales. Sus ramificaciones no pueden desvincularse de las tensiones geopolíticas entre las grandes potencias ni de los mercados energéticos, poniendo en riesgo la estabilidad de la economía mundial.
El presidente Trump ha preferido no recordar los efectos que tuvo para los intereses norteamericanos la invasión de Irak antes de involucrarse en una operación cuyo éxito no depende de una inmediata victoria táctica sobre un Irán debilitado. Por el contrario, Teherán tendrá mayores incentivos que nunca para desarrollar una capacidad de disuasión nuclear, sea cual sea su gobierno (el cambio de régimen es otro objetivo israelí). La apuesta del primer ministro Benjamin Netanyahu parece ignorar el impacto estratégico a largo plazo, como si por la fuerza de las armas pudiera reconfigurar a su antojo el equilibrio de poder en una región con tantas aristas como Oriente Próximo, y transformar el sistema político de un país de 90 millones de habitantes, con una fuerte identidad nacional, las segundas reservas de gas del planeta y las terceras de petróleo.
Mientras Trump se juega un envite que puede lastrar su segundo mandato, el escenario tampoco es sencillo para China, después de haber dedicado un considerable esfuerzo a la expansión de su influencia política en la zona. Primer socio comercial e inversor extranjero en Oriente Próximo, Pekín supo compatibilizar su tradicional defensa de la causa palestina con el desarrollo de una relación con Israel (en particular en el terreno tecnológico), y equilibrar sus vínculos con Arabia Saudí e Irán (una posibilidad vetada a Washington), como ilustró su papel en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países en 2023. La guerra en Gaza, la extensión del conflicto al Líbano, la caída del régimen sirio, y ahora el choque con Irán han puesto en evidencia, sin embargo, la limitada capacidad de maniobra china.
La dependencia energética de la República Popular; la necesidad de proteger sus inversiones, empresas y trabajadores; y la inestabilidad de un espacio en el que también compite con Estados Unidos, suponen una considerable acumulación de riesgos económicos y geopolíticos. Aunque China adquiere el 90 por cien de las exportaciones iraníes de petróleo (lo que hace, por las sanciones occidentales, a través de terceros), éstas sólo representan en torno al diez por cien del total de sus compras. El problema de mayor alcance es una subida generalizada de los precios de los hidrocarburos y la amenaza de un bloqueo del estrecho de Ormuz (cerca de la mitad de los recursos energéticos que importa proceden de la región). Por otra parte, desde la implosión del “eje de resistencia” y el consiguiente deterioro de la posición de Irán, Pekín ha enfriado su relación con Teherán, limitando sus inversiones (que han quedado muy lejos de los ambiciosos objetivos del acuerdo de cooperación firmado en 2021), y fortaleciendo su acercamiento a las monarquías árabes del Golfo.
Como primera respuesta, China expresó su apoyo diplomático a Irán, denunció a Israel como agresor, y anunció su voluntad de “desempeñar un papel constructivo”, potencialmente como mediador, lo que resulta contradictorio con su falta de neutralidad. Una desescalada es un imperativo para sus intereses, pero lo cierto es que carece de capacidad para lograr tal resultado. Haber hecho de Irán uno de sus socios estratégicos para erosionar la influencia norteamericana en Oriente Próximo se ha vuelto contra la República Popular, obligando a un completo reajuste en su aproximación geopolítica. (El lector interesado encontrará un estudio sobre la cuestión por el autor de esta columna en el último número de la revista Araucaria).
Con todo, tampoco debe perderse de vista que cuanta mayor atención preste Estados Unidos a Oriente Próximo, menos dedicará a los movimientos chinos en el Indo-Pacífico. Cada crisis en la región que implica a Washington proporciona una ventaja estratégica para un Pekín volcado hacia los países emergentes. Sin ir más lejos, la semana pasada anunció un nuevo acuerdo económico con todos los países africanos (a los que impondrá un arancel cero en sus exportaciones a China), y celebró en Astana la segunda cumbre con las cinco repúblicas de Asia central. La entrada en la guerra de Estados Unidos facilitará por lo demás su relato sobre la hipocresía norteamericana. El tablero de juego tiene una escala global.