INTERREGNUM: El dilema venezolano de Pekín. Fernando Delage

El pasado 2 de diciembre, la Casa Blanca declaró su compromiso con la Doctrina Monroe de 1823, añadiendo un “corolario Trump” conforme al cual “el pueblo norteamericano —no naciones extranjeras o instituciones globalistas— controlará siempre el control de su destino en nuestro hemisferio”. Tres días más tarde, la Estrategia de Seguridad Nacional indicaba: “negaremos a los competidores no hemisféricos la capacidad de situar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o para poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro hemisferio”.

No hacía falta nombrar a China para entender que era Pekín en quien en particular pensaban los redactores de ambos documentos. Desde sus tiempos de senador, el actual secretario de Estado, Marco Rubio, ya había insistido en que Estados Unidos “no puede permitirse que el Partido Comunista Chino expanda su influencia y absorba América Latina y el Caribe en su bloque político-económico”. La presencia en la capital china de los líderes latinoamericanos el pasado mes de mayo para asistir a una cumbre bilateral con la República Popular, o la inauguración del puerto de Chancay en Perú —construido por China, y que elevará el comercio del subcontinente con este último país a un nuevo nivel—, son dos ejemplos recientes de cómo Pekín se ha convertido en un socio indispensable para numerosos gobiernos de la región. Así lo confirman, entre otros datos, el espectacular incremento del comercio entre ambas partes, que pasó de 12.000 millones de dólares en el año 2000 a más de 515.000 millones de dólares en 2024.

La presión de Washington sobre Venezuela, objeto de un bloqueo parcial, debe entenderse en parte, en consecuencia, como respuesta a esa creciente penetración china. En una conversación mantenida el 17 de diciembre entre el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, y su homólogo venezolano,  Yván Gil, el primero se limitó a subrayar que Pekín “se opone a toda forma de acoso unilateral y apoya a los países en la defensa de su soberanía y dignidad nacional”. Ese apoyo meramente verbal a su “socio estratégico” revela el difícil equilibrio que Pekín debe mantener entre sus relaciones con Maduro, sus objetivos en América Latina, y la necesidad de asegurar una relación estable con la administración Trump tras meses de disputas y tensiones comerciales.

Entre 2007 y 2025, China ha proporcionado a Caracas préstamos por valor de más de 60.000 millones de dólares, a devolver en forma de petróleo. Según datos compilados por Reuters, el 80 por cien de los 921.000 barriles de petróleo exportados diariamente por Venezuela el mes pasado tuvo como destino la República Popular. Aun después de la detención por Estados Unidos de varios petroleros venezolanos, se estima que China recibirá en diciembre unos 600.000 barriles por día, una cifra que duplica a la media de 2024 y que sugiere que es Pekín quien está ayudando a solventar las sanciones norteamericanas (lo que también facilita de paso el cobro de las deudas pendientes de Caracas, que ascienden a más de 20.000 millones de dólares). China mantiene asimismo una notable presencia directa en las infraestructuras energéticas del país, como las cuatro “joint ventures” de la China National Petroleum Corporation (CNPC), o las refinerías en que opera Sinopec para el procesamiento de petróleo venezolano destinado a los mercados asiáticos.

Más allá del petróleo, la cooperación en defensa entre ambos países se ha incrementado en los últimos años. Además de comprar a Pekín distintos tipos de armamento, incluyendo misiles, se cree que Venezuela negocia la adquisición de veinte cazas J-10CE para su fuerza aérea. El pasado verano, un buque de reconocimiento de la armada china fue desplegado, por otra parte, en aguas cercanas al golfo de Paria. En el frente diplomático, en el encuentro que Nicolás Maduro y Xi Jinping mantuvieron en Moscú en mayo, el presidente chino reafirmó el compromiso de su país con la defensa de la soberanía venezolana.

Si, con su presión, la Casa Blanca pretende obligar a Pekín a elegir entre sostener el régimen de Maduro y restaurar la guerra económica con Washington, o bien apostar por la estabilidad de las relaciones con Estados Unidos, las declaraciones chinas hasta la fecha revelan la prioridad de la segunda opción. Pero no parece que las amenazas de Trump conduzcan a Pekín a abandonar sus ambiciones regionales. Estos mismos días, el ministerio de Asuntos Exteriores ha hecho público un Libro Blanco sobre América Latina y el Caribe (el tercero tras los de 2008 y 2016), en el que China describe este espacio como uno de los componentes principales del Sur Global, bloque del que se considera líder natural, a la vez que hace hincapié en su rechazo de todo tipo de acciones unilaterales.

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